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martes, 21 de marzo de 2023

Limbo

Por Sergio Marcano.

Alain (32) llegó a Venezuela en el año 2009; como uno más de los doctores del programa social Barrio Adentro.
Y aunque los dos primeros años de trabajo fue poco lo que conoció del país,
por sus estrictos horarios laborales,
sus salidas controladas,
así como por la retención de su pasaporte;
Venezuela lo fue seduciendo con la amabilidad, la solidaridad y el sentido del humor de la gente humilde que atendía a diario en el consultorio;
con la colorida abundancia que fue observando en todas las tiendas, mercados y centros comerciales,
con sus rones tintos llenos de sabor,
con el pabellón, el bienmesabe, la reina pepiada,
con el Ávila y sus intrincados caminos;
con sus cervezas refrescantes,
y sus playas de aguas cristalinas.

La revolución bolivariana llevaba 9 años en el poder y todavía se sentía en el ambiente la esperanza de que un mundo nuevo era posible.

Alain creía que tenía suerte por poder ser parte de todo aquello.

Con el sueldo de sus primeros tres años de trabajo Alain compró una planta eléctrica, un televisor pantalla plana para sus padres, ropa para sus hermanas, zapatos para sus hermanos y un teléfono inteligente para él.

Con esa pequeña ventana y el wi-fi de un vecino, Alain pudo por primera vez observar e interconectarse con el mundo moderno sin filtros ideológicos de ningún tipo.
Leyó noticias, artículos de opinión,
vio por primera vez pornografía,
leyó libros de autores cubanos prohibidos por el gobierno,
vio películas y series de televisión norteamericanas.

Y el mundo que le rodeaba le pareció apasionante.

En el tercer viaje, en el año 2011, Alain conoció a Rosa, una joven merideña de pelo negro lacio y labios rosados.
Y a pesar de las estrictas reglas que prohibían a los médicos relacionarse con locales,
Alain y Rosa comenzaron a cortejarse de manera discreta, pero a la vista de todos; ya que ella iba habitualmente al consultorio con el pequeño Alí (7), su primito asmático.

Pasaron meses antes de que pudieran verse por primera vez a solas.
Pero un día libre en el que Alain pudo escaparse del grupo de médicos; ambos se encontraron en un centro comercial.
Sin mediar muchas palabras se besaron y llenos de deseo acordaron buscar un lugar en donde hacer el amor.
A partir de ese momento,
a escondidas de todos,
comenzaron a vivir un noviazgo prohibido; que quizás precisamente por eso, se volvió aún más ardiente y apasionado.


Cada vez que Alain volvía a la Habana, las carencias del día a día, esas con las que había vivido desde que nació, hasta que puso por primera vez los pies en Venezuela, se le hacían cada vez más difíciles de sobrellevar.

Pasar la mitad del día sin luz.
Las largas esperas por falta de transporte público.
Comer con sus padres y sus hermanos el mismo plato de salchichas con arroz noche tras noche, almuerzo tras almuerzo.

Como muchos cubanos de su generación, Alain siempre consideró la posibilidad de irse de Cuba.
Pero a diferencia de la mayoría, él nunca fraguó, ni accionó un plan real para abandonar la isla.

No porque creyera en la vetusta revolución militar que llevaