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sábado, 25 de febrero de 2023

Solo un Momento. PARTE II. Amaneceres.

Por Sergio Marcano.

Solo unos días después de llegar a Caracas,

a la salida de la clase de Análisis Comparativo de Literatura Colombiana,

Mario invitó a tomar unas cervezas a Ligia; la morena de labios carnosos, que siempre complementaba sus argumentos con movimientos suaves de sus manos.

 

Y ella, que desde el principio de semestre había sido muy clara en demostrar su interés hacia Mario, aceptó encantada.

 

Pero, como a la quinta cerveza de aquel encuentro,

Mario tuvo la sensación de que tenía muy poco en común con los intereses o la personalidad de su compañera de clases; algo que, vale aclarar,

no disminuyó en lo más mínimo la atracción física que sentía por ella,

sus deseos de hacerle el amor.

 

Y Ligia, que no tenía complejos, ni prejuicios, para ejercer su sexualidad, no se hizo de rogar.

 

Ya entrada la madrugada, en el apartamento de Mario,

con Ligia borracha y adormilada sobre su cama,

Mario salió de su cuarto, caminó a la sala y se sirvió un trago de aguardiente de cocuy.

Encendió su laptop y comenzó a leer los titulares de las noticias en diferentes portales, luego entró a Twitter y después a Facebook.

Allí, luego de un momento haciendo scrolling, entre las sugerencias de nuevos amigos, se encontró con una foto de Contreras,

 

Andrés Contreras.

 

El corazón le latió con fuerza en el pecho.

 

¿Por qué Facebook le hacia esa sugerencia?

¿Cómo sabia Meta que había conocido al ex policía?

 

Entre las sombras,

algo ebrio,

Mario miró la foto de Contreras unos segundos,

se tomó un trago de aguardiente y cliqueó en el perfil.

 

Allí encontró fotos de Contreras en diferentes momentos de su vida.

 

Con un grupo de gente al amanecer en un campamento en el Ávila.

Flotando en una piscina cristalina. 

Frente a una torta de cumpleaños, cuando era tan solo un niño.

Disparando un arma en un polígono de tiro.

Rodeado de amigos, tomando cervezas, en la platabanda de una zona popular de Caracas.

Uniformado en medio de un grupo de policías.

Sonriendo en medio una marcha del chavismo.

 

Repentinamente Mario se sintió molesto consigo mismo.

 

¿Qué estaba haciendo?

¿Qué estaba buscando en ese lugar?

 

¡Maldito policía!

 

Cerró el navegador, la tapa de la laptop y se tomó lo que quedaba del trago a fondo blanco.

 

Con pasos lentos volvió a la cama y se acostó al lado de Ligia.

Al sentirlo de nuevo, ella se espabiló, se acercó a su lado, le besó, se le subió encima y llenos de deseo, hicieron el amor una vez más.

 

 

Aún finiquitando pendientes laborales en la alienante cotidianidad de Puerto Cabello, Contreras estaba cambiado.

 

Ansioso,

irascible,

taciturno,

intranquilo.

 

Con una inusual sensación de soledad, que no paraba de crecer dentro de su pecho.

 

 

Contreras nunca se había cruzado con alguien como Mario en su camino;

alguien con la capacidad de escuchar,

con ganas de comunicarse, de intercambiar verdaderamente ideas.

 

y ahora no podía sacarlo de su mente.

 

Tenía la extraña impresión de que Mario lo había visto.

Y también de que él había visto a Mario.

 

¿Había perdido la razón?

 

A sus 35 años, Contreras no sabía como reaccionar ante lo que sentía.

Nunca había tenido ese tipo de fijación por una mujer;

mucho menos por un hombre.

 

Algo andaba mal;

definitivamente mal,

en su cabeza y en su estómago.

 

Ahora casi todas las canciones que escuchaba en su playlist;

e incluso otras que sonaban en la radio, parecían estar hablando de Mario.

