Por Sergio Marcano.
Solo unos días después de llegar a Caracas, a la salida de la clase de Análisis Comparativo de Literatura Colombiana, Mario invitó a tomar unas cervezas a Ligia; la morena de labios carnosos que siempre complementaba sus argumentos en clases con movimientos suaves de sus manos.
Y ella, que desde el principio de semestre había sido muy clara en demostrar su interés hacia Mario, aceptó encantada.
Pero conversando con ella, como a la quinta cerveza de ese primer encuentro, Mario tuvo la sensación de que tenía muy poco en común con los intereses o la personalidad de Ligia.
Aún así, quería hacerle el amor.
Y Ligia, que no tenía complejos, ni miedos de ejercer su sexualidad, no se hizo de rogar.
Ya entrada la madrugada, en el apartamento de Mario, con Ligia borracha y adormilada sobre su cama, Mario se sirvió un trago de aguardiente de cocuy y se acercó a su laptop a leer los titulares de las noticias en diferentes portales, luego entró a Twitter y después a Facebook.
Allí, luego de un momento haciendo scrolling, entre las sugerencias de nuevos amigos, se encontró con una foto de Contreras, Andrés Contreras.
El corazón le latió con fuerza en el pecho.
Entre sombras, algo ebrio, Mario miró la foto unos segundos, se tomó un trago de aguardiente, cliqueó en el perfil y entró en la sección de fotografías.
Allí encontró fotos de Contreras en diferentes momentos de su vida.
Con un grupo de gente al amanecer en un campamento en el Ávila.
Flotando en una piscina cristalina.
Frente a una torta de cumpleaños cuando era tan solo un niño.
Disparando un arma en un polígono de tiro.
Tomando cervezas en la platabanda de una zona popular de Caracas.
Sonriendo en medio una marcha del chavismo.
Uniformado en medio de un grupo de policías.
Repentinamente Mario se sintió molesto consigo mismo.
¿Qué estaba haciendo?
¿Qué estaba buscando en ese lugar?
¡Maldito policía!
Cerró el navegador, la tapa de la laptop y se tomó lo que quedaba del trago a fondo blanco.
Con pasos lentos volvió a la cama y se acostó al lado de Ligia.
Al sentirlo de nuevo, ligia se espabiló, se acercó a su lado, le besó, se le subió encima e hicieron el amor una vez más.
…
Aún finiquitando pendientes laborales en la alienante cotidianidad de Puerto Cabello, Contreras estaba cambiado.
Ansioso,
irascible,
taciturno,
intranquilo.
Y una rara sensación de soledad no paraba de crecer dentro de su pecho.
Contreras nunca se había cruzado con alguien como Mario en su camino y ahora no podía sacarlo de su mente.
Tenía la extraña sensación de que Mario lo había visto.
Y también de que él había visto a Mario.
¿Había perdido la razón?
A sus 35 años, Contreras no sabía como reaccionar ante lo que sentía.
Nunca había tenido este tipo de fijación absurda y obsesiva por una mujer.
Mucho menos por un hombre.
Algo andaba mal; definitivamente mal, en su cabeza y en su estómago.
Ahora casi todas las canciones que escuchaba en su playlist; e incluso otras que sonaban en la radio, parecían estar hablando de Mario.
Y cuando estaba solo y en silencio dentro de la camioneta podía escuchar el eco de su humor ácido y de sus risas.
Todo era completamente absurdo.
Era ese beso.
Ese beso lo había descontrolado.
Y Contreras no estaba acostumbrado a perder el control.
¿Se había enamorado de Mario?
¿Era gay ahora?
¡Que desastre!
…
Con zapatos nuevos, Mario regresó a dar clases todos los días en el instituto.
Y como la situación económica era tan apremiante, por la poca comida que habían comenzado a recibir los estudiantes en el comedor, así como por los cada vez más devaluados salarios, sintió que era su responsabilidad como ciudadano sensato y reflexivo; comenzar a hacer vida activa en las asambleas, las actividades y las protestas del sindicato.
Allí a pesar de que se hizo de varios conocidos, hombres y mujeres, profesionales de la educación de talante respetuoso y afable, no sintió que pudiese hacerse amigo de ninguno de ellos.
