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jueves, 17 de noviembre de 2022

Solo un momento

Por Sergio Marcano.


Mario tiene 44 años.
Es un profesor de secundaria que se esfuerza día a día por vivir lo más decentemente que puede en la depauperada Venezuela contemporánea.
 
Es el padre de Yelitza, de 7 años de edad y por ella siente un amor sobrehumano.
A ella le dedica todo el tiempo que Elimara Herrera, su ex-pareja, le permite.
 
Mario lleva ya 3 años y 9 meses solo.
Luego de su difícil divorcio decidió que no quiere más complicaciones amorosas en su vida y ha permanecido soltero desde entonces.
En este momento Mario está cursando el último semestre de una Maestría en Literatura Latinoamericana.
Desde que esos estudios comenzaron hace un año y medio, su mente se mantiene distraída y ocupada analizando el verbo y la estructura narrativa de los más variados autores argentinos, colombianos, uruguayos, mexicanos y venezolanos.
 
Esta semana Luis Daniel, su mejor amigo de toda la vida consiguió “un tigre” pintando la casa de un empresario en Puerto Cabello y le llamó para preguntarle si quería ser uno de los tres pintores.
 
Si bien Mario no había pintado con brocha gorda más que cualquier hijo de vecina, aceptó el trabajo porque el pago era en dólares y en 7 días podía ganarse lo que se ganaba en 4 meses dando clases en el instituto.
 
Una matemática a todas luces ineludible.

Para Puerto Cabello se fueron en el carro de Sabrina, la novia de Luis Daniel, y conversando, el viaje de unas 4-5 horas, pasó rápidamente. De un momento a otro estuvieron frente a la casa que tenían que pintar.
 
Allí los recibió Contreras, el escolta del empresario.
Un hombre de 35 años, barbado, atractivo, que llevaba colgado en su cinto un revólver y dos cargadores, y que luego de un apretón de manos firme, se presentó a si mismo como un ex-agente de la Brigada de Inteligencia y Criminalística Nacional.
 
Eso despertó un rechazo instantáneo en Mario, fóbico a la autoridad, y que tenia la certeza de que las armas cambiaban algo en la química cerebral de quién las portaba.
 
Luego de dejarles guardar el carro en el garaje de la casa; amablemente y con ritmo pausado, Contreras les mostró todas las zonas que debían ser pintadas: garaje, fachada, planta baja, planta alta, y parte trasera de la casa. Al final del recorrido les hizo entrega de la pintura y del instrumental de trabajo (brochas de diferentes tamaños, rodillos, recipientes plásticos, escaleras, etc.). Y resaltó la importancia de que todo estuviese listo en exactamente siete días, porque el Dr. Andrade regresaría para ese momento de su viaje de negocios.
 
Luego de alojarles en dos habitaciones de servicio ubicadas en la planta baja, Contreras recibió una llamada telefónica y tuvo que salir de la casa.
 
Esa noche, acalorado, incómodo, intranquilo, Mario se levantó de la cama y salió al patio a fumarse un cigarrillo.
Sentado en una silla al lado de la piscina descubrió a Contreras campaneando un trago de whisky, como si fuera el amo y señor de aquellos espacios.
Mario se sintió fuera de lugar, pero de todas maneras encendió el cigarrillo y lo aspiró con todo lo que daban sus pulmones.
Inmediatamente Contreras le hizo una señal para que se acercase y le preguntó si quería un trago.
Sin esperar respuesta le sirvió un generoso chorro de whisky 18 años en un vaso plástico que estaba sin usar sobre la mesa y se lo ofreció con el brazo izquierdo.
 
Tratando de no ser descortés Mario agarró el vaso y tomó un sorbo.
El sabor le explotó en la boca y en el estómago.
Del aguardiente barato que podía costearse de vez en cuando, a esto, había una diferencia notable.
Eso le lleno de aprehensión por unos segundos.
 
Contreras le pidió un cigarrillo y Mario le entregó la caja y el encendedor.
La mirada de Contreras era inquisidora sobre Mario y a Mario eso le hacía sentir un poco incómodo.
Además no sabía ni qué decirle. ¿De qué podía hablársele a un ex-policía?,  
¿De su época de extorsión y matraqueo?,
¿De su papel en la represión de las protestas de la oposición?,
¿De la “Operación Emancipación del Pueblo”?,
¿De tortura?
 