 

Y cuando estaba solo, en silencio, dentro de la camioneta, incluso parecía que pudiera escuchar el eco de su voz y de su risa.

 

Era la electricidad de ese beso,

lo que lo tenía enfermo,

esa química, esa física,

poderosa, extraña,

que se desmarcaba de todos los besos que había dado antes de ese momento…

 

¿Entonces…?

¿Se había vuelto gay a sus 35 años?

 

¿Se había enamorado del profesor?

Se sorprendió al escucharse decir esa palabra.

 

¿Enamorado?

¿En serio?

¿Enamorado?

 

 

Se miró a los ojos en el espejo retrovisor y negó con la cabeza.

 

 

¡Que desastre Andrés Contreras!

 

¡Que desastre!

 



Con zapatos nuevos, Mario regresó a dar clases todos los días en el instituto.

 

Y como la situación económica era tan apremiante, por la poca comida que habían comenzado a recibir los estudiantes en el comedor, así como por los cada vez más devaluados salarios, sintió que era su responsabilidad como ciudadano sensato y reflexivo; comenzar a hacer vida activa en las asambleas y las protestas del sindicato.

 

Allí a pesar de que se hizo de varios conocidos,

hombres y mujeres,

profesionales de la educación, de talante respetuoso y afable,

gente comprometida con la escuela, con los alumnos y con las mejoras salariales,

no sintió que pudiese hacerse amigo de ninguno de ellos.

 

Quizás era verdad lo que decía su amigo Juan Luis de manera despectiva:

que los intelectuales y toda la gente pensante, eran los primeros que se habían largado del país; y aquí solo quedaban los que se estaban beneficiando directamente del proceso revolucionario,

los menos avispados,

los mediocres

y los que no tenían otra alternativa salvo la de apagar la luz cuando la circunstancia lo dictase.

 

Mario siempre se sintió parte de los que conformaban ese último grupo.

 

 

Por otro lado, luego de unos 3 encuentros ocasionales de tragos y de buen sexo, estaba claro, tanto para Mario, como para Ligia, que su relación no iría más allá de eso: un buen momento.

 

Y, al menos por ahora, eso parecía funcionar bien para los dos.

 

 

Así, poco a poco, Mario volvió a internarse de lleno en el engranaje funcional de su monotonía cotidiana.

 

Todos los sábados en la tarde, salía con su hija y dependiendo de sus finanzas, la llevaba al cine o se quedaba en su casa preparando galletas, tortas, quesillos o ponquesitos.

 

Esos sin duda eran sus momentos más felices.

 

 

Un domingo, ya entrada la noche,

luego de haber pasado toda la tarde preparando sus clases y de haber corregido al menos 60 exámenes, de dos de sus secciones;

 

agobiado por su economía,

por sus perspectivas de futuro,

por su soledad,

 

Mario agarró lo que quedaba de la botella de aguardiente de cocuy,

se sirvió un trago y caminó a sentarse en el balcón,

 

 

Y de pronto los días en Puerto Cabello vinieron a su mente.

 

Se sintió tan bien salir un rato de Caracas.

Despertarse en otra cama,

alejarse de esta cotidianidad agobiante,

 

¡Ni hablar de ganar el quíntuple o séxtuple de lo que se ganaba como profesor!

 

Se tomó el trago en su vaso a fondo blanco y se sirvió un poco más.

 

¿Qué seria de la vida de Contreras?

Andrés Contreras.

 

Que a pesar de ser un ex policía, era tan buen conversador,

escuchaba tan buena música

y tenia ese sentido del humor tan llano y efectivo

 

Pero de pronto,

bipolar,

Mario se molestó consigo mismo, por recordar al ex policía con tanta benevolencia.

 

¡Nojoda!

Que bolas tienes tú…

¡El coño de su madre de ese tipo! Qué había sido capaz de robarle un beso y un orgasmo cuando estaba borracho…

 

Suspiro, molesto consigo mismo.

