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viernes, 19 de septiembre de 2025

Vessel

Por Sergio Marcano.

Una madrugada calurosa,

exactamente a las 3 am,

la hora contraria de la muerte de Jesús de Nazaret en la cruz;

 

en el interior de una cabaña de bahareque;

 

ante un altar repleto de santos cristianos y santeros,

así como un sin número de velas y velones de distintos tamaños,

 

la matriarca Graciela, una anciana (83), con rasgos indígenas y de cabellos completamente blancos,

frota una foto de Elías con un líquido espeso de color rojizo.

 

Las paredes y el piso alrededor del altar están llenos de marcas blancas y negras:

cruces invertidas,

espirales,

pentagramas,

ojos,

triángulos.

 

Al lado de la anciana está, su hija María (56), delgada, demacrada y vestida de negro;

fuma un tabaco y recita de manera gutural un cántico repetitivo y melódico.

 

Del techo cuelgan atajos de ramas y de palos, algunos de ellos tienen formas de insectos, de arañas.

 

 

Al lado de las dos mujeres, está Mirian (38), que anuda con convicción una cuerda sobre un frasco envuelto en papel marrón.

 

MIRIAN: Reclamo tu aliento… Reclamo tu sangre… Reclamo tu vida… ¡Qué te hundas Elías Ramos! ¡Qué te jodas Elías Ramos! ¡Qué te duela Elías Ramos!

 

 

 

 

A kilómetros de distancia,

Elías (45), un hombre blanco, delgado, se retuerce inquieto y acalorado sobre su cama;

 

 

En medio de un sueño,

Elías participa en una orgía con tres mujeres jóvenes,

 

se acarician entre todos,

se besan,

 

Elías las penetra de manera indistinta,

todos disfrutando del momento,

todos llenos de placer;

 

pero de pronto,

los besos se convierten en mordidas,

las caricias en rasguños,

en golpes violentos,

en cuchilladas,

en castración,

en una incisión en la barriga que hace que a Elías se le salgan el estómago los intestinos fuera de su torso;

 

en la cama, sobre los espasmos y estertores de su cuerpo moribundo,

las mujeres continúan con la orgía,

ahora restregándose con las vísceras y la sangre de Elías por sus senos, por su sexo,

 

besándose desaforadamente,

haciéndose el amor,

infatuadas las unas con las otras,

 

extasiadas de placer.

 

 

 

Elías se despertó sobresaltado; perseguido en la realidad, por una sensación de inseguridad y ansiedad, a la vez opresiva y ominosa.

 

Tomó una caja de cigarrillos de la mesa de noche;

encendió uno y lo aspiró con todo el aliento de sus pulmones.

 

Una luz artificial de neón rosado y azul claro, entraba por la ventana iluminando la mitad de su rostro de manera intermitente.

 

Elías se ve enfermo,

pálido y con ojeras;

 

La piel de su espalda y de su torso, está brotada con llagas rojas y blancas de diferentes tamaños.

 

De pronto comenzó a toser violentamente.

Se levantó de la cama.

Tomó una botella de ron y le dio un trago,

eso pareció calmarle la tos;

tiró el cigarrillo en el suelo y lo pisó.

 

Se tomó otro trago.

 

Entró a un baño de baldosas manchadas por la humedad y encendió una luz;

se acercó al lavamanos, se echó agua en la cara y en el cuello.

Tomó una pequeña toalla y se secó el rostro frente al espejo.

 

Detrás de él, en la oscuridad del cuarto, miró una sombra, la sombra de una mujer.

Elías se la quedó mirando y aunque no tenía ojos podía sentir que la sombra lo miraba también.

 

ELÍAS: ¡Lárgate de mi presencia!

 

La sombra femenina en el fondo de la habitación permaneció inamovible.

Elías miró su rostro en el reflejo una vez más.

Se recogió el pelo con las dos manos, se peinó.

 

ELÍAS: Tienes que irte de aquí… ¡Entregar ese maldito dinero!

 

Apagó la luz.

Se acercó a una silla en medio de la habitación, tomó un pequeño bolso de cuero, unas llaves de una mesa cercana y abrió la puerta;

pero antes de salir,

completamente paranoico,

miró con detalle todo el perímetro;

de derecha a izquierda y de izquierda a derecha.

