Por Sergio Marcano.
El tiempo en revolución transcurre lentamente.
Pero los días, las semanas, los años pasan con rapidez.
Para muchos la desesperanza está instalada en la psique.
En medio de la desolación es fácil sentirse perdido de alguna manera.
La terapia del shock es la cotidianidad de los que nos quedamos.
En la falta de estado de derecho.
En el torbellino de los precios en bolívares –fuertes , soberanos, digitales– o en dólares.
En los que fallecen por no poder acceder a sus tratamientos, trasplantes, ni medicinas.
En los que, ya hoy, llevan años comiendo de la basura para poder sobrevivir.
El agua corriente ahora es un bien escaso.
La electricidad un lujo al que acceden los más privilegiados en las ciudades más importantes.
No hay gas para cocinar.
Tampoco señal de internet.
Casi no hay carros, ni transporte público. Porque no hay gasolina, ni gasoil para todos. Porque los repuestos son muy costosos.
En ningún trabajo honesto de la administración pública o privada se gana lo suficiente como para poder comer, vestirse, calzarse o vivir dignamente.
Muchos se consiguen un segundo trabajo, un tercer trabajo; porque el dinero que ganan no es suficiente, porque a pesar de todos los esfuerzos que hacen cotidianamente continúan atrapados en la espiral de la pobreza.
Mientras que los pensionados, luego de entregar su juventud y su fuerza laboral al país, se mueren de mengua con los montos que reciben mensualmente del Gobierno.
Y aunque ahora hay bodegones donde, aquellos que tienen dólares, pueden comprar productos importados del primer mundo. La desesperación por obtener comida a precios regulados por el Estado ha formado colas interminables de días, de semanas, de meses, en casi todos los mercados y abastos del país.
Y el hambre de lo que comeremos hoy, de lo que nuestra familia comerá mañana, pasado mañana, es un fantasma que nos atormenta robándonos la paz mental a toda hora.
Los Clap y las bolsas de comida que entrega el gobierno –a pesar de que cada día son más precarias y tardan más en llegar– son ahora más populares que McDonald.
Hubo incluso momentos, en medio de la escasez más despiadada; en los que surgieron mercados negros, donde podías llegar a comprender el verdadero significado del capitalismo salvaje.
Familias enteras murieron envenenadas porque alguien inconsciente o sin escrúpulos decidió venderles yuca amarga o aguardiente adulterado.
Pero la negación de la crisis por parte de los que ostentan el poder es sistemática.
Independientemente de las sanciones internacionales –qué son reales y hacen un daño económico real– TODAS las instituciones y servicios públicos gerenciados por el Estado están colapsados o en ruinas por desidia, ineficiencia o corrupción.
Hay algo en el caos cotidiano que parece convenirles.
En la anarquía como pan de cada día.
En la lógica de la ley del más fuerte.
Del que tiene el poder.
Del que tiene los dólares.
Policías, para-policías, militares, para-militares y colectivos armados, han dispersado y reprimido con bombas lacrimógenas, balas y perdigones a todos aquellos que han osado protestar su suerte.
No pocos perdieron la vida, o cayeron presos, en enfrentamientos pequeños, en enfrentamientos campales.
Día tras día, con el paso de los años, la frustración, la impotencia, la apatía y el miedo se fueron apoderando de las mayorías.
Cuando cae la noche, casi todas las avenidas y calles en las ciudades y pueblos de Venezuela permanecen a oscuras.
Cada vez son menos los que se aventuran a salir después de la puesta del sol.
A las 7 de la noche, víctimas de la ansiedad y de la paranoia muchos comienzan
un toque de queda voluntario.
A veces, a media noche, se escuchan ráfagas de tiros y gritos desesperados.
¡Lo mataste! ¡Coño de madre lo mataste!
En cualquier momento sale tu número.
¡No señor!
Esta ciudad no perdona a nadie.
Robos, secuestros, violaciones y asesinatos son cotidianos en el día y en la noche. De eso dan fe las crónicas rojas de los periódicos que aún circulan todas las mañanas.
En calles y bulevares deambulan grupos de niños abandonados.
Los más pequeños mendigan con insistencia cualquier cosa a los transeúntes.
Algunos van descalzos y otros visten harapos sucios y roídos.
A no pocos de ellos, independientemente del sexo y de la edad, la supervivencia en la calle les ha hecho peligrosos.
En este contexto árido y complicado, ya no extraña que todos los días se vaya un conocido.
Las fronteras están abarrotadas con los más inconformes.
Los de clase media y de clase alta venden carros, casas, departamentos y pagan sumas millonarias a gestores inescrupulosos para conseguir pasaportes, sellos, apostillados y tramites de todo tipo antes de irse del país.
Los que no tienen nada que vender, ni siquiera para pagar su pasaporte, salen del país a pie, con los bolsillos vacíos y las cédulas entre las manos.
¡Que apague la luz el último que salga!
Urbanizaciones enteras en diferentes zonas del país son ahora territorios fantasmas; grandes cementerios poblados, si acaso, por ancianos y niños que se quedaron atrás a la espera de que sus padres y madres los manden a buscar.
Por ahora, unos 6 millones de personas han abandonado el país.
Pero haciendo zapping en la televisión puedes encontrar entretenimiento para todos los gustos.
Para los que buscan confirmación de que esto que se vive día a día es la construcción certera de un mejor futuro.
Para los que quieren corroborar que lo que se vive día tras día es una distopía sin presente, ni futuro.
También hay fútbol, béisbol, concursos de belleza y programas en los que animadoras con poca ropa bailotean reggaetón sensualmente.
En las redes sociales los más soberbios –muchos de ellos en el exterior– pasan todo el día escupiendo opiniones que consideran llenas de lógica y de verdad.
Pero ya no confunden a nadie.
Porque aunque muchos quisieran un milagro, un cambio radical.
Ya la mayoría no espera sensatez política opositora.
Ni conmiseración por parte de quiénes ejercen el poder.
¿Y cómo podría ser diferente luego de las dos décadas que preceden a este momento?
Sin importar si somos de izquierda, de centro o de derecha, a todos los que permanecemos en Venezuela, entrampados en el juego perverso en el que se ha convertido la realidad criolla, nos toca asumir el reto de vencer la adversidad cotidiana con mucho aplomo, paciencia y voluntad.
Haciendo de tripas corazón día tras día.
Apostando siempre a la supervivencia.
¿Será verdaderamente este el proceso
para convertirse en el hombre nuevo?
Pero a pesar de todo, en esta larga primavera los días también pueden ser plácidos.
Sin importar que estés en la peor situación.
En el foso más profundo.
Anímico.
Económico.
El sentido del humor tropical siempre viene al quite.
Es como una válvula de escape.
La más pura manifestación del Caribe.
Y te ríes.
Ríes todas tus penas.
Y para variar, solo por llevar la contraria –completamente bipolar–, eliges ser feliz.
Bebes.
Bailas.
La vida se abre paso a pesar de todo.
Visitas el mar, la montaña, la naturaleza cerca de tí.
Te enamoras.
Tienes hijos.
Nietos.
¿Por qué habrías de irte de Venezuela?
El clima está tan fresco…
Sergio, hermano, un país sub-real pero aún lo disfruto... Más claro que el agua... Feliz Año !!!
ResponderEliminarMr. Belt!
EliminarSubreal sin duda...
Feliz 2022. Contra todo pronóstico!