 

¿Cómo no lo vio venir?

¿Cómo no se dio cuenta de que era gay?

¡Maldita sea!

 

Encendió un cigarrillo y caminó al balcón a fumarlo,

tratando de sacarse de su mente todo aquello.

 

Una luna amarilla, grande y melancólica, brillaba esa noche sobre el cielo caraqueño.

 

 

 

 

Con un amigo cercano,

un funcionario activo de la BICRIN,

Contreras consiguió toda la información de Mario Carrer;

la dirección de su vivienda,

el nombre de los dos liceos en los que trabajaba,

su número telefónico,

su correo electrónico,

los bancos en los que le depositaban sus pagos quincenales,

y el número de placa de un carro que tuvo a mediados de los noventas.

 

 

El domingo, de regreso a Caracas, como a las 2 de la madrugada,

insomne y sin ánimos de ir a encerrarse en el departamento desamoblado que había comprado en Chacaíto, luego de su divorcio; Contreras manejó al edificio donde vivía Mario en Santa Mónica.

 

Las calles y las avenidas de la ciudad estaban solitarias.

 

Cuando llegó al lugar,

en el balcón de un apartamento en el piso 3,

vio a contraluz, la inconfundible silueta de Mario Carrer, fumando un cigarrillo.

 

Sintió que el corazón en su pecho se aceleraba.

 

Lentamente, pero sin detenerse, cruzó la calle con su camioneta.

Dio la vuelta y se paró a media cuadra del edificio, apagó el motor, sacó un cigarrillo y lo encendió.

 

Contreras pensó en lo fácil que sería marcar el número telefónico de Mario y llamarlo.

Decirle que tenía una buena botella de whisky y que estaba cerca de su casa.

 

Pero no lo hizo.

Porque el profesor no le había dado su número de teléfono.

 

 

Al terminar su cigarrillo, Mario regresó al interior de su apartamento.

 

 

Sentado en su camioneta,

en el estado mental de una canción romántica de los 80s,

Contreras suspiró y decidió tomarse unos tragos allí mismo, en esa misma calle;

oyendo canciones de los Hombres G, Leonardo Fabio, The Doors, Zapato 3, Héctor Lavoe, entre muchos otros en su ecléctico playlist.

 

 

Un poco antes del amanecer del día siguiente, Mario salió de su apartamento,

alimentó a los gatos de la planta baja,

salió del edificio y pasó caminando al lado de la camioneta de Contreras, sin reconocerla,

pensando en el despecho enorme que seguramente tendría la persona que escuchaba “A flor de piel” de Yordano tan temprano esa mañana.

 

Tarareando la canción entre sus labios, siguió su caminó hasta la esquina por la que pasaría a recogerlo su prima Graciela; con quién había quedado en ir a hacer una cola en un mercado, en el Este de la ciudad, en el que,

 

según le había dateado un militar,

llegaría leche, pollo, arroz, pasta, harina de maíz y barras de jabón.

 

Mario odiaba hacer colas, pero sus despensas estaban casi vacías y en el mercado a una cuadra de su casa solo llegaban detergentes y vegetales. Así que era una buena oportunidad para conseguir productos nacionales a precios regulados.

 

 

A pesar de que ese lunes era día feriado y de que a penas amanecía;

la cola frente al mercado en la Boyera, ya daba la vuelta a la manzana.

 

Mario le dijo a Graciela que era una locura quedarse, pero ella insistió que todo fluiría con rapidez cuando se abriera el mercado.

Dejaron el carro en el estacionamiento y a la expectativa se colocaron detrás de la última persona.

 

Como a las 10 de la mañana la cola no se había movido.

Al parecer había problemas con los puntos de venta y solo estaban dejando pasar compradores con efectivo (bolívares, dólares o euros).