Quizás era verdad lo que decía su amigo Juan Luis de manera despectiva: que los intelectuales y toda la gente pensante eran los primeros que se habían largado del país; y aquí solo quedaban los que se estaban beneficiando directamente del proceso revolucionario, los menos avispados, los mediocres y los que no tenían otra alternativa salvo la de apagar la luz cuando la circunstancia lo dictase.
Por otro lado luego de unos 3 encuentros ocasionales de tragos y de buen sexo, estaba claro tanto para Mario como para Ligia que su relación no iría más allá de eso: un buen momento.
Y eso funcionaba bien para los dos.
Así, poco a poco, Mario volvió a internarse de lleno en el engranaje funcional de su monotonía cotidiana.
Todos los sábados en la tarde, salía con su hija Yelitza y la llevaba al cine o a donde le permitiesen sus finanzas.
Y dependiendo de los ingredientes que tuviese en casa, preparaba con ella galletas, tortas o ponquesitos.
Esos sin duda eran sus momentos más felices.
Un domingo en la tarde, de regreso de dejar a Yelitza en casa de su madre, mortalmente aburrido, Mario agarró lo que quedaba de la botella de aguardiente de cocuy y se tomó un trago sentado en el balcón, oyendo un playlist de canciones de los Hombres G; mientras corregía unos exámenes de diferentes secciones y niveles.
Ya entrada la noche, sintiéndose agobiado por el peso de su soledad; los días en Puerto Cabello vinieron a su mente.
En lo bien que se sintió salir un rato de Caracas.
Despertarse en otra cama,
comer otra comida.
¡Ni hablar de ganar el quíntuple o séxtuple de lo que él se ganaba como profesor!
Se tomó el trago en su vaso y se sirvió un poco más.
Y haber conocido a Contreras…
Andrés Contreras.
Que a pesar de ser un ex policía, era tan buen conversador, escuchaba tan buena música y tenia ese sentido del humor tan agudo…
Pero que era gay…
¡Maldita sea!
Era gay.
Y ese beso…
¡El coño de su madre!
¿Por qué no se le había quitado ese beso de la mente?
Mario prefirió ni siquiera pensar en eso; tratando de evadirse se paró del sofá.
Encendió un cigarrillo.
Cambió la música, puso un playlist de Electro Swing y se asomó al balcón a fumar su cigarrillo.
Una luna amarilla, grande y melancólica, brillaba esa noche sobre el cielo caraqueño.
…
Contreras, con un amigo cercano, un funcionario activo de la BICRIN consiguió toda la información de Mario Carrer, la dirección de su vivienda, el nombre de los dos liceos en los que trabajaba, su número telefónico, su correo electrónico, e incluso el número de placa de un carro que tuvo a mediados de los noventas.
Y el domingo, de regreso a Caracas, como a las 2 de la madrugada, insomne y sin ánimos de ir a encerrarse en el departamento desamoblado que había comprado en Chacaíto luego de su divorcio, Contreras manejó al edificio donde vivía Mario en Santa Mónica.
Las calles y las avenidas de la ciudad estaban solitarias.
Cuando llegó al lugar, en el balcón de un apartamento en el piso 3, vio a contraluz la inconfundible silueta de Mario Carrer fumando un cigarrillo.
Sintió que el corazón en su pecho se aceleraba.
Lentamente, pero sin detenerse, cruzó la calle con su camioneta.
Dio la vuelta y se paró a media cuadra del edificio, apagó el motor, sacó un cigarrillo y lo encendió.
Mario regresó al interior de su apartamento.
Contreras pensó en lo fácil que sería marcar el número telefónico de Mario y llamarlo.
Decirle que tenía una buena botella de whisky y que estaba cerca de su casa.
Pero no lo hizo.
Mario no le había dado su número de teléfono.
Y así, en el estado mental de una canción romántica de los 80s, suspiró y decidió tomarse unos tragos en esa misma calle; oyendo canciones de Leonardo Fabio, The Doors, Zapato 3, Héctor Lavoe, Nirvana, entre muchos otros en su ecléctico playlist.
…
Un poco antes del amanecer del día siguiente, Mario salió de su apartamento, alimentó a los gatos de la planta baja, salió del edificio y pasó caminando al lado de la camioneta de Contreras pensando en el despecho enorme que seguramente tendría la persona que escuchaba “A flor de piel” de Yordano tan temprano esa mañana.