Así que al terminar todos los tópicos inocuos a los que se le ocurrió echar mano -clima, béisbol, fútbol- Mario se tomó el último trago de su vaso, se despidió amablemente y regresó a su habitación.
 
Esa primera mañana Contreras volvió de la calle, con varias bolsas en las que traía el desayuno.
Todos ayudaron a poner la mesa.
Había arepas de carne mechada, de pollo, de pernil, jamón y queso, jugos, refrescos, maltas. Salsa tártara, guasacaca, picante y una jarra de café negro y otra de café con leche.
Mario miró la comida en la mesa y se quedó pensado en lo que podría haber costado todo aquello en el mercado negro.
Una verdadera paradoja en esa Venezuela en la que había que hacer largas colas y encomendarse a Dios para conseguir un pollo, un café o un paquete de harina de maíz en el mismo establecimiento.
Mario prefirió no comentar una palabra de lo que pensaba y se sentó en la silla libre frente a Contreras.
Entonces se fijó en el pequeño símbolo “Ying y Yang” que traía colgado del cuello; y no pudo evitar preguntarse de manera despectiva: ¿Qué podría saber aquel ex-policía sobre el Tao? Y ¿Sobre las fuerzas opuestas que dan armonía y balance al universo?
 
Todos comieron con apetito.
 
Ese día se pintaron 4 de las habitaciones principales, sus baños y los pasillos que conducían a ellas.
 
De nuevo insomne, Mario se levantó de la cama tomó su celular, sus audífonos y se fue a pintar una habitación que había dejado sin terminar al final de esa misma tarde.
De manera aleatoria comenzó a sonar “Oh que será” de Willie Colón.
Abstraído, cantando frases sueltas de la canción e incluso dando algunos pasos de baile, Mario comenzó a trabajar.
 
Contreras, haciendo su ronda nocturna, no tardó en hacer acto de presencia.
Observó a Mario por unos segundos y su actitud despreocupada le hizo sonreír.
Entonces le hizo una señal para que le viese y le pidió un cigarrillo.
Sorprendido, sin quitarse los audífonos, en un intento por marcar distancia, Mario le señaló una mesa donde los había colocado y continuó trabajando.
Contreras caminó al lugar, tomó un cigarrillo de una cajetilla casi vacía y lo encendió.
Le dio una bocanada profunda.
Caminó unos pasos al lado de Mario y le observó dar unos brochazos de pintura.
Exhaló.
Notando la poca disposición que Mario tenia para establecer conversación, le dio una palmada en la espalda, le agradeció por el cigarrillo con un gesto y salió de la habitación tarareando la canción.
Mario lo miró alejarse con cierto alivio.
A la mañana siguiente Contreras de nuevo trajo un desayuno copioso. Cachapas rellenas de queso de mano y pernil, jugos de frutas naturales y una jarra de café negro.
Mario miró la comida con cierto desprecio y se propuso a si mismo desayunar lo más frugalmente posible.
 
Tuvo la certeza de que se estaba volviendo un resentido social.
 
Sin que Mario se lo pidiese, Contreras le sirvió un vaso grande con café y lo puso frente a él.
Mario le agradeció con un gesto, tomó el vaso y se bebió unos tragos intentando espabilarse.
 
Esa mañana, Luis Daniel y Sabrina comenzaron el día hablando de política. De lo bien que parecía estar Puerto Cabello y su gente.
Mario prefirió mantenerse en silencio, ya que, claramente, era el único opositor del grupo.
Contreras, que era un hombre bastante perspicaz, entendió que Mario no estaba con el proceso y cambió el tema de conversación rápidamente.
 
Ese día, trasnochado y haciendo equilibrio sobre una escalera tambaleante Mario pintó de manera mecánica el muro externo de la casa; pensando que con el dinero de este trabajo podría comprar sin problemas la ropa y los útiles escolares de su hija y quizás finalmente completar el dinero que le faltaba para comprarse un par de zapatos decentes.
 