Ante los ojos de una multitud ansiosa, sin ningún tipo de pudor, un grupo de jóvenes metieron kilos y kilos de productos regulados en la maleta de una camioneta negra, último modelo.

Todos en la cola asumieron que eran bachaqueros.

 

Ese día, quizás porque había protestas de la oposición en Altamira y una bailanta del gobierno en El Silencio, no dejaban de pasar ambulancias y patrullas policiales de un lado para el otro con las sirenas encendidas.

 

El ambiente se sentía tenso de alguna manera.

 

Como a la 3 de la tarde,

con el estomago vacío y cansados de estar de pie; Mario y Graciela habían avanzado considerablemente en la cola.


Para ese momento todos los presentes sabían que se había acabado la leche, el pollo y
el arroz. Llena de dudas Graciela le preguntó a Mario si no sería mejor irse.

Pero luego de estar allí por 9 horas, comprar en el mercado se había hecho algo personal para él y la convenció de que se esperaran.

 

Como a las 8 de la noche, a solo 5 personas de la puerta de entrada, cuando ya solo quedaban barras de jabón y azúcar, cerraron las puertas del mercado.

 

Llenas de frustración algunas personas se molestaron y gritaron improperios contra los trabajadores.

 

Humillados,

vejados

hambrientos,

indignados,

frente a las puertas cerradas del abastecimiento,

Mario y Graciela miraron a los últimos compradores del día recibir los productos y pagar en la caja.

 

Esto, definitivamente, era tocar fondo.

 

 

 

Como a las 5.15 de la mañana, borracho, trasnochado, Contreras vio a Mario salir del edificio.

De repente cuatro pequeños gatos negros se acercaron a él corriendo.

A Contreras se le dibujó una sonrisa en el rostro.

Mario sacó una pequeña bolsa y les echó un poco de comida en el suelo;

salió del edificio,

pasó al lado de la camioneta y caminó hacia la esquina.

 

Espabilándose, Contreras encendió un cigarrillo.

Tenía el corazón acelerado.

Abrió la ventana para echar el humo y por el espejo retrovisor miró a Mario subir a un pequeño carro de color verde;

encendió la camioneta, dio una vuelta en u y le siguió.

 

Llegando al Centro Comercial Los Geranios, en la Boyera, su teléfono comenzó a sonar.

Era la asistente de su jefe informándole que a las 8 de la mañana se necesitarían de sus servicios, en un acto protocolar del alto Gobierno.

Contreras dio una vuelta a la manzana,

pero antes de irse vio a Mario y la mujer que lo acompañaba, ponerse al final de la larga cola para entrar al mercado.

 

Rápidamente se dirigió a su departamento,

montó un café en una hornilla,

se bañó,

se emparejó la barba con una tijera;

y mientras se vestía, con camisa y con corbata, se tomó el café negro tratando de espabilarse.

 

Luego de buscar a su jefe en su exclusiva zona residencial,

lo llevó al hemiciclo de la Asamblea Nacional y allí lo esperó pacientemente, por alrededor de 8 horas,

junto a otros choferes y escoltas de los más variados personajes de la política nacional,

con los cuáles, respetando el protocolo, el ex policía, no podía relacionarse.

 

En estas largas esperas Contreras se había hecho adicto a las series de televisión; en ocasiones, encerrado en su camioneta, podía ver hasta una temporada completa.

 

Pero esa jornada solo descansó.

 

 

Luego de llevar a su jefe de vuelta a su mansión; Contreras pasó por Santa Mónica y vio que las luces del departamento de Mario estaban apagadas.

Intuitivamente puso la camioneta en dirección al mercado de la Boyera en el que había dejado a Mario temprano y para su sorpresa allí lo encontró.

 

Aún haciendo la cola.

 

¿Tan pobre era Mario, qué tenía que aguantar todas esas horas y horas de espera para comprar, un puñado de productos, a precio regulado?