 

Afuera, en el estacionamiento del motel,

además de su carro,

había otros tres vehículos estacionados.

 

Ni un alma a la vista.

Elías salió de la habitación, caminando rápidamente,

el pavimento está mojado,

en los charcos se reflejaban todas las luces circundantes,

de los postes,

del neón del hotel;

de los carros y camiones que transitaban por la autopista.

 

 

Elías se tomó un trago largo de ron.

 

Sobre su cabeza, una luna llena iluminaba las nubes grises que le circundaban.

 

Nerviosamente Elías metió la mano en su bolsillo y sacó un manojo de llaves;

abrió la puerta de un camaro, color verde,

entró en el, cerró la puerta y metió el seguro;

volvió a mirar con paranoia a su alrededor.

 

De pronto comenzó a toser violentamente.

Se cubrió la boca con la mano desnuda y se tomó un trago de ron intentando calmarse.

Al encender el auto, la radio se encendió también:

 

LOCUTOR: …Capital dando la hora… Son las 3.48 de la mañana.

 

Elías miró por el espejo retrovisor a la oscuridad en la habitación que acababa de dejar atrás.

Mientras se alejaba con el carro, tuvo la sensación, de que continuaban mirándole desde allí.

 

 

En la radio comenzó a sonar “Tonada de Luna Llena” de Simón Díaz,

Elías le subió todo el volumen para despejar su cabeza;

y miró con atención al camino.

Árboles, casas y postes de luz pasaron en barrido.

Se tomó un trago de ron y miró por el espejo retrovisor,

la carretera estaba vacía hasta donde alcanzaba la vista.

 

 

 

 

De noche, también en la carretera, Raquel (26) una mujer hermosa, de rasgos indígenas y curvas generosas, llora desconsolada.

 

RAQUEL: Elías no me digas eso, tú y yo, no podemos terminar. Escúchame, por favor, yo te quiero, te quiero como nunca he querido en toda mi vida.

 

Elías volteó a mirarla,

e intentó razonar con ella.

 

ELÍAS: Raquel, ¿Qué me estás diciendo? yo te aclaré una y mil veces que tú y yo, éramos solo una cana al aire, para no quedarnos con las ganas luego de la convención… Y tú aceptaste, tú estabas de acuerdo conmigo. Siempre estuviste de acuerdo conmigo.

 

Raquel lucía contrariada, fuera de sí.

 

RAQUEL: Yo sé Elías, yo lo sé todo. Pero nada de eso cambia como me siento ahora; lo que me gustas, todo lo que te deseo.

 

Raquel se acercó a él y comenzó a besarlo.

 

RAQUEL: Estoy enamorada de tí Elías, te amo.

 

Elías la apartó de su lado.

 

ELÍAS: Raquel no. Yo ya no puedo seguir con esto.

 

Apartándose de él, Raquel se sintió profundamente frustrada intentó calmarse, controlar toda la molestia que sentía;

pero a medida que escucha lo que decía Elías, ese sentimiento se transformó en una rabia, en una ira fuera de control.

 

ELÍAS: A lo mejor, si no hubieses llamado a mi casa y hablado con mi mujer, habría alguna posibilidad de continuar, como lo habíamos hecho hasta ahora… Tranquilos en secreto… Pero ya no. Tu querías más… y sí… ¡Lo echaste todo por la borda!

 

Raquel, gritó de manera irracional,

 

RAQUEL: ¡¡¡Yaaaaa!!!

 

y comenzó a golpearlo con ambos puños.

 

ELÍAS: Pero ¿Qué haces?

 

RAQUEL: Hijo de puta. No te voy a dejar hacerme esto. ¡No voy a dejar que me dejes!

 

Raquel le rasguñó la cara y el cuello violentamente;

abriéndole, heridas en ambos lugares,

 

ELÍAS: ¡Para que nos vamos a matar!

              

RAQUEL: Tú eres mío, ¡mío! ¡Y si no eres mío no vas a ser de nadie más!