A media mañana Contreras se acercó a Mario y le llamó.
Mario Bajó de la escalera tambaleante y se acercó a Contreras limpiándose las manos.
Contreras le entregó una cajetilla nueva de cigarrillos.
Mario le dijo que no era necesario, que él estaba por salir a comprar, pero Contreras insistió, luego se bajo del carro, se acercó a la escalera y la abrió de manera correcta, en un ángulo más firme y seguro.
Mario se sintió algo avergonzado.
Su fachada de pintor profesional se había venido abajo.
Sin reparar en eso, Contreras subió a la camioneta una vez más y se alejó por la calle solitaria.
 
Como a las dos de la madrugada Mario salió al patio a fumarse un cigarrillo. Allí estaba Contreras, peleando acaloradamente con una mujer por teléfono.
Mario prefirió no interrumpir aquella escena y caminó a la parte posterior de la casa.
Allí encendió su cigarrillo y le dio una calada profunda.
Contuvo el humo todo lo que pudo en sus pulmones.
El cielo estaba cubierto de estrellas.
Muchas más de las que se podían ver a simple vista en la bóveda celeste caraqueña.
Contreras caminó al patio trasero en lo que parecía ser el momento más álgido de la pelea. Mario incluso pudo escuchar a la voz femenina amenazarle con no volver a dejarle ver a sus hijos.
Los dos hombres intercambiaron una mirada fugaz.
Mario se sintió profundamente incómodo.
Contreras se regresó por donde había venido. Tratando de hacer entender a la mujer que no podía separarlo de sus hijos.
 
Al día siguiente Luis Daniel y Sabrina terminaron de pintar la planta superior de la casa y Mario el garaje, el comedor y la cocina.
Al atardecer, Contreras les pidió a todos que se preparasen para salir a cenar.
Luego de comer los llevó a una discoteca pueblerina en la que un grupo de jóvenes bailaban reguetón.
Sabrina y Luis Daniel no tardaron en ir a bailar a la pista.
 
Entonces Mario y Contreras se quedaron compartiendo un trago de whisky en la barra.
Tenían que hablar muy de cerca, el uno al oído del otro, porque la música estaba demasiado alta como para poder escucharse de otra manera.
 
Contreras que aún se sentía un poco incómodo por lo que Mario había presenciado la noche anterior, le explicó que estaba recién separado de su mujer y que por ahora la relación era tóxica, casi enfermiza.
Tratando de darle esperanzas Mario le contó que su divorcio también fue complicado y le habló del acuerdo al que llegó con su ex-mujer para compartir la custodia de su hija.
Contreras escucho todo con atención y luego le mostró una foto de sus dos hijos de 4 y 6 años que guardaba en su teléfono.
Mario también le mostró una foto de su hija.
 
Un poco después de la medianoche, a petición de Sabrina, Contreras los llevó de vuelta a la casa.
 
Pero ni Mario, ni Contreras tenían ganas de irse a dormir y como ya empezaban a conocerse se pusieron de acuerdo para volver a salir y seguir bebiendo un rato más.
En una licorería clandestina compraron una botella de whisky y se fueron a un mirador a la orilla del mar.
Esa noche el cielo estaba despejado y la brisa templada del mar traía un olor extraño, una mezcla particular de agua salada y de petróleo.
 
En su carro Contreras tenía una selección musical que de manera arbitraria iba de Camilo Sesto a Wilfrido Vargas y de Los Enanitos Verdes a la Materialista.
Mario celebró con risas e incluso con aplausos, la mayoría de las canciones que fueron reproduciéndose.
Contreras se sintió comprendido de alguna manera.
 
Esa madrugada conversando descubrieron que tenían muchas cosas en común, incluso cuando inevitablemente terminaron hablando de política.
 
Sin siquiera proponérselo Contreras echó abajo todos los prejuicios de Mario.
 
Él era un hombre sencillo que luchaba como podía por sobrevivir dentro de sus circunstancias, con las cartas que la vida le había puesto entre las manos.
Y era precisamente por las injusticias, por todas las contradicciones del Gobierno por lo que ya no trabajaba con las fuerzas policiales.
 