 

Sintiendo pena ajena, sin detenerse, dio la vuelta a la manzana y se fue del lugar.

 

 

 

 

La mañana del día martes,

deprimido,

ensimismado,

Mario salió sin desayunar al colegio.

 

Dio su clase de castellano a cuatro secciones y al terminar el turno de la mañana,

un poco antes del medio día,

asistió a una reunión del sindicato, en la que, de manera unánime, se determinó que el próximo viernes en la mañana todos los trabajadores de la institución cerrarían una avenida cercana.

Esto como una de las primeras acciones de protestas que comenzarían a realizar de manera escalada para solicitarle al gobierno mejoras en el presupuesto del comedor y ajustes salariales.


Saliendo de allí Mario se montó en un autobús atestado de gente y subió varias cuadras hasta una institución privada.

Firmó su asistencia en la Secretaría,

entró al baño, se lavó la cara rápidamente, se arregló el cabello con las manos húmedas; se secó con una pequeña toalla vinotinto que traía en su bolso y caminó con paso veloz a uno de los salones a dar la primera de sus cuatro clases en el turno de la tarde.

 

 

Cansado,

hambriento,

antes de que cayera la noche,

Mario regresó a su casa.


Caminó directo a la cocina y luego de esperar tres minutos por el microondas;

desayunó, almorzó y cenó con apetito, una pasta con salsa boloñesa.

 

Después de cepillarse los dientes;

bajo la lámpara de la sala,

Mario escribió cuidadosamente con un pincel y tinta negra en una hoja grande de papel:

 

NO QUIERO BONO,

NO QUIERO CLAP.

QUIERO UN SALARIO JUSTO.

¡PA’ VIVIR CON DIGNIDAD!

 

 

El martes desde muy temprano en la mañana, Contreras,

que toda su vida había sido un hombre persistente,

estaba parado frente a la casa de Mario, esperando a que este saliera, para fingir que pasaba casualmente por ahí.


Al ver salir a Mario de su edificio, con el corazón en la boca, como si fuera un quinceañero, caminó por la acera y se le acercó.

 

Pero ese día,

 

el día después del chasco de 14 horas de espera en el mercado,

 

Mario salió de su casa harto, deprimido,

sin comida suficiente en la despensa,

cansado de que todo fuera siempre tan difícil en este país.

 

Así que pasó a un lado de Contreras sin siquiera notar su existencia.


Contreras se sintió completamente frustrado.

Pero volvió a intentarlo el viernes de esa misma semana a dos cuadras del colegio de Mario.

 

Pero esa tarde Mario, venía agotado de una jornada de protesta,

totalmente abstraído del entorno y tampoco lo notó.

 

Contreras nunca en su vida se sintió tan insignificante.

 

 

Esa última noche haciendo zapping sentado frente al televisor,

en un avance del noticiero,

Contreras vio a Mario protestando, frente a la calle de su colegio; junto a otros profesores,

y luego dando declaraciones a los medios de comunicación.

 

Molesto consigo mismo Contreras apagó el televisor.

 

¡A la mierda con el Sr. Mario Carrer!

 

Justo en ese momento, sonó en su teléfono una notificación de Whatsapp.

Era un mensaje de voz de Mirna, que lo invitaba a salir a cantar en karaoke, con una amiga y su compañero.

 

 

Aunque no estaba muy animado Contreras se levantó de la cama.

Se puso una camisa estampada fresca,

calzó unos mocasines en los pies descalzos,

tomó las llaves de la camioneta y salió del apartamento decidido.

 

Hoy es viernes y no me voy a quedar encerrado.

¡Hoy voy a pasármelo bien!

 

 

Como a las 8 de la noche,

saliendo del denso seminario “Cortázar: Autor de autores” Ligia se le acercó a Mario y lo invitó a salir con ella, una amiga y un amigo suyo.