 

Raquel agarró el volante, lo giró hacia la derecha;

y pisó el acelerador con su pierna izquierda;

 

sorprendido, Elías perdió el control del carro,

y el vehículo se salió del carril que le correspondía.

 

En una fracción de segundo, el carro embistió violentamente el costado de una camioneta amarilla que, justo en ese momento, pasaba por el lado contrario de la autopista.

 

Raquel, que no llevaba puesto cinturón de seguridad, salió expulsada violentamente por el parabrisas delantero, fracturándose el cuello y perdiendo la vida en el instante.


Gracias al cinturón de seguridad, Elías permaneció con vida, fracturándose solo las costillas y dislocándose el hombro izquierdo.

 

Con la cabeza volteada en una posición antinatural,

sobre el capó del carro;

la mirada vidriada del cuerpo inerte de Raquel parecía recriminarle aun, desde la muerte.

 

 

Con los ojos bañados en su propia sangre,

aterrado,

en estado de shock,

Elías,

trató de liberarse de su cinturón de seguridad, para salir del vehículo y entender mejor la magnitud de lo sucedido.

 

 

 

 

Luego de acelerar todos los procesos pagando unos 50 mil dólares a todos los funcionarios de turno,

 

legalmente libre de culpas ante la fiscalía nacional;

 

solo tres días después de su breve convalecencia en el hospital;

 

cuando Elías regresó a su departamento,

descubrió que su mujer había recogido todas sus pertenencias,

las del closet, las de su escritorio y le había abandonado.

 

Intentó comunicarse con ella, pero todas sus llamadas fueron infructuosas,

 

el número parecía estar desconectado;

 

frustrado, solitario, aún adolorido,

lleno de remordimientos,

 

Elías se tomó dos calmantes para el dolor y se acostó para tratar de descansar.


Pero aún así, los sentimientos de culpa no le dejaron conciliar el sueño.

 

 

 

 

Una semana después, en el cementerio general del sur;

Sentado en el camaro,

a media cuadra del entierro de Raquel,

triste, frustrado;

Elías miró los rostros de dolor, bañados en llanto,

de todos los familiares de la difunta;

 

al final de la liturgia,

después de que los trabajadores del cementerio bajaran la urna de Raquel en el foso;  

 

el padre de Raquel, un hombre (56), de rasgos indígenas, reconoció a Elías dentro del carro y sin pedir permiso, abrió la puerta y se sentó en el asiento del copiloto.

 

PADRE DE RAQUEL: Sr Elías. Que buena oportunidad me brinda usted con su presencia… Estaba por buscarlo para decirle que toda muerte violenta en mi pueblo tiene un precio. Y usted, que es el responsable de la muerte de mi hija, tiene que pagar con dólares o con sangre.

 

Elías no entiende claramente lo que dice el hombre.

 

ELÍAS: Sr. Morán yo no soy…


El padre de Raquel lo interrumpe.

 

PADRE DE RAQUEL: Escúcheme bien, la muerte de mi hija vale 600 mil dólares o su propia vida.

 

Sorprendido, sin creer lo que escucha.

 

ELÍAS: ¿De qué está hablando?

 

PADRE DE RAQUEL: Tome muy en serio estas palabras que le digo Sr. Elías Ramos… Porque mi familia y yo vamos a cobrarle de una o de otra manera.

 

Los dos hombres se miran fijamente por unos segundos, hasta que el padre de Raquel se baja del vehículo.

 

PADRE DE RAQUEL: Tiene 15 días para juntar el dinero y llevarlo a está dirección.


Le entrega un pequeño papel escrito con bolígrafo negro.

Elías tomó el papel, pensando que aquel hombre había perdido la razón.

 

 

 

 

Aún escuchando “Tonada de Luna Llena” de Simón Díaz a todo volumen, conduciendo a toda velocidad por la autopista regional del centro,

Elías se empino la botella sobre los labios y se tomó un trago de ron;

cuando, de pronto sintió un terrible dolor en el estómago.

Soltó el volante y se apretó el estómago con ambos antebrazos.

 

ELÍAS: Ahhhg...

 

El carro perdió la estabilidad y se fue hacia la izquierda.

Las luces de otro carro se aproximaron frente a él.

Elías se esforzó y tomó de nuevo el control del volante.