Por todo lo que decía y reflexionaba, Contreras parecía tener un mínimo de coherencia y de decencia humana.
La luz del sol encontró a los dos hombres completamente evadidos de la realidad. Conversando con una empatía poco común en personas de su edad; de esas que suelen encontrarse más bien en las amistades al inicio del bachillerato o quizás en los primeros años de la Universidad.
 
Contreras a quién aún no se le cruzaba por la mente irse a descansar, sirvió el último trago de la botella en los vasos plásticos.
Luego de entregarle el vaso a Mario le sugirió ir comprar el desayuno para todos, otra botella para ellos dos y luego volver a la casa.
 
Mario le recordó que en un rato él tenía que comenzar a pintar y Contreras, que era terco como una mula y quería seguir bebiendo, se ofreció para ayudarle a pintar.
 
Tomándose un trago de su vaso Mario pensó que una botella ya había sido más que suficiente. Pero también que si Contreras lo ayudaba a pintar terminaría más rápido el trabajo… Así que terminó por aceptar.
 
Ya en la casa, fue Mario quién puso la música.
Y su selección musical era casi tan esquizofrénica como la de Contreras.
De manera arbitraria sonaron canciones de Héctor Lavoe, Madonna, los Bee Gees y los Amigos Invisibles.
Contreras celebró la mayoría de las canciones como si las hubiese puesto él mismo.
Mario se sintió extrañamente halagado.
 
Así, completamente borrachos, cantando, inventando pasos de baile absurdos; compitiendo como niños para ver quién pintaba mejor y más rápido; sin dejar de reír ni un solo momento, pintaron casi la totalidad de la planta baja.
 
Luis Daniel y Sabrina, que pintaban la fachada de la casa, miraban a través de las ventanas aquella nueva complicidad que había nacido entre los dos hombres con cierta extrañeza.
Pero ambos estaban encantados por lo rápido que estaban terminando de pintar con la adhesión de Contreras al grupo de trabajo.
 
Ya entrada la tarde, más allá del bien y del mal, descalzos, descamisados, llenos de pintura, cansados; de improvisto, en un arrebato genuino de deseo, Contreras se acercó a Mario y le plantó un beso en los labios.
A Mario esto le tomó por sorpresa y se apartó de él tambaleándose.
Pero Contreras se acercó de nuevo a él decidido y volvió a besarle.
 
Y esta vez Mario también le besó.
 
Allí, parados en medio de la sala, Contreras soltó la brocha, que cayó al suelo manchando de pintura el piso, metió mano en el pantalón de Mario y le masturbó.
Mario se corrió en cuestión de segundos y sin saber como reaccionar, avergonzado, molesto, se apartó de Contreras y se fue de aquella habitación dando tumbos.
 
Contreras le miró alejarse sin decir una palabra.
Desconcertado.
 
Esa noche, flotando vertiginosamente en los vapores del alcohol, ni Mario, ni Contreras dejaron de pensar en lo sucedido.
 
Al día siguiente Mario, que tenía una resaca salvaje, no tuvo ánimos de bajar a desayunar y mucho menos de encarar a Contreras.
Contreras estaba un poco decepcionado con su ausencia, pero se esforzó por ser cordial con Luis Daniel y con Sabrina que estaban muy animados por lo bien que estaba quedando el trabajo de pintura.
 
Para no incomodar a Mario, Contreras, que tampoco era de Puerto Cabello, manejó a un descampado como a unos 3 kilómetros de la casa y durmió allí algunas horas dentro del carro.
 
Como a las 10 de la mañana Mario se obligó a levantarse de la cama.
En la mesa de la cocina encontró el gatorade y alka-seltzer que Contreras –siempre unos pasos más adelante que la gente a su alrededor– había dejado para él.
Y eso fue lo único que desayunó.
Completamente aturdido, Mario entró a la habitación y se quedó mirando la mancha de pintura que había quedado en el suelo del cuarto la tarde de ayer.
 
Tomo un paño, lo humedeció y limpió el suelo de manera acuciosa.
Sintió que la cabeza le iba a estallar.
Tratando de concentrarse, en un silencio que consideró ominoso, comenzó a pintar lo que aún faltaba por ser pintado de la planta baja.
 
Mientras que por su parte Luis Daniel y Sabrina se encargaban de pintar la parte trasera de la casa.
 