Afónico, por gritar las consignas en la protesta matutina, Mario le dijo que podía ir y tomarse una cerveza, pero que no podría quedarse mucho más, porque no tenía dinero.

Pero Ligia le dijo que no se preocupase, que ella le invitaba sin problemas.

 

De buen humor Mario siguió a Ligia al interior de un karaoke de unos chinos en Plaza Venezuela.

En el fondo del lugar Ligia y su amiga Mirna se saludaron y abrazaron emocionadas.

 

En la mesa detrás de ellas,

como si un juego absurdo de la providencia se tratase,

estaba sentado Contreras.

 

Mario y él se miraron sorprendidos.

 

Incómodo, Mario, que de alguna manera pensaba que Contreras y él vivían en universos paralelos, que nunca más volverían a encontrarse,

se le acercó cuando Ligia los presentó a su amiga y a él,

y le tendió la mano como si no lo conociese.

 

Contreras le estrechó la mano a Mario con el corazón acelerado,

esforzándose por mantenerse inexpresivo, pero cordial.

 

¿Qué estaba haciendo Mario Carrer allí?

 

 

Sentado uno frente al otro, los dos hombres interactuaron en el rango que la conversación actual les permitía.

 

 

Pero a medida que el alcohol rompió el hielo;

una camaradería pícara comenzó a reinar en el ambiente.

 

Ligia y Mirna no paraban de reír con todas las ocurrencias de Contreras y de Mario,

que de manera espontánea se complementaban con empatía y soltura para bromear.

 

 

Luego de unas seis cervezas Ligia se subió al escenario y cantó una sexy versión de “Suerte” de Shakira, que todos en la mesa celebraron.

 

Animado,

como a la octava cerveza,

fue Contreras quién subió al escenario a cantar una sentida versión de “En mi coche” de los Hombres G.

Una canción que Mario celebró con emoción, porque nunca dejó de escucharla desde que la descubrió en la radio, cuando era un adolescente a finales de los ochenta.

 

 

Cuando Contreras regresó a la mesa, Mario le preguntó si no tenía un cigarrillo y ambos salieron a fumar.

 

Dando una bocanada, Contreras le comentó a Mario que lo había visto en televisión.

 

Mario le confesó que estaba algo preocupado porque sus ex compañeros de la BICRIN y los colectivos le estuvieron grabando y tomando fotos todo el tiempo que duró la protesta.

 

Sin ánimos de preocuparlo,

a sabiendas de que ya tendría alguna forma de expediente abierto,

le dijo a Mario que eso solo lo hacían para amedrentarlo y hacerlo desistir de protestar.

 

Indignado por lo que escuchaba, Mario le preguntó,

 

MARIO: ¿Cómo era posible que la BICRIN estuviese aliada con los criminales de los colectivos?

 

Contreras le sonrió.

Mario era tan diferente a todas las personas que había conocido toda su vida.

CONTRERAS: Seguro tú sabes mejor que yo, todas esas respuestas…

 

Mario asintió y apagó la colilla del cigarrillo con el zapato;

prefiriendo no decir nada mas al respecto.

 

Tratando de disipar la tensión, Contreras le preguntó a Mario si no pensaba cantar una canción esa noche.

 

Mario lo miró inexpresivo,

decepcionado de este país hasta los tuétanos.

 

MARIO: A lo mejor me animo más tarde…

 

Como a la doceava cerveza,

ya borracho,

menos tenso,

Mario subió al escenario.

Luego de mirar la lista de canciones exhaustivamente, se decidió por “Dos Margaritas” de los Paralamas Do Sucesso.

 

Contreras celebró la canción desde la mesa, con vitores, aplausos, y pidió una ronda doble de Margaritas para todos.

 

 

Como a la 2 de la mañana,

luego de que los chinos los botaran del local para cerrar;

entusiasmadas y sin ganas de irse a dormir, Ligia y Mirna propusieron lo que proponen todos los borrachos en algún momento de su vida en el valle de Caracas:

 

Terminar la rumba en la playa.