El carro volvió a su carril en la autopista.

El otro carro pasó a su lado tocando corneta.

 

CONDUCTOR: ¡Coño de madre!

 

Sin soltar el volante Elías comenzó a rascar su espalda.

Una araña salió por el cuello de su camisa.

Alterado Elías la agarró y la aplastó violentamente contra el asiento.

Luego, con esa misma mano, agarró la botella de ron y se tomó un largo trago.

 

ELÍAS: Hija de puta... ¡Brujas! ¡Brujos!

 

Su expresión reflejaba un aire de frustración.

Pisó el acelerador hasta el fondo.

 

 

 

 

A media noche,

sin hacer el menor ruido,

al departamento de Elías, entraron Graciela, María y Mirian;

y,

como si conocieran el espacio,

caminaron directo al cuarto donde dormía Elías.

 

 

Graciela entró de primera, saco una diminuta bolsa plástica de sus senos, y se colocó el fino polvo negro que contenía, en la palma de la mano;

se acercó a la cama en la que Elías dormía

y lo sopló suavemente a las fosas nasales del hombre.

 

Las otras dos mujeres miraron aquello expectantes.

 

Elías lo aspiró una y otra vez, sin siquiera, darse cuenta;
y entró en un sueño profundo.

 

 

Alrededor de la cama las mujeres comenzaron a desvestirlo, hasta dejarlo completamente desnudo.

Con una aguja curva, María puyó 7 veces la espalda y 7 veces el pecho de Elías.
Lo colocaron boca arriba.

 

Luego, las mujeres se descalzaron, se desnudaron y se acercaron a la cama;

se tomaron de las manos y recitaron un canto melódico, con palabras ininteligibles.

 

 

Elías poco a poco comenzó a agitar su respiración,

a tener una erección, a mover sus caderas como si estuviese teniendo sexo y de pronto tuvo un orgasmo.

 

El cántico de las mujeres cesó en ese mismo momento.

 

Con un pedazo de tela roja, Miriam recogió las 7 gotas de sangre roja y oscura del pecho, y luego el semen blanco de la barriga de Elías.

Sin más, las tres mujeres abandonaron el espacio.

 

 

 

 

En ese mismo momento,

pero en el cementerio general del sur,

iluminados solo por la luz de media luna amarillenta,

El patriarca y sus dos hijos, desenterraron el cuerpo de Raquel;

y con un filoso cuchillo, uno de los dos hermanos le abrió el pecho  y le sacó el corazón;

lo envolvió en un pedazo de tela negra que sacó del bolsillo de su pantalón y lo entregó a su padre.

Luego cerró el pecho de su hermana,

la tapa de la urna,

y con ayuda de su hermano, volvió a enterrar el cuerpo bajo tierra.

 

 

 

 

Rodeadas por velas negras de diferentes tamaños,

con el corazón de Raquel, abierto de par en par en una mesa;

 

mientras que María y Mirian recitaban un cántico de manera gutural;

 

Graciela introdujo el pedazo de tela roja, aún húmeda con la sangre y el semen de Elías, dentro del corazón y comenzó a coserlo, puntada a puntada, con la aguja curva, enhebrada ahora con un grueso hilo negro.

 

Luego, Graciela envolvió el corazón con la tela negra y lo ató con mecatillo en todas las direcciones hasta formar una bola.

 

 

 

 

RAQUEL: ¡Elías!

 

Elías escuchó claramente la voz de Raquel llamar su nombre,

y se despertó en su cama;

 

desnudo,

nervioso;

caminó habitación por habitación de su departamento buscándola,

 

ELIAS: ¿Raquel?

 

Todos los espacios estaban vacíos.

 

 

Encendió la luz del baño y mientras orinaba, se sintió el pegoste de semen seco en el abdomen y mirándose en el espejo,

extrañado,

se descubrió las 7 pequeñas punzadas en su pecho y en su espalda;

 

¿Qué podría ser aquello?

¿Cortadas del vidrio roto del parabrisas que no había notado?
Parecía otra cosa.
Algo diferente;

nuevo.

 

Abrió la ducha y se bañó con agua caliente.

 

Se secó, vistió y bajó al estacionamiento para irse a trabajar.