Tarareando la canción entre sus labios, siguió su caminó hasta la esquina por la que pasaría a recogerlo su prima Graciela; con quién había quedado en ir a hacer una cola en un mercado, en el Este de la ciudad, en el que, según le había dateado un militar, llegaría leche, pollo, arroz, pasta, harina de maíz y barras de jabón.
Mario odiaba hacer colas, pero sus despensas estaban casi vacías y en el mercado a una cuadra de su casa solo llegaban detergentes y vegetales. Así que era una buena oportunidad para conseguir productos nacionales a precios regulados.
A pesar de que ese lunes era día feriado y de que a penas amanecía; la cola frente al mercado ya daba la vuelta a la manzana.
Mario le dijo a Graciela que era una locura quedarse, pero ella insistió que todo fluiría con rapidez cuando se abriera el mercado.
Dejaron el carro en el estacionamiento y a la expectativa se colocaron detrás de la última persona.
Como a las 10 de la mañana la cola no se había movido.
Al parecer había problemas con los puntos de venta y solo estaban dejando pasar compradores con efectivo (bolívares, dólares o euros).
Ante los ojos de una multitud ansiosa, sin ningún tipo de pudor, un grupo de jóvenes metieron kilos y kilos de productos regulados en la maleta de una camioneta negra, último modelo.
Todos en la cola asumieron que eran bachaqueros.
Ese día, quizás porque había protestas de la oposición en Altamira y una bailanta del gobierno en El Silencio, no dejaban de pasar ambulancias y patrullas policiales de un lado para el otro con las sirenas encendidas.
El ambiente se sentía tenso de alguna manera.
Como a la 3 de la tarde, con el estomago vacío y cansados de estar de pie; Mario y Graciela habían avanzado considerablemente en la cola.
Para ese momento todos los presentes sabían que se había acabado la leche, el pollo y el arroz. Llena de dudas Graciela le preguntó a Mario si no sería mejor irse. Pero luego de estar allí por 9 horas, comprar en el mercado se había hecho algo personal para él y la convenció de que se esperaran.
Como a las 8 de la noche, a solo 5 personas de la puerta de entrada, cuando ya solo quedaban barras de jabón y azúcar, cerraron las puertas del mercado.
Llenas de frustración algunas personas se molestaron y gritaron improperios contra los trabajadores.
Humillados, vejados y hambrientos, frente a las puertas cerradas del abastecimiento Mario y Graciela miraron a los últimos compradores del día recibir los productos y pagar en la caja.
…
Como a las 5.15 de la mañana, borracho, trasnochado, Contreras vio a Mario salir del edificio.
De repente siete pequeños gatos negros se acercaron a él corriendo.
A Contreras se le dibujó una sonrisa en el rostro.
Mario sacó una pequeña bolsa y les echó un poco de comida en el suelo; salió del edificio, pasó al lado de la camioneta y caminó hacia la esquina.
Espabilándose, Contreras encendió un cigarrillo.
Tenía el corazón acelerado.
Abrió la ventana para echar el humo y por el espejo retrovisor miró a Mario subir a un pequeño carro de color verde; Contreras encendió la camioneta, dio una vuelta en u y le siguió.
Llegando al mercado, su teléfono comenzó a sonar.
Era la asistente de su jefe informándole que a las 8 de la mañana se necesitarían de sus servicios, porque el jefe había sido invitado a un acto protocolar del alto Gobierno.
Contreras dio una vuelta a la manzana, pero antes de irse vio a Mario y la mujer que lo acompañaba ponerse al final de la larga cola.
Rápidamente se dirigió a su departamento, montó un café en una hornilla, se bañó, se arregló la barba con una tijera en un baño sin agua corriente; y mientras se vestía, con camisa y con corbata, se tomó el café negro tratando de espabilarse.
Luego de buscar a su jefe en su exclusiva zona residencial, lo llevó al hemiciclo de la Asamblea Nacional y allí lo esperó pacientemente por alrededor de 8 horas junto a otros choferes y escoltas de los más variados personajes de la política nacional, con los cuáles, respetando el protocolo, no podía relacionarse.
En estas largas esperas Contreras se había hecho adicto a las series de televisión; en ocasiones, encerrado en su camioneta, podía ver hasta una temporada completa.
Pero esa jornada solo descansó.
