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viernes, 5 de febrero de 2021

Oscuridad

Por Sergio Marcano.


Juan tiene 53 años. 
Es profesor titular de dedicación exclusiva en la Universidad Central de Venezuela. 
Su formación incluye dos carreras universitarias, tres maestrías y un doctorado.
Desde hace 2 años está divorciado de Isabel Pocaterra, también profesora, con quién tuvo un hijo llamado Camilo. 
Camilo tiene 7 años.

El día de hoy el Prof. Juan se despertó en la madrugada y dió vueltas en la cama intentando conciliar el sueño. Todavía faltaban varias horas para el amanecer. Serían si acaso las 3 de la mañana. Pero esta madrugada el Prof. Juan no podía dormir. Su cabeza estaba atiborrada de cuentas por pagar y de problemas para los que no tenía solución, ni a corto, ni a mediano plazo. Y esa incertidumbre le martirizaba porque jamás a lo largo de su vida profesional había estado tan empobrecido como lo estaba ahora en este momento.

Cansado de perder el tiempo acostado se levantó de la cama, caminó a la cocina a tientas y se preparó una taza de café. 
Encendió su computadora. 
Con una mirada a su router confirmó que aún no tenía señal de internet. 
Así que trabajó offline en un documento digital, donde escribió recomendaciones para la realización de dos trabajos de tesis.
Al terminar, cepilló sus dientes mecánicamente con dos buches de agua que sorbió de un vaso de plástico colocado para tal fin en el lavamanos.

Tomó de su closet la misma ropa descolorida de siempre, los mismos zapatos gastados de todos los días. Los vistió y se obligó a salir de su apartamento solitario. 
Aún no eran las 6 de la mañana.
Caminando por la acera tuvo la impresión de que la gente, los negocios, la calle, la plaza, todo lucía descolorido. 
En la estación del metro las escaleras mecánicas no funcionaban y las casetas de venta de boletos estaban vacías. 
Cuando cruzó los torniquetes, un anciana famélica, vestida con uniforme de miliciano, le contestó los buenos días con desgano.
Los pasillos inferiores de la transferencia estaban pobremente iluminados, sucios y hediondos a orine. 
El Prof. Juan caminó por el anden entre un grupo de gente cada vez más inquieto y numeroso. 
Repentinamente un tren un atrasado hizo entrada en el anden y El Prof. Juan se apretujo contra los otros en un vagón sin aire acondicionado.

En la oficina el desanimo era generalizado.
Y el Prof. Juan lo entendía sin apasionamientos.  
El sueldo que le pagaban a él, a todos, no compensaba de ninguna manera la labor que se hacía en el lugar. Independientemente del cargo del trabajador o de su experticia.
No alcanzaba para comer. 
No alcanzaba para vestirse o calzarse.
Ni siquiera alcanzaba para pagar el transporte.
La espiral inflacionaria no tenía ningún tipo de compasión y el bolívar se desvanecía día tras día sin importar si era fuerte o soberano.

Por eso el mes pasado la Profesora Aura María Morales emigró a dar clases en Perú. Y el Profesor Eduardo Jiménez, su colega y amigo más cercano en la Universidad, está estudiando los prospectos laborales para los profesores venezolanos en las universidades de Chile, Uruguay y de Argentina.

Día a día quedaba claro que era solo la responsabilidad vocacional individual de aquellos que aún no perdían la esperanza, lo que mantenía a flote el tejido universitario.

Aprovechando el internet de la universidad el Prof. Juan abrió el navegador en su escritorio, envió sus anotaciones a los tesistas y miró las noticias en la computadora.

El panorama informativo de hoy era el mismo de ayer y de hace 3 años.
El Prof. Juan estaba tan cansado de la distopía absurda y sin sentido en la que se había convertido Venezuela.
Del circulo vicioso de improvisación económica. 
De la guerra sucia entre la izquierda y la derecha local.
De la corrupción.
De la soberbia en el alto gobierno en donde nadie nunca era responsable de nada.
Pero por sobre todas las cosas estaba cansado de que no hubiesen perspectivas de mejoría en el futuro próximo.

Justo después de medio día el Prof. Juan caminó a su salón de clases y dictó el contenido de 2 materias a las 3 alumnas inscritas en su cátedra ese semestre. 
Las clases fluyeron sin contratiempos y al terminar los 4 abandonaron el Centro Comercial los Chaguaramos juntos para sentirse más acompañados y seguros.
En el camino, las 3 alumnas confesaron al profesor que solo estaban esperando titularse para abandonar el país.
El Prof. Juan se sintió desolado. 
Dió por sentado que era la única persona a su alrededor que no estaba considerando o haciendo planes para irse de Venezuela. 

Montado en un autobús el Prof. Juan miró discretamente al anciano de ropa roída, que hablaba consigo mismo, guindado de una de las manijas cerca de él. 
Tuvo la sensación instantánea de que ese Sr. era él mismo dentro de tan solo unos años y lo invadió la certeza de que una muerte decadente estaba a la vuelta de la esquina.
Sintiendo que le faltaba el aire se bajó del autobús.
En medio de la acera, se encontró a una madre indígena amamantando a su bebé. Al lado de ella había una caja de zapatos con algunos billetes arrugados y de baja denominación.
Juan arrojó el vuelto del autobús que aún no guardaba en su bolsillo y se alejó del lugar caminando rápidamente.

