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viernes, 19 de febrero de 2021

Perrarina.

Por Sergio Marcano.

En el interior de un pequeño rancho improvisado con bloques, tablas, láminas de plástico, zinc, sobre un piso de tierra, María, una mujer blanca, delgada, de 42 años le habla francamente a la cámara del celular de una reportera de un medio internacional. 

MARÍA
La cosa ahorita está dura. Está muy fuerte…
(Hace una pausa)
En toda esta zona no se consigue trabajo… 
Y si consigues algo, lo que te pagan no te 
alcanza para nada… A veces aquí a todos 
nos toca acostarnos sin comer… A uno, 
que ya es grande no le importa, pero a 
mis niños…

Los ojos se le llenan de lágrimas y María se las enjuga antes de que corran por sus mejillas. 

…Yo recuerdo que cuando yo estaba chiquita, 
mamaíta aunque sea una perrarina compraba 
en la bodega para darnos a mí y a mis 5 
hermanos… 
(Suspira)
Pero hoy la platica que uno consigue no 
alcanza para darse ese lujo… Eso era en otra 
época… 
(Resopla con resignación)
Hoy un kilo de perrarina cuesta más de 1000 
soberanos… Y ¿De dónde saco yo 1000 
soberanos? Yo no puedo pagar eso… 

María se toma un trago de agua de un vaso plástico amarillo que sostiene en la mano y habla con cierto tono reflexivo.

…Yo creo que mi mamá nunca comió de la 
basura… ¡Qué Dios me la tenga en la gloria! 
(Se persigna con devoción)
Yo apenas amanece me voy caminando al 
mercado municipal con los tres muchachos 
y mientras ellos le piden una ayudita a los 
camioneros que llegan a descargar la mercancía, 
a la gente, yo rebusco un tomate, unas hojas 
de cebollín, una papita… Alguna cosa yo consigo 
tirada por ahí y así vamos completando… 
(Hace una pausa)
Ayer hicimos una sopita bien buena con un 
carapacho de pollo que me conseguí… 
¡Bendito sea el Sr.!

María se persigna una vez más.

Y en la noche, con los rialitos que los 
muchachos recogieron, pudimos comprar 
unos pancitos dulces bien sabrosos que 
venden en la panadería del gordo Juancho 
en la esquina…
(Hace una pausa y sonríe)
Sí…  Ayer fue un buen día… 
(Asiente con convicción)
¡Gracias a Dios que todos pudimos comer! 

Carlos, un niño famélico de 6 años, entra al rancho y se acerca a María chupándose el dedo y agarrándose una oreja. 
María sonríe con alegría al verlo, lo toma en brazos, lo sienta en su regazo y le da un beso cariñoso. 
El niño se ríe feliz dejándose querer.
La reportera abre lentamente la imagen del celular y mete un retrato descolorido del corazón de Jesús que, detrás de María y de Carlos, parece mirarlos con conmiseración. Decide no hacerle más preguntas a la mujer y solo la observa unos segundos en silencio antes de cortar la grabación.



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