 

A pesar de que se lo estaba pasando bien, Mario estaba reticente a continuar con el grupo, porque no tenía dinero y así se lo hizo saber a todos,

pero todos insistieron,

especialmente Contreras.

 

 

Antes de llegar a la playa, se encontraron con… ¿Una alcabala? De unos 6 hombres civiles encapuchados y con armas largas.

 

Contreras redujo la velocidad y se acercó lentamente a los hombres.

Mario, Ligia y Mirna, nerviosos, miraron la escena con expectación.

 

Con naturalidad Contreras metió la mano en su bolsillo sacó un billete de 100 dólares y los entregó a uno de los hombres deseándoles las buenas noches.

El hombre que recibió el dinero, hizo una señal a los otros cinco sujetos y estos se apartaron del camino.

Contreras avanzó por la calle poco iluminada y solitaria con lentitud, mirando con cierto recelo por el espejo retrovisor.

Pero los hombres no se movieron.

 

Ya en la playa, sentados frente al mar, conversando, bromeando, riendo; entre los 4 se bebieron al menos 2 botellas de whisky que Contreras tenía en la camioneta.

 

 

Una luna llena brillaba esa noche intensamente en el cielo,

la brisa era cálida

y las aguas del mar estaban calmas.

 

En algún momento de la noche sonó “At the hop” de Devendrá Banheart.

Mario se sorprendió de que esa canción estuviese en el playlist de Contreras y se preguntó a sí mismo ¿Cómo era posible que ambos tuviesen gustos musicales tan específicamente afines?

 

Miró en dirección a Contreras y celebró que conociera la canción.

Mirna y Ligia nunca la habían escuchado.

Y Mario les tradujo algunas frases de la letra para ellas.

 

A Contreras en cambio no le extraño que Mario conociera la canción y comentó al grupo que el cantante había vivido un tiempo en Venezuela.

 

 

Aprovechando un momento, en el que Ligia y Mirna estaban en el baño,

Contreras se le acercó a Mario y sin medias tintas, le dijo que creía que había sido un error haber ignorado lo que había pasado entre ellos dos en Puerto Cabello.

 

Sorprendido, con el corazón acelerado, Mario le pidió a Contreras que, por favor, no hablasen de aquello;

 

Pero Contreras,

que llevaba semanas, precisamente, con ganas de hablar de eso, no se contuvo;

y le dijo que no había dejado de pensar en ese día, ni un solo momento.

 

Mario le aclaró que él era heterosexual.

Y señalo discretamente, con su cabeza, que las chicas que ya estaban de vuelta en el camino.

 

Contreras no dijo nada más.

 

De pronto comenzó a sonar “Oh que será” de Willie Colón en la camioneta.

Y animada Mirna sacó a bailar a Contreras y Ligia no tardó en hacer lo mismo con Mario. 

 

Borrachos, los cuatro bailaron y cantaron la canción.

 

Alegre Ligia se acercó a Mario y le dio un beso en los labios.

Lo mismo hizo Mirna con Contreras.

 

Y mientras se besaban, los dos hombres intercambiaron una breve mirada.

 

Algo que no pasó desapercibido para Ligia.

 

De pronto comenzó a sonar “El Venao” de Los Cantantes.

Avergonzado Contreras se acercó a su camioneta, apresuradamente, para tratar de cambiar la canción, pero Mario le pidió que no la quitara y comenzó a bromear haciendo pasos alocados de baile;

todos comenzaron a bailar del mismo modo, riendo a carcajadas.

 

Un poco después, con cierta ironía, Ligia les dijo a Mario y a Contreras, que, si fueran gays, harían una buena muy pareja.

 

Mario se sintió un poco humillado y dio una risotada con todo lo que daban sus pulmones.