Esa noche en la cena, Mario y Contreras apenas cruzaron una o dos palabras.
Mario, que aún seguía debilitado por todo el alcohol que había bebido el día anterior, no podía ni siquiera, mirarlo a la cara.
En cambio Luis Daniel y Sabrina no paraban de hablar; ambos estaban felices porque se había terminado el trabajo antes del tiempo previsto.
Mientras acordaban volver a Caracas al día siguiente a las 9 de la mañana, Contreras recibió una llamada de su jefe y tuvo que salir a resolver algo fuera de la casa.
 
Solo unos momentos después, deseando estar encerrado en su departamento, solo; Mario se excusó y se fue a su habitación.
Allí pasó al menos dos horas acostado en la cama sin poder conciliar el sueño.
Estaba muy molesto consigo mismo.
Nunca en su vida había besado a un hombre.
 
Nunca.
 
Y se juró a si mismo que no volvería a beberse un trago de whisky.
 
Como a eso de 1:30 de la madrugada, se despertó sobresaltado.
Estaba soñando que se besaba de nuevo con Contreras.
 
¡Maldita sea! ¡Nojoda!
¡El coño de la madre!
 
Lleno de ansiedad salto de la cama, se vistió y salió de la casa a comprar cigarrillos.
 
Cuando regresaba por la vía contraria, Contreras encontró a Mario caminando por la carretera. Dio una vuelta en U, se le acercó y le dijo que él lo llevaba a donde él necesitara.
 
Mario caminó un trecho ignorándolo.
 
Contreras, sin decir una palabra, le acompañó rodando a su lado al ritmo de sus pasos.
Hasta que Mario decidió subirse en el vehículo.
 
En una gasolinera cercana compraron los cigarrillos.
Sentados en el carro, Contreras sacó una botella de whisky 18 años de la guantera.
Mario, que estaba harto de la resaca que aún tenía, sin mediar palabras, le quitó la botella de las manos y se bebió uno, dos, tres largos tragos de whisky.
 
Contreras sonrió por la reacción de Mario y se le quedó mirando mientras bebía directamente de la botella.
 
De manera casi inmediata Mario comenzó a sentirse mejor.
Se le quitó parte del malestar corporal y se le aminoró el dolor de cabeza.
Con la bocanada de humo que vino después finalmente comenzó a sentirse bien por primera vez en el día.
 
Allí, parados en la gasolinera sin saber exactamente que decirse, los dos hombres fumaron sus cigarrillos.
Ambos estaban nerviosos.  
Estaba claro que entre los dos había una química difícil de ignorar.
Aquí la pregunta era: ¿Qué podían hacer con eso en sus vidas cotidianas?
 
Esa madrugada volvieron a beber y a fumar compulsivamente dentro del carro; sin siquiera pensar en moverse de la gasolinera.
Hablaron de todo y de nada a la vez hasta que se les hizo de mañana.
 
Ninguno de los dos mencionó lo sucedido el día anterior.
 
A la 8:40 am cuando finalmente volvieron a la casa, Luis Daniel y Sabrina ya habían ordenado todo el equipo de pintura en el garaje y tenían su equipaje montado en el carro.
 
Mario entró a la casa y empacó las cuatro cosas que había traído en su bolso de cuero.
 
Contreras le pagó el dinero acordado a Luis Daniel con dólares en efectivo que sacó de una paca en su bolsillo.
Mario metió su bolso en la maleta del carro y la cerró, Mientras que Contreras se despedía de Luis Daniel y de Sabrina.
 
Todo sucedió muy rápidamente.
 
Mario se acercó a Contreras y sintiendo el vértigo de la despedida le tendió su mano.
Luis Daniel y Sabrina subieron al carro.
Contreras estrechó la mano de Mario con fuerza.
Los dos hombres se miraron a la cara de manera franca por unos segundos.
 
Ninguno de los dos atinó una palabra de despedida.
 
Mario subió al carro y Sabrina arrancó.
 
Parado en medio de la calle Contreras encendió un cigarrillo y miró al destartalado carro azul alejarse por la larga calle que conducía a la autopista regional del centro.
 
De reojo, sin que Luis Daniel o Sabrina lo notaran, Mario observó la silueta de Contreras quedarse atrás en el camino.

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