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viernes, 8 de enero de 2021

Mario, Ana María y Emilio

 Por Sergio Marcano.

Mario se levantó de su cama muy temprano en la mañana.
Los ladridos intranquilos de Amigo, Marrón y Polo, sus tres perros callejeros, no le habían dejado dormir en toda la noche. 
Si al menos hubiese podido descansar un poco… 
Pero Mario no tenía paz mental desde Mayo del año pasado cuando se metieron en su casa para robarle un racimo de topocho, una auyama barrigona y las 4 gallinas que tenía en el gallinero. Ese día le patearon la cabeza hasta dejarlo inconsciente. Y a Ana María, su mujer, la amarraron de pies y manos. 
Por suerte Emilio, su hijo de 10 años, estaba en ese momento en la escuela.

Al abrir la puerta del patio, Mario se persigno más por costumbre que por devoción. 
Los tres perros le saltaron encima emocionados por volver a verlo luego de la larga noche y Mario los acarició con cariño. 
Entre tinieblas, porque no había electricidad ni para prender un bombillo, Mario se acercó al fogón en medio del patio y con cuidado, para no puyarse con las espinas, metió unos palos de yaque seco que había traído del cerro el día anterior.
 
Ana María, que tampoco había podido dormir, caminó dando tumbos a la cocina para preparar un café. 
El día de ayer había sido tan ajetreado que ya no recordaba que se les había terminado.

Sin pensarlo demasiado, miró la borra usada en la manga de colado y la puso en una pequeña olla, agregó una taza y media de agua de un pipote pequeño sobre el mesón de la cocina y para darle un poco más de sabor le añadió un poco de canela y una cucharada sopera de azúcar. 
Mario se acercó a ella, le dió un beso cariñoso en la cabeza, tomó la pequeña olla y se la llevó al patio, donde la llama del fogón ya ardía establemente.

El cielo estaba libre de nubes, completamente despejado, pero aún no amanecía del todo. Una luz opaca desdibujaba figuras sombrías en el patio.

Al vislumbrarse el hervor Ana María retiró la infusión de las llamas, la llevó a la cocina y la sirvió en dos pocillos de plástico rojo. Luego volvió al patio y esperó a que Mario colocara un ollón lleno de agua sobre las llamas del fogón para entregarle uno de los dos pocillos humeantes.
 
Ambos se tomaron la infusión de café y canela sentados en un ture y un mecedor esperando pacientemente a que el día aclarara. 

Antes de comenzar la faena, Mario le comentó a Ana María de un trabajo que le habían ofrecido limpiando un terreno y cortando unos racimos de dátil en El Tirano. 
Ana María se alegró por la noticia. 
Pensó que dependiendo de la cantidad de dinero que recibiera Mario por hacer el trabajo podrían comprar, queso duro, huevos y tal vez un poco de carne de res para darle a Emilio.

Seguido por los tres perros, Mario se encaminó al patio, y con una lata que tenía guindada bajo una de las matas, tumbó varios de los racimos de mango verdes que colgaban entre las ramas. 
Un mango pintón con una mezcla de color verde, rojo y amarillo, llamó la atención de Mario, que lo tumbó y lo comió ahí mismo bajo la mata de mango, disfrutando de la fresca brisa de la mañana. Luego recogió los mangos verdes del suelo y los echo todos en el ollón sobre el fogón.

Ana María, que a veces no puede permanecer tranquila, tomó un balde y comenzó a llenarlo de mangos maduros. Salió a la calle, colocó el balde en la acera, justo a un lado de la carretera, y de detrás de la puerta tomó una silla destartalada de madera y se sentó en ella a esperar un comprador. 

Un anciano como de 80 años que caminaba lentamente por la calle en ese momento, se le acercó y le preguntó si podía regalarle un manguito, porque aún no había desayunado. Ana María le dijo que la esperara un momento, entró a la casa y solo un instante después volvió con 7 mangos muy maduros y flojitos. 
Al hombre se le iluminó el rostro al ver los mangos en las manos de Ana María y los recibió muy agradecido.

Dentro de la casa, como le enseñó Manuel Herrera, su abuelo paterno de San Juan Bautista, Mario se quitó la correa de cuero del cinto de su pantalón, la enrolló sobre su mano y le cayó a correazos a las matas de mango briteño que aún no habían florecido. 
Les gritó con severidad amenazándolas con echarlas abajo si no florecían.

Amigo, Marrón y Polo lo miraban de lejos con una mezcla de curiosidad y de cautela.

Sudado por el esfuerzo, Mario abrió la llave del agua de la calle, pero nada salió del tubo.
Ya eran 43 días seguidos sin llegar agua a la casa. 
Al único que parecía no molestarle esa situación era Emilio, que contando el día de hoy, llevaba ya 18 días sin bañarse.

Al despertar Emilio, que siempre está bien dispuesto y lleno de energía, se calzó las cholas y corrió a saludar a los 3 perros que brincaron, ladraron y aullaron de emoción al verlo. Saludó a su papá de lejos y corrió a la calle a darle un abrazo a su mamá.

Luego de darle un beso y la bendición, Ana María le entregó una manga que tenía guardada en un mapire de cogollo al costado de la silla. 
Emilio tomó la fruta y la mordió una y otra vez con apetito.
Ana María le agradeció a Dios, por tener algo que ofrecerle a su hijo para que se llenara el estómago.

Cuando Emilio terminó de comerse la manga, Ana María lo mandó a la bodega de la Sra. Chepina para que le fiaran una tética de café y otra de aceite. 

El sol comenzaba a brillar con fuerza en el cielo y el fresco de la mañana comenzaba a convertirse en un calor seco y sofocante.