El teléfono comenzó a repicar en su bolsillo.
Era Camilo. Que le llamaba con voz animada para contarle emocionado que había conseguido una novia en el colegio.
Dos adolescentes comentaron algo entre sí al ver al Prof. Juan pasar. 
Él pensó que estaban por asaltarlo para quitarle el celular pero nada pasó. 

En una acera una mujer de apariencia perturbada y largos cabellos negros despeinados subió su falda y sin pudor alguno lavó su vagina con el agua que corría por el desagüe.
Sorprendido por la imagen el Prof. Juan cruzó la calle y por poco es atropellado por una camioneta Hyundai último modelo que cruzaba por allí a toda velocidad.
Cuando finalmente cerró la puerta del apartamento detrás de sí, se sintió aliviado de alguna manera. 
Caminó a su cuarto, se quitó los zapatos y en la cocina preparó un huevo hervido para calmar el hambre. 
Aprovechó rápidamente la llegada del agua, para limpiar lo sucio, llenar los potes vacíos y para bañarse rápidamente.

Encendió el televisor para sentirse acompañado e impresionado observó en la pantalla imágenes de los migrantes venezolanos abarrotando las fronteras de Colombia y de Brasil. 
Abrumado por la realidad apagó el televisor y se sentó en su escritorio a revisar unos exámenes de sus estudiantes de postgrado. 

Repentinamente se fue la electricidad.
Aún no eran las 5 de la tarde.
Con paso calmo el Prof. Juan se paró y caminó a la sala extrañado.
Era muy raro que se fuese la electricidad en Caracas.
¿Qué habría pasado?
A su alrededor comenzó a escucharse un grito de reclamo generalizado.

El Prof. Juan buscó su caja de cigarros y el encendedor mientras comenzaba un fuerte cacerolazo. 
El ruido era agudo y ensordecedor.
Se asomó al balcón dando bocanadas profundas y llamó a Isabel para preguntarle si tenía luz y si ella y Camilo estaban bien.
Poco a poco la avenida se llenó de gente caminando hacia al este y al oeste de la ciudad.
Los autobuses que pasaban por allí, estaban abarrotados. 
No podían transportarlos a todos. 

De un momento a otro el atardecer se llevó consigo toda la luz natural.
En el horizonte, hasta donde alcanzaba la vista, solo se veía un manto negro en el que con esfuerzo se adivinaban las siluetas de los edificios. 

Solo un momento después, al mirar la hora en su teléfono, El Prof. Juan descubrió que había perdido la señal del celular. 
Encendió una pequeña radio de baterías que tenía sobre su escritorio y escuchó a un locutor decir que el apagón era a nivel nacional. 

Eso le puso las cosas en perspectiva. 

Una sensación de vulnerabilidad le sacudió el entendimiento.
Pensó en Camilo, en Isabel y se recostó en la cama sintiéndose frustrado por no estar junto a ellos en ese momento. 
Trató de quedarse dormido pero hacía calor, había zancudos y la gente a su alrededor no paraba de gritar en coro:

¡MADURO! 
¡¡¡COÑO ‘E TU MADRE!!!

Pensó que si gritar en este país solucionara algo, a lo mejor él también gritaría. 
Pero permaneció en silencio porque sabía que no era así.

Cerca de la media noche, aún sin poder dormir escuchó un comunicado oficial en el que un ministro del gobierno acusaba a la oposición de haber causado la falla eléctrica.

Insomne y preocupado, en intervalos de una hora encendió la pequeña radio y movió el dial digital para ver si encontraba nueva información, pero no fue así ninguna de las veces. 

A las 3:30 de la mañana, a su alrededor solo quedaba el silencio de la frustración y la resignación de sus vecinos.

Ansioso el Prof. Juan se paró de la cama. 
Camino a tientas al baño y mientras orinaba, pensó que se echarían a perder las milanesas de pollo que con sacrificio había comprado para Camilo.

Tomó el último cigarro de la caja y caminó a fumarlo en el balcón.
Aún no tenía señal en su teléfono celular.
Una sensación de desamparo y desasosiego le hizo preguntarse si así sería el resto de su vida, si así sería la vida de Camilo.

La luna y las estrellas brillaban con fuerza sobre el cielo. 
Una luz pálida y blanquecina, iluminaba los edificios, las calles y las avenidas de una Caracas completamente apagada.

El panorama era sobrecogedor.

5 comentarios:

  1. "Desamparo y desasosiego" tantos recuerdos me trajo tu historia, el Metro de Ccs, los indigentes en Sabana Grande, los cortes de luz, la tragedia cotidiana de una moneda convertida en polvo.

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  2. .. Si así sería la vida de Camilo...has dado en el clavo.

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