Luego de llevar a su jefe de vuelta a su mansión; Contreras pasó por Santa Mónica y vio que las luces del departamento de Mario estaban apagadas.
Intuitivamente puso la camioneta en dirección al mercado en el que había dejado a Mario temprano y para su sorpresa allí lo encontró.
Aún haciendo la cola.
¿Tan pobre era Mario, qué tenía que aguantar todas esas horas y horas de espera y humillación?
Sintiendo pena ajena, sin detenerse, dio la vuelta a la manzana y se fue del lugar.
…
La mañana del día martes, deprimido, Mario salió sin desayunar al colegio.
Dio su clase de castellano a cuatro secciones y al terminar el turno de la mañana, un poco antes del medio día, asistió a una reunión del sindicato en la que de manera unánime se determinó que el viernes en la mañana todos los trabajadores de la institución cerrarían una avenida cercana.
Esto como una de las primeras acciones de protestas que comenzarían a realizar de manera escalada para solicitarle al gobierno mejoras en el presupuesto del comedor y ajustes salariales.
Saliendo de allí Mario se montó en un autobús atestado de gente y subió varias cuadras hasta una institución privada.
Firmó su asistencia en la Secretaria, entró al baño, se lavó la cara rápidamente, se arregló el cabello con las manos húmedas; se secó con una pequeña toalla vinotinto que traía en su bolso y caminó con paso veloz a uno de los salones a dar la primera de sus cuatro clases en el turno de la tarde.
Cansado, antes de que cayera la noche, Mario regresó a su casa.
Caminó directo a la cocina y luego de esperar tres minutos por el microondas; desayunó, almorzó y cenó con apetito una pasta con salsa boloñesa.
Después de cepillarse los dientes; bajo la lámpara de la sala, Mario escribió cuidadosamente con un pincel y tinta negra en una hoja grande de papel:
NO QUIERO BONO,
NO QUIERO CLAP.
QUIERO UN SALARIO JUSTO.
¡PA’ VIVIR CON DIGNIDAD!
…
El martes desde muy temprano en la mañana, Contreras, que toda su vida había sido un hombre persistente, estaba parado frente a la casa de Mario, esperando a que este saliera, para fingir que pasaba casualmente por ahí.
Al ver salir a Mario de su edificio, con el corazón en la boca, como si fuera un quinceañero, caminó por la acera y se le acercó.
Pero ese día Mario salió de su casa atribulado porque no tenía efectivo para irse en autobús y tendría que caminar hasta el instituto, así que pasó a un lado de Contreras sin siquiera notar su existencia.
Contreras se sintió completamente frustrado.
Pero volvió a intentarlo al día siguiente.
Y el día que vino después de ese.
Pero Mario siempre estaba abstraído en su cabeza.
Preocupado por sus finanzas ó simplemente en otra frecuencia.
Contreras nunca en su vida se sintió tan frustrado.
Esa última noche haciendo zapping sentado frente al televisor, Contreras vio a Mario protestando frente a la calle de su colegio, dando declaraciones a los medios de comunicación.
Molesto consigo mismo Contreras apagó el televisor.
¡A la mierda con Mario Carrer!
Justo en ese momento, sonó en su teléfono una notificación de Whatsapp.
Era un mensaje de voz de Mirna, que lo invitaba a salir y cantar en karaoke, con una amiga y su compañero.
Aunque no estaba muy animado se levantó de la cama.
Se puso una camisa estampada fresca, calzó unos mocasines en los pies descalzos, tomó las llaves de la camioneta y salió del apartamento decidido.
¡Hoy es viernes y voy a pasármelo bien!
…
Saliendo del denso seminario “Cortázar: Autor de autores” Ligia se le acercó a Mario y lo invitó a salir con ella, una amiga y su pareja.
Afónico, por gritar las consignas en la protesta matutina, Mario le dijo que podía ir a tomarse una cerveza, pero que no podría quedarse porque no tenía dinero.
Pero Ligia le dijo que no se preocupase, que ella le invitaba sin problemas.
De buen humor Mario siguió a Ligia al interior de un karaoke de unos chinos en Plaza Venezuela.
En el fondo del lugar Ligia y su amiga Mirna se saludaron y abrazaron emocionadas.
En la mesa detrás de ellas, como si un juego absurdo de la providencia se tratase, estaba sentado Contreras.