Justo en el momento en que Emilio regresaba de hacer el mandado, un Maverick blanco se paró a un lado del balde colmado de mangos amarillos. 
Darwin Rojas un humilde pescador de La Isleta les deseó buenos días y le preguntó a Ana María y a Emilio si no le cambiarían el balde de mangos por un balde de pescados. 
A Ana María y a Emilio, que son gente muy llana, se les dibujó una sonrisa en el rostro al escuchar la propuesta. 
A ambos les pareció una excelente idea. 

Ana María y Emilio entraron a la casa cargando el balde lleno de pescados y le contaron a Mario lo sucedido. 
Mario miró el balde sorprendido. 

Sin perder tiempo Ana María caminó a la cocina.  
Emilio, Mario y los tres perros la siguieron. 
Vació el balde en el lavaplatos y revisó los pescados a la vista de todos.
 
Había un pequeño bagre, 3 corocoros y muchas sardinas.

Ana María le entregó el balde a Emilio, para que lo llenara de mangos otra vez y se fuera a venderlos a la calle. 
Emilio salió corriendo de la cocina a realizar la tarea.

Ana María caminó al patio y arrancó unos ajíes dulces de la mata. Peló y cortó en pedazos un ocumo chino que tenía en la mesa de la cocina y destripó y descabezó una tercera parte de las sardinas. 
Lo colocó todo en una olla mediana, le puso sal, aceite y caminó al patio con la olla entre las manos. 
Mario quitó el ollón de mangos hervidos del fogón para que Ana María pusiese en su lugar la olla con el almuerzo. 
De un tanque cercano, Ana María tomó un poco menos de medio balde de agua y luego de que las sardinas se sofrieron en el aceite con el ají dulce y el ocumo chino, vertió cuidadosamente el agua en la olla y la tapó. 

Para que se fueran enfriando, Mario colocó todos los mangos hervidos sobre la mesa de madera que está bajo la mata de níspero y luego vacío el agua sobrante de la olla en un balde. 
Casi de manera sincronizada, Ana María tomo el balde con el agua caliente y se fue a limpiar la poceta, el lavamos y el piso del baño. Luego, con el agua que quedó en el lavaplatos de la preparación del almuerzo regó las tres matas de ají y una pequeña mata de lechosa.

De manera mecánica Mario pelo y rayó los mangos hervidos sobre un caldero. Mientras que Ana María, con un toque de sal, le daba los toques finales de sazón a la sopa de sardina. 

Repentinamente, Emilio volvió a la casa anunciando a viva voz que había vendido el balde de mangos por 300 soberanos. Ana María miró el dinero y lo mandó de una vez a la bodega a pagar lo que se le debía a la Sra. Chepina. 

Cuando la sopa estuvo lista, Mario metió más ramas de yaque en el fogón y colocó el caldero lleno de mango rayado sobre las llamas. Le agregó exactamente un kilo de azúcar y comenzó a moverlo con una larga paleta de madera.

En la mesa, Ana María sirvió generosas porciones de verdura, sardina y caldo para sus dos hombres, sus tres perros y para ella. 

Ese día todos comieron hasta la saciedad.

Después de reposar el almuerzo, Mario escamó, destripó, descabezó y comenzó a salar los pescados para su conservación. Mientras Ana María, le daba un toque ácido al dulce de mango agregándole un poco de jugo de limón.

Como a las 3 de la tarde Amigo, Marrón y Polo comenzaron a ladrar enérgicamente. Estaban tocando a la puerta de la calle. 
Ana María y Emilio fueron a abrir. 
El anciano de la mañana había regresado para traer un pequeño paquete con las 4 esquinas de una torta de casabe. 
Ana María se sintió avergonzada y trató de no recibir el casabe, pero ante la insistencia del anciano no le quedó otro remedio. 

Un poco más tarde, cuando finalmente volvió la electricidad, Emilio encendió el pequeño televisor de la sala con la ilusión de distraerse un poco, pero Maduro estaba encadenado en todos los canales. Decepcionado, Emilio apagó el aparato.

Cuando el dulce de mango finalmente estuvo listo, todos colaboraron para hacer las diferentes presentaciones para la venta. Platos grandes, platos pequeños, vasos grandes, vasos pequeños. 


Si el dulce se vendía bien, comentó Mario, finalmente podrían completar el dinero para comprar los zapatos que Emilio necesitaba para la vuelta a clases.

Emilio sonrió ilusionado.

10 comentarios:

  1. Ufff durísmo cómo a varios venezolanos les queda el truco como una única opción. Es una historia triste, pero esperanzadora a la vez. Gracias Sergio.

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  2. Triste realidad que los venezolanos enfrentan día a día. Dios los bendiga y acompañe para que sean cada vez menos los que buscan real y medio para completar un Bolívar.

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  3. Excelente uso de los recursos de la narración y descripción. La historia es muy triste aunque es la realidad del pueblo venezolano.

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  4. Que dura y cierta esa historia y que difícil plasmar no solo la situación sino el sentimiento. Dios con nosotros.

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  5. Dios mío! Me siento en cualquier parte de Margarita, me haces estar dentro de la historia, me alegra, me entristece, me molesta, me esperanza, sobre todo me hace añorar la Margarita que conocí, esa Margarita de gente alegre, que saluda a desconocidos y conocidos con un: «ehhh qué hubo mijoooo», gente buena y generosa, y mientras te escribo se me salen las lágrimas...

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  6. Extraordinaria narrativa y realidad...
    Exitos y mas.. 🙏

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  7. Excelente narrativa, sencilla, que cautiva al lector.
    La realidad de un país y su gente que se mantiene a flote a pesar de la adversidad.

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  8. Un pequeño bagre, 3 corocoros y muchas sardinas... Todavía suena a Margarita

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