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viernes, 18 de diciembre de 2020

Susana y Manuel

Por Sergio Marcano.



Tanto para Susana como para Manuel el dinero de las prestaciones se esfumó en un santiamén.
La última subida de sueldo en solo dos días de hiperinflación despiadada, disipó sus esperanzas de tener una mejor Navidad. 
Ni hablar de resolver algunos de sus problemas más urgentes como arreglar la nevera, comprar los repuestos del carro o volver a arreglar el horno microondas.

Luego de una conversación honesta ambos decidieron invertir el capital conjunto de soberanos devaluados en la preparación de una cena decente de año viejo.
A pesar del sombrío momento económico y social por el que atravesaba el país, ninguno de los dos estaba dispuesto a dejarse robar el espíritu navideño. 
Ya les habían robado tanto a lo largo de ese año...

El primer sábado de Diciembre Susana colocó los adornos navideños acumulados en años pasados. 
Sobre los marcos de las puertas guindó unas guirnaldas con lazos dorados y plateados. 
En medio de la sala puso un arbolito de plástico al que le costaba mantenerse en pie, pero al que aún le titilaban casi todas sus luces navideñas, y poco a poco lo lleno de pequeños adornos.
Manuel por su lado se encargó del pesebre del balcón y con viejas bolsas de papel de panadería, cartones, alambres, algodones, espejos y un poco de tempera, recreo montañas, lagos y nubes, finalmente hizo una pequeña gruta donde colocó a los personajes principales, menos el niño Jesús al que dejó guardado en su cajita de madera.

A Susana le pareció que el pesebre quedó bellísimo.

Como a las 5 de la mañana de su último día de trabajo antes de las vacaciones de fin de año, Manuel se levantó de la cama preocupado pensando que necesitaba más dinero.
La luz que encendió en la cocina iluminó la carrera despavorida de un grupo de chiripas. 
Manuel pisoteó las que pudo, aunque ya había naturalizado en su mente que esa era una batalla que no se podía ganar sin una fumigación profesional.

Tomó 3 huevos del cartón que había comprado con sobre precio en el viejo mercado de Chacao. Los partió contra un bol y notó que tenían las yemas endurecidas. 
Manuel dio por sentado que llevaban semanas acaparados.
Imaginando las posibles enfermedades sacó las yemas e hizo un revoltillo solo con las claras que no olían mal y que parecían estar en buen estado. 
Como precaución las cocinó lo más que pudo.
Hizo unas arepas con una taza de harina y unas semillas de ajonjolí y linaza tostadas, ambas buenas para regular la función intestinal y reducir el colesterol.
Cuando el desayuno estuvo listo, Manuel camino al cuarto, se acercó a Susana, que aun estaba acostada en la cama, y la despertó con voz suave y un beso en el hombro.

Susana estaba animada esa mañana.
Manuel pensó en la suerte que tenía de tenerla como compañera mientras le servía un poco más de café en una taza.

En las calles ese día hacía un frío inusual.
Susana se despidió de Manuel con un beso cariñoso en los labios y descendió al metro con dirección Palo Verde.

Manuel prefirió caminar las cinco cuadras en sentido contrario para estirar las piernas y hacer un poco de ejercicio.  
A su lado pasó caminando un hombre delgado llevando de la mano a sus dos hijos vestidos con uniformes escolares descoloridos. Una mujer de la tercera edad completamente abstraída en sus pensamientos. Y un hombre de camisa roja y piel morena llevando una caja Clap, entre sus manos. 
Justo antes de cruzar una calle en una esquina, luego de dar paso a una caravana de cuatro camionetas negras, último modelo, Manuel miró sorprendido a un grupo de tres mujeres y unos siete niños de diferentes edades, vestidos con harapos y descalzos, rebuscando en una gran pila de basura. 
La imagen le lleno de tanta tristeza que sin pensarlo demasiado le acercó a una de las mujeres los dos últimos billetes de 10 soberanos que tenía en los bolsillos.
La mujer tomó el dinero entre sus manos agradecida y le bendijo.

Al llegar a su oficina Manuel encendió la computadora y como no tenía nada urgente que atender revisó los portales de noticias que no estaban censurados por la empresa de telecomunicaciones del Estado. 
En las páginas de noticias digitales los personeros del gobierno aseguraban con amplias sonrisas en el rostro que el aumento de sueldo decretado por el presidente había sido una medida económica acertada y que estas serían las mejores navidades que había vivido el pueblo venezolano. 
Manuel prefirió dejar de leer y cerró las páginas para no molestarse tan temprano.