Mario y él se miraron sorprendidos.
Incómodo, Mario, que de alguna manera pensaba que Contreras y él vivían en universos paralelos y que nunca volverían a encontrarse, se le acercó y le tendió la mano como si no lo conociese.
Contreras le estrechó la mano a Mario con el corazón acelerado, esforzándose por mantenerse cordial pero inexpresivo.
¿Qué estaba haciendo Mario allí?
Sentado uno frente al otro, los dos hombres interactuaron en el rango que la conversación actual les permitía.
Pero a medida que el alcohol rompió el hielo; una camaradería pícara comenzó a reinar en el ambiente.
Ligia y Mirna no pararon de reír con todas las ocurrencias de Contreras y de Mario, que de manera espontánea se complementaban con empatía y soltura para bromear.
Luego de unas seis cervezas Ligia se subió al escenario y cantó una sexy versión de “Noche de copas” de María Conchita Alonso, que todos en la mesa celebraron.
Bromeando con lo que decía la letra de la canción, por debajo de la mesa, Contreras rozó varias veces las rodillas de Mario con las suyas.
Mientras que Mario, un poco irritado, trataba de evitar ese contacto furtivo.
Animado, como a la octava cerveza, fue Contreras quién subió al escenario a cantar una sentida versión de “En mi coche” de los Hombres G.
Una canción que Mario nunca dejó de escuchar desde que la descubrió en la radio, cuando era un adolescente, a finales de los ochenta.
Cuando Contreras regresó a la mesa, Mario le preguntó si no tenía un cigarrillo y ambos salieron a fumar.
Dando una bocanada, Contreras le comentó a Mario que lo había visto en televisión.
Mario le confesó que estaba algo preocupado porque sus ex compañeros de la BICRIN y los colectivos le estuvieron tomando fotos en la protesta todo el tiempo.
Sin ánimos de preocuparlo, a sabiendas de que seguramente ahora tendría alguna forma de expediente abierto, le dijo a Mario que eso solo lo hacían para amedrentarlo y hacerlo desistir de protestar.
Luego de apagar la colilla del cigarrillo con el zapato, justo antes de volver al interior del bar, Contreras le preguntó a Mario si no pensaba cantar una canción esa noche.
Como a la doceava cerveza finalmente Mario se animó y subió al escenario.
Luego de mirar la lista de canciones exhaustivamente, se decidió por “Dos Margaritas” de los Paralamas Do Sucesso.
Contreras celebró la canción desde la mesa y pidió una ronda doble de Margaritas para todos.
Como a la 2 de la mañana, luego de que los chinos los botaran del local; entusiasmadas y sin ganas de irse a dormir, Ligia y Mirna propusieron lo que proponen todos los borrachos en algún momento de su vida en el valle de Caracas: terminar la rumba en la playa.
A pesar de que se lo estaba pasando bien, Mario estaba reticente a continuar con el grupo, porque no tenía dinero y así se lo hizo saber a todos, pero todos insistieron.
Antes de llegar a la playa, se encontraron con ¿una alcabala? de unos 6 hombres civiles encapuchados y con armas largas.
Contreras redujo la velocidad y se acercó lentamente a los hombres.
Mario, Ligia y Mirna, nerviosos, miraron la escena con expectación.
Con naturalidad Contreras metió la mano en su bolsillo sacó dos billetes de 100 dólares y los entregó a uno de los hombres deseándoles las buenas noches.
El hombre que recibió el dinero, hizo una señal a los otros cinco sujetos y estos se apartaron del camino.
Contreras avanzó por la calle poco iluminada y solitaria con lentitud, mirando con cierto recelo por el espejo retrovisor.
Pero los hombres no se movieron.
Ya en la playa, sentados frente al mar, conversando, bromeando, riendo; entre los 4 se bebieron al menos 2 botellas de whisky que Contreras tenía en la camioneta.
Una luna llena brillaba esa noche intensamente en el cielo, la brisa era cálida y las aguas del mar estaban calmas.
En algún momento de la noche sonó “At the hop” de Devendrá Banheart.
Mario se sorprendió de que esa canción estuviese en el playlist de Contreras y se preguntó a sí mismo ¿Cómo era posible que ambos tuviesen gustos musicales tan específicamente afines?
Miró en dirección a Contreras y celebró que conociera la canción.