 

 

En su carro había olor a carne podrida,

a muerte.

Elías abrió las cuatro puertas, para dejar salir la hediondez y para encontrar lo que la producía;

en la maleta encontró un saco de tela blanca manchado de sangre seca,

la fuente de donde provenía aquel olor infernal,

abrió con cuidado el nudo de la soga que lo amarraba, y con espanto, descubrió los cadáveres putrefactos,

cubiertos de gusanos,

de cuatro gatos negros;

 

Elías cerró el saco rápidamente y lo lanzó, lejos de su carro, en el suelo del estacionamiento.

 

 

De pronto dos hombres lo agarraron por ambos costados.

 

HERMANO RAQUEL 1: ¿Dónde están los reales de la muerte de Raquel?

 

Asustado, sorprendido.

 

ELÍAS: ¿Cuáles reales? Yo no tengo ningunos reales…

 

HERMANO RAQUEL 2: Busca los reales, coño de madre, porque nosotros no estamos jugando.

 

Y sin más, los dos hermanos lo cayeron a golpes,

a patadas,

hasta hacerle perder el sentido.

 

 

 

Elías se despertó en el suelo del estacionamiento.

Con los cadáveres de los gatos desparramados sobre él y su alrededor.

 

 

Se levantó, se limpió la ropa y subió a su carro;

 

asustado,

entendiendo que la familia de Raquel no estaba jugando;

allí mismo, hizo algunas llamadas;

y consiguió todo el dinero que pudo:

256.000 dólares.

 

 

Exhausto, de nuevo en su departamento,

cuando se quitó la camisa para bañarse,

notó que la piel de su torso y de su espalda tenía un sarpullido raro.

Pero se bañó sin prestarle atención.

 

 

Esa noche, como a las 3 de la madrugada,

desvelado, insomne,

repitiendo el momento de la muerte de Raquel en su mente;

 

justo al lado de su cama,

notó la presencia de una sombra negra,

la sombra negra de una mujer,

mirándole parada allí,

en medio de la penumbra del cuarto.

 

ELÍAS: ¿Raquel?

 

Encendió la luz de la lámpara de noche y la sombra desapareció.

 

Elías se levantó para ir al baño y descubrió que la erupción que tenía en su torso había avanzado,

y ahora estaba cubierto por pequeñas pústulas.

 

ELÍAS: ¿De que coño se había enfermado ahora?

 

Caminó a la cocina, abrió una alacena y se roció el pecho y la espalda con un spray de alcohol isopropilico.

 

En el balcón encendió un cigarrillo y se lo fumó.
Notó que en su celular tenía unas llamadas perdidas y un mensaje.

 

Entró al buzón de su contestadora, para escucharlo.

 

EX MUJER: Elías deja de llamarme por favor. Entiende que no te quiero volver a ver… Finalmente conseguiste lo que querías: ¡Eres un hombre libre! Acuéstate con todas las mujeres que te pida el cuerpo. Prospera. Se feliz.

 

Elías aspiró el cigarrillo lleno de remordimientos.

Tomó el papel en el que estaba la dirección a la cual tenía que entregar el dinero a la Familia Morán y lo miró.

 

Tomó las llaves del carro, el bolso de cuero con el dinero y salió del departamento.

 

 

 

 

A las 3 de la madrugada,

 

desnudos,

con la mitad superior del cuerpo pintada con petróleo,

 

reunidos alrededor de una gran hoguera en medio de un descampado,

 

 

toda la familia de Raquel, el padre, los dos hermanos, la madre y la tía,

observaron a la matriarca Graciela, recitando un cántico repetitivo y melódico, antes de arrojar la bola de tela con el corazón de Raquel en el fuego.

 

Cuando la bola de tela negra comenzó a arder en medio de las llamas,

todos los presentes comenzaron a entonar el mismo cántico que la matriarca.

 

 

 

 

Elías estacionó el carro y se bajó, con el bolso de cuero colgado en su hombro derecho;

 

la luna brillaba intensamente en el firmamento despejado.

 

ELÍAS: Tiene que ser aquí. Este es el lugar.

