Por Sergio Marcano.
En el interior de un pequeño rancho improvisado con bloques, tablas, láminas de plástico, zinc, sobre un piso de tierra, María, una mujer blanca, delgada, de 42 años le habla francamente a la cámara del celular de una reportera de un medio internacional.
MARÍA
La cosa ahorita está dura. Está muy fuerte…
(Hace una pausa)
En toda esta zona no se consigue trabajo…
Y si consigues algo, lo que te pagan no te
alcanza para nada… A veces aquí a todos
nos toca acostarnos sin comer… A uno,
que ya es grande no le importa, pero a
mis niños…
Los ojos se le llenan de lágrimas y María se las enjuga antes de que corran por sus mejillas.
…Yo recuerdo que cuando yo estaba chiquita,
mamaíta aunque sea una perrarina compraba
en la bodega para darnos a mí y a mis 5
hermanos…
(Suspira)
Pero hoy la platica que uno consigue no
alcanza para darse ese lujo… Eso era en otra
época…
(Resopla con resignación)
Hoy un kilo de perrarina cuesta más de 1000
soberanos… Y ¿De dónde saco yo 1000
soberanos? Yo no puedo pagar eso…
María se toma un trago de agua de un vaso plástico amarillo que sostiene en la mano y habla con cierto tono reflexivo.
…Yo creo que mi mamá nunca comió de la
basura… ¡Qué Dios me la tenga en la gloria!
(Se persigna con devoción)
Yo apenas amanece me voy caminando al
mercado municipal con los tres muchachos
y mientras ellos le piden una ayudita a los
camioneros que llegan a descargar la mercancía,
a la gente, yo rebusco un tomate, unas hojas
de cebollín, una papita… Alguna cosa yo consigo
tirada por ahí y así vamos completando…
(Hace una pausa)
Ayer hicimos una sopita bien buena con un
carapacho de pollo que me conseguí…
¡Bendito sea el Sr.!
María se persigna una vez más.
Y en la noche, con los rialitos que los
muchachos recogieron, pudimos comprar
unos pancitos dulces bien sabrosos que
venden en la panadería del gordo Juancho
en la esquina…
(Hace una pausa y sonríe)
Sí… Ayer fue un buen día…
(Asiente con convicción)
¡Gracias a Dios que todos pudimos comer!
Carlos, un niño famélico de 6 años, entra al rancho y se acerca a María chupándose el dedo y agarrándose una oreja.
María sonríe con alegría al verlo, lo toma en brazos, lo sienta en su regazo y le da un beso cariñoso.
El niño se ríe feliz dejándose querer.
La reportera abre lentamente la imagen del celular y mete un retrato descolorido del corazón de Jesús que, detrás de María y de Carlos, parece mirarlos con conmiseración. Decide no hacerle más preguntas a la mujer y solo la observa unos segundos en silencio antes de cortar la grabación.
¡Vergación!, ¡lo visualicé perfectamente!.
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