Mirna y Ligia nunca la habían escuchado.
Y Mario les tradujo algunas frases de la letra para ellas.
A Contreras en cambio no le extraño que Mario conociera la canción y le comentó que el cantante había vivido un tiempo en Venezuela.
En algún momento de la noche mientras Ligia y Mirna iban al baño, Contreras aprovechó para decirle a Mario que había sido un error de borrachos pensar que lo que había pasado en Puerto Cabello no había tenido ninguna importancia.
Mario le pidió que no hablasen de aquello.
Y le aclaró que él era heterosexual.
A lo que Contreras respondió: que nadie era perfecto.
Cuando las chicas volvían del baño comenzó a sonar “Oh que será” de Willie Colón en la camioneta.
Animada Mirna sacó a bailar a Contreras y Ligia no tardó en hacer lo mismo con Mario.
Borrachos, despreocupados, felices, los cuatro bailaron y cantaron la canción.
Hacia al final de la canción Ligia se acercó a Mario y le dio un beso en los labios.
Lo mismo hizo Mirna con Contreras.
Mientras se besaban los dos hombres intercambiaron una breve mirada.
Algo que no pasó desapercibido para Ligia.
De pronto comenzó a sonar “El Venao” de Los Cantantes.
Avergonzado Contreras se acercó a su camioneta apresuradamente para tratar de cambiarla pero Mario le pidió que no la quitara y comenzó a bromear haciendo pasos alocados de baile; todos comenzaron a bailar del mismo modo riendo a carcajadas.
Un poco después, con cierta ironía, Ligia les dijo a Mario y a Contreras que si fueran gays harían una buena muy pareja.
Mario se sintió un poco humillado y dio una risotada con todo lo que daban sus pulmones.
Contreras, se sintió expuesto de alguna manera, y a la defensiva, también soltó una carcajada; pero luego se quedó pensando que ella tenía razón; que Mario y él en efecto harían una buena muy pareja.
Mirna propuso entonces ir a comer algo y los cuatro caminaron por la playa hasta encontrar una venta de arepas y empanadas.
Mario y Contreras prefirieron seguir bebiendo sin comer.
Se sentaron el malecón uno al lado del otro compartiendo el último cigarrillo que les quedaba.
Allí, sin medias tintas, Contreras le dijo a Mario que le gustaba.
Luego de darle una calada al cigarrillo, Mario se lo devolvió diciéndole que lo sucedido en Puerto Cabello había sido un error.
Contreras le dio otra calada al cigarrillo y le preguntó a Mario si era serio lo de Ligia.
Mario tomó el cigarrillo de las manos de Contreras, le dio una calada y expiró el humo lentamente, negando con la cabeza de un lado al otro.
Contreras dio una nueva calada.
Luego otra.
Entregándole la cola del cigarrillo a Mario le dijo:
Puedes decirme lo que quieras sobre Puerto Cabello; pero los besos no engañan.
Mario permaneció en silencio aspirando el cigarrillo, expirando el humo, aspirando una vez más y pisando la colilla contra el suelo.
Sin decir una palabra ambos volvieron a donde estaban las chicas.
Como a las 6 de la mañana, Mirna y Ligia estaban completamente borrachas; enfrascadas en una conversación acerca de un profesor de matemáticas de su secundaria.
Cansado, intentando espabilarse, Mario se quitó la chemise, los pantalones; y en ropa interior, se metió en el mar.
Contreras no tardó en quitarse la ropa y seguirle entre las aguas.
Al verlo a su lado, entre el sube y baja de las olas, un poco a la defensiva, Mario le preguntó si era una fantasía suya seducir a un heterosexual.
Contreras se rió con una carcajada. Y le preguntó si estaba funcionando.
Entonces fue Mario quien se rió.
Contreras le pidió que volvieran a verse.
Sin compromisos.
A hablar,
a comer,
al cine,
a tomar unos whiskys,
unas cervezas,
un café,
un te,
un vaso de agua.
a lo que fuera,
Mario tuvo la sensación certera de que nunca antes había sido tan deseado como en esa velada y se rió.
Contreras sonrió también.
Y allí entre el vaivén de olas claras y refrescantes;
iluminado por la luz amarilla del sol naciente,
sintiéndose vivo, bien;
Mario estuvo de acuerdo.
¿Por qué no?
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