Para Susana el día de trabajo pasó sin contratiempos. 
Ese día la oficina de recursos humanos habían organizado un “compartir navideño” y todos los empleados degustaron unas arepas con caraotas que sirvieron para la ocasión.
Rafael Carrizales, un hombre dicharachero y de buen carácter, el jefe del departamento de electrónica, llevo su cuatro y sin hacerse de rogar cantó unas parrandas navideñas. 
Mientras que Luz Marina Querales, la secretaria de la dirección, compartió con todos los que quisieron una tacita de aguardiente.

De vuelta a su apartamento, al salir del metro, Susana descubrió grandes colas en los negocios del boulevard. Al parecer un organismo del Estado había obligado a algunos comerciantes a bajar sus precios, para que los transeúntes que estaban por allí en ese momento aprovecharan el remate. Aun así, Susana tuvo la impresión que la mayor parte de la gente que deambulaba por el boulevard tenían las manos vacías y la cara triste.

Con el dinero de la última quincena antes de las vacaciones, Susana pudo comprar 1/2 kilo de queso, 1 jabón de baño, una harina de maíz, 8 ají dulces y 3 cebollas pequeñas.  
Manuel en cambio compró 1 tubo pequeño de pasta dental, 2 cepillos de dientes, 1 kilo de arroz y 1/2  kilo de carne molida.

Los días de vacaciones navideñas, descansando y parándose tarde, pasaron rápidamente.

Como a las 7 de la noche del 24 de Diciembre, Manuel abrió una botella de ron que tenía guardada en el closet del pasillo desde Marzo. 
Susana, que siempre está de buen humor, al primer trago ya se estaba riendo con soltura.
Mirándola con ternura, Manuel pensó en lo mucho que le gustaría poder regalarle algo útil o especial. O quizás haberla llevado de vacaciones a conocer la Gran Sabana o a Los Roques como lo hizo con Margarita o con Mérida en el pasado. 
Susana que conoce a Manuel como la palma de su mano, e intuía lo que pasaba por su mente, le pidió que dejara de pensar en esas cosas. Le aseguró que aún tenían toda la vida por delante para hacer lo que quisieran y llena de amor le dio un beso en los labios.
A las 12 de la noche, antes de colocar al niño Jesús en el pesebre, ambos pidieron y rezaron por una mejor Venezuela. 

Esa noche Susana y Manuel hicieron el amor.
 
En un abrir y cerrar de ojos llegó el 31.
Desde temprano, Manuel sazonó por dentro y por fuera el modesto pollo que había comprado para la ocasión, además cortó un piso de papas que aderezó con cebollas, pimentón, sal y pimienta y lo llevó todo al horno en una bandeja rectangular cubierta de papel aluminio.

En la tarde, Susana preparó una torta de chocolate rellena con crema de café, una receta para ocasiones especiales, que le había enseñado a preparar su abuela Ernestina en Valle de la Pascua cuando ella era tan solo una pequeña niña. 

Como era tradición antes de media noche sirvieron la cena.
Para Manuel, saciar el apetito con ese pollo con papas se sintió como una venganza por toda el hambre y necesidad que había pasado a lo largo de ese año.

Esa noche, al menos por un rato, Susana y Manuel lograron olvidarse de todos sus problemas. 
Bailaron y despidieron el año brindando con la mitad de la botella de ron que había quedado del 24.

Luego de que Susana se durmió, Manuel encendió la computadora y leyó en internet diferentes artículos sobre recesión económica, tasa de desempleo, valor de la cesta básica, caída de los ingresos petroleros en divisas, dinero inorgánico, devaluación, dolarización, hiperinflación, todo esto en portales de noticias tanto de izquierda como de derecha tratando de entender las cosas con equilibrio informativo. 

De lado a lado el panorama era desolador.

Al terminarse el ron de la botella. 
Completamente borracho y aturdido por todo lo que acababa de leer, Manuel decidió apagar la computadora e irse a descansar.
A la luz del amanecer del 1ro. de Enero se acostó al lado de Susana y la abrazó con delicadeza para no despertarla. Se sintió a gusto con su calor, con su olor y poco a poco se quedó dormido a su lado.


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