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jueves, 11 de septiembre de 2025

Variaciones sobre un mismo tema

Por Andreína Gutiérrez.

Vacío

          

            Nada, no hay nada, está todo vacío. ¿Qué hay? ¡Pues nada! ¿Qué puedo hacer? ¡Nada! Ya no hay nada dentro de mí; ¿Qué podría haber después de tanta pérdida? Solo idas, despedidas, promesas huecas. Hubo tanto dolor, que ya ni siquiera hay eso. No queda nada. Solo esporas de esperanza flotando en el aire, sin rumbo, débiles, perdiéndose en la inmensidad del tiempo, esperando ser atrapadas para tener una nueva vida, una nueva oportunidad. Pero eso no pasa, explotan en sí mismas, se vuelven nada otra vez. El cero supremo apoderándose de lo que alguna vez fueron sueños, creencias, necesidades. 'Ya no importa' es la frase que me repito a cada momento, porque ni la sorpresa vive lo suficiente.

 

            Pero queda el amor, el amor más primario de todos, el más necesitado, eso es lo único que me queda, lo demás es olvido, bendito y doloroso olvido, que será la constante en un mundo extraño, caótico y ridículo. Pero debo dejar de esperar la soledad y la tristeza, porque eso ya ha permanecido mucho tiempo en mi vida. Dejar de ver los retazos de lo que alguna vez fue, todo se rompe con los zarpazos del tiempo, no hay cura para eso, es mentira, aquí todo tiene ese color feo y ese olor piche. Es que así es la desesperanza, ¿qué quieres que te diga? Todo vacío endurece y también embrutece, rumiar constantemente la pérdida no sube el IQ. ¿Qué más queda sino el regodeo masturbatorio de ese infierno que es no saber qué va a pasar? Ejercitar la mente para sobrevivir al terremoto. Nadie escucha, nadie entiende, no nacimos para ser comprendidos, pero todos somos parte del juego, incluso ustedes.

 

 

Cajitas

 

            En esta pequeña y linda cajita, tan perfectamente cuadrada, está todo lo que alguna vez existió, en realidad es lo queda, lo que sobró, y cabe justo en esta cajita. Pero no es la única, hay muchas más cajitas, la mayoría son así de pequeñas, para guardar todas las cosas que con el tiempo se han encogido: el amor, las esperanzas, las ilusiones, la risa, el respeto, las creencias, las compañías. Al final queda tan poco de todo eso que lo puedo meter en mis cajitas. Las he decorado con flores, con mariposas, con colores vibrantes, es solo para que destaquen, para que llamen mi atención de vez en cuando y no se me olvide que existen, que su contenido está allí, poqutísimo pero existente. Las demás cajas, las grandes, contienen todo lo que más bien ha crecido y aumentado con el tiempo: la rabia, el resentimiento, la indiferencia, la soledad, el desamor, el desconsuelo, la vulnerabilidad. Esas cajas no las decoro, solo son unas feas cajas de cartón viejo, descolorido y arrugado, pero son muchas, son grandes, están por todas partes, me estorban, las veo en todos lados, las tropiezo todo el tiempo, a veces me impiden caminar, se me atraviesan, como ansiosas de que las vea y las abra, yo no quiero hacerlo, entonces ellas mismas se caen, se doblan, se voltean, se abren y desparraman su contenido por doquier. ¡Me molestan tanto!  Sobre todo, por el desastre que dejan que siempre tengo que limpiar y recoger. Ni hablar de lo pesados que son el dolor y el odio para levantarlos y meterlos en sus respectivas cajas, cuesta un mundo, me hacen perder tanto tiempo. Cerrar las cajas tampoco es fácil, ponerles la cinta de embalar para que no se abran, siempre terminan abriéndose solas, y lucho por quitarlas del medio, apartándolas de mi camino, todas regadas y dispersas, intento acomodarlas, ordenarlas, apilarlas, clasificarlas, etiquetarlas, guardarlas. Que se queden ahí en el cuarto oscuro, frío y cerrado que dispuse para ellas, porque las cajitas lindas, las cuchis, las tengo organizadas en estantes, dispuestas de manera que yo las pueda ver desde todos los ángulos, pero a veces me parece que las coloqué en unos estantes muy altos que me cuesta alcanzar. Algunas veces he logrado usar una de las cajas grandes y rechonchas para subirme a ellas y llegar a las cajitas, eso pasa realmente muy poco, no es fácil lograr que esas condenadas cajas cooperen. Yo solo trato de deleitarme con mis pequeñas cajitas de madera pintada, con hermosos y vivaces motivos, que me alegran el día con solo verlas, aunque no las abra muy seguido para que no se escape ni se evapore su contenido. Son tan preciosas mis pequeñas cajitas.

 

 

Reflectantes

 

            Si colocas dos espejos frente a frente se formará una imagen infinita, la imposibilidad física de reflejar el reflejo del otro hasta nunca acabar. Es eso, la falta de resolución, lo que perturba, las interminables posibilidades, iguales todas unas a otras. No saber ya es malo, pero saber es peor. Saber como quien ve una bola de cristal, pero hecha de puro instinto. 'Conocer tu ganado' le llaman. La tristeza de saber y quedarse mirando con ojos largos, atestiguar lo que viene, o lo que toca que es lo mismo. Otros le llaman destino, pero eso tiene demasiadas connotaciones para desgranarlas aquí. ¿Qué será lo importante entonces? ¡Nada! porque la nada es lo que se ve en la imagen de los espejos enfrentados, la repetición que se convierte en cero. Nada como perderlo todo en el infinito. Está y no está, es y no es, como la memoria danzante y caprichosa. ¿Y qué fue de todo eso que fue? Repito, ¡nada! Reflejas aunque no quieras, te reflejan aunque no te pidan permiso. Llamas a tu peluquero, pides una segunda opinión, ruegas por una nueva imagen, así no se hace, es banal y estúpido pero muchas veces necesario. El espejo debe devolverme la imagen por la que pregunto, es lo justo, pero los espejos no saben de justicia, solo saben de reflejos. Si no quieres que te digan la verdad, no les preguntes, de hecho, la mejor respuesta posible es esa infinitud. Perderme no es mejor, solo si voy inconsciente. Aparta los espejos ya, solo hacen su trabajo, es tu culpa que no te guste lo que muestran, que no es un cuerpo, es una vida y tú la desperdicias. ¡Vamos, el infierno reflectante te espera!

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