 

 

 

Adolorido;

Elías caminó, por un sendero de tierra;

dirigiéndose a una cabaña de bahareque en el fondo.

 

 

 

 

Elías golpeó con fuerza la puerta de madera de la cabaña.

Un insecto salió por la manga de su camisa.

Elías lo sacudió al suelo y lo pisó violentamente.

 

Impaciente, Elías empujó la puerta y esta se abrió.

 

ELÍAS: ¿Hay alguien aquí?

 

El interior de la cabaña estaba en penumbras; pero la luz de la luna que se coló por la puerta, iluminó una lámpara de querosén, justo al lado del dintel en la entrada;

 

al verla, Elías la recogió y la encendió con un encendedor plástico que sacó de su chaqueta;

una luz amarillenta iluminó poco a poco el lugar.

 

ELÍAS: ¿Señor Morán?

 

Lámpara en mano, Elías caminó hasta llegar a un altar repleto de santos cristianos y santeros;

todas las velas y velones estaban apagadas;

había vísceras colocadas en taparas,

papeles y cartas quemadas,

también una foto suya manchada con un líquido rojizo en un plato.

 

Elías miró todo aquello extrañado,

Intranquilo

y con escalofríos en la piel.

 

Agarró su foto, la limpió, la dobló y se la guardó en el bolsillo del pantalón.

 

Colocó la lámpara sobre el altar y el bolso con el dinero en el suelo,

 

sin saber por qué, se sintió atraído a un grueso recipiente cubierto con papel marrón, amarrado con mecatillo;

y cuidadosamente, comenzó a desamarrarlo.

 

Adentro, había un pequeño hombre de tela rodeado de arañas de distintos tipos y tamaños.

 

Aterrado por la visión, Elías se persignó y colocó el pote, ahora descubierto, sobre la mesa.

 

De pronto comenzó a toser violentamente,

salpicando de sangre a los santos del altar;

 

se limpió la boca con el dorso de la mano;

 

una gota de sangre se deslizó lentamente por el rostro de una virgen sin ojos.

 

Elías acercó sus manos al pote de vidrio y lo abrió;

 

las arañas comenzaron a salirse,

a caminar entre las velas y velones apagados.

 

 

De pronto Elías comenzó a tener arcadas y sin más, a vomitar un líquido oscuro.

 

 

 

Caminando entre los cañaverales,

iluminados tan solo, por la luz tenue de una luna, casi completamente cubierta por nubes de tormenta,

la familia de Raquel se aproximó con pasos calmos a la cabaña.

 

 

 

 

Botón a botón, Elías comenzó a quitarse la camisa.

Las llagas en la piel de su pecho y de su espalda lucían abultadas, a punto de estallar.

 

 

Lleno de dolor,

cansado,

desesperado,

 

sin saber qué más hacer,

comenzó a rezar.

 

ELÍAS: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino;

 

La pata de una araña se abrió paso a través de la piel de una de las llagas en su pecho;

y cuando estuvo libre caminó por su piel desnuda.

 

Elías comenzó a llorar;

 

en el interior de las llagas,

tanto en el pecho, como en la espalda de Elías,

se movían frenéticamente otras arañas a punto de nacer.

ELÍAS: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo…

 

 

 

Ya en la cabaña;

el patriarca aseguró la puerta con un tablón de madera;

mientras que los hermanos rociaban las paredes con gasolina.

 

 

Una araña subió por la pierna de Graciela y ella la agarró con delicadeza.

 

 

 

Dentro de la cabaña,

un gran número de arañas caminaban ahora por el piso,

por las paredes,

 

Elías yace sin sentido, acostado en el suelo.

 

 

La matriarca Graciela, encendió un fósforo y lo lanzó contra la pared;

el fuego comenzó a expandirse con rapidez.

 

Agarrados de manos, los unos, con las otras,

toda la familia de Raquel recitó un cántico de cadencia lenta, repetitivo,

melódico;

 

 

las llamas poco a poco engulleron toda la cabaña;

iluminado los rostros satisfechos,

serenos,

 

de la familia Moran;

 

 

Raquel ahora podría descansar en paz.

 

  

Fin.

 

 

 

(Basado en el guion Vesselde Sergio Marcano)

 


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