A la defensiva, sintiéndose expuesto de alguna manera, Contreras, hizo lo mismo;

pero, a penas dejo de reír, se quedó pensando, que Ligia tenía razón; que Mario y él, en efecto, harían una excelente pareja.

 

 

Mirna propuso entonces ir a comer algo y los cuatro caminaron por la playa hasta encontrar una venta de arepas y empanadas.

 

Pero Mario y Contreras prefirieron, no comer por ahora,

solo seguir bebiendo,

y se sentaron en el malecón,

compartiendo la botella de whisky y el último cigarrillo que les quedaba.

 

Allí, directo y sin rodeos, Contreras le dijo al profesor que le gustaba.

 

Mario se sorprendió de escuchar aquello y luego de darle una calada al cigarrillo, se lo devolvió diciéndole que estaba confundido,

que lo sucedido en Puerto Cabello, había sido, solo, el error imperdonable de una borrachera.

 

Contreras asintió, sintiéndose algo frustrado al escuchar aquello;

le dio una calada al cigarrillo y se lo entrego a Mario preguntándole, si era serio lo de Ligia.

 

Mario tomó el cigarrillo, le dio una calada y negando con la cabeza de un lado al otro, expiró el humo lentamente.


Contreras tomo la botella de whisky y le dio un trago.

 

Mario le entregó el cigarro una vez más.

 

Contreras dio una nueva calada; luego otra;

dándose tiempo para pensar lo que diría a continuación;

finalmente, entregándole la cola del cigarrillo a Mario,

expirando todo el humo que tenia en los pulmones,

le dijo:

 

CONTRERAS: Yo entiendo que eres heterosexual,

Yo la verdad es que tampoco me pienso a mi mismo de otra manera…

Pero digas lo que me digas, la química de los besos no engaña,

y yo sé que sabes de lo que te hablo, porque, yo sé que tú también sentiste lo mismo que yo en Puerto Cabello.

 

Los dos hombres intercambiaron una mirada por unos segundos.

 

 

Pero Mario permaneció en silencio aspirando el cigarrillo,

 

pensando que el ex policía tenia la razón,

que los besos si eran un buen termómetro del deseo y de la química sexual;

y que si, que aquel beso robado, le había sacado un orgasmo en cuestión de segundos,

 

pero el no estaba dispuesto a admitir aquello al ex policía.

El no era homosexual.

 

 

MARIO: ¿Vamos?

 

Contreras asintió.

 

Mario le pidió la botella a Contreras y este se la acercó.

Le dio uno,

dos tragos.

 

Y en silencio,

los dos hombres se acercaron a donde estaban las chicas.

 

 

Como a las 6 de la mañana, Mirna y Ligia estaban completamente borrachas;

enfrascadas en una conversación acerca de un profesor de matemáticas de su secundaria.

 

Cansado, intentando espabilarse, Mario se quitó la chemise, los pantalones; y en ropa interior, se metió en el mar.

 

Contreras no tardó en quitarse la ropa y seguirle entre las aguas. 

 

 

Al verlo a su lado, entre el sube y baja de las olas,

un poco a la defensiva,

Mario le preguntó si era una fantasía suya seducir a un heterosexual.

 

Contreras se rió con una carcajada; y le preguntó si estaba funcionando.

 

Entonces fue Mario quien se rió.

 

Contreras le pidió que volvieran a verse.

 

Sin compromisos.

Solo a hablar,

 

a tomar unos whiskys,

unas cervezas,

un café,

un té,

un vaso de agua.

 

a comer,

al cine,

a donde fuera,

a lo que fuera,

 

 

Mario tuvo la sensación certera de que nunca antes había sido tan deseado como en esa velada y se rió.

 

Contreras se rió también.

 

Y allí entre el vaivén de olas claras y refrescantes;

iluminados por la luz amarilla del sol naciente,

sintiéndose vivo, bien;

 

Mario estuvo de acuerdo.

 

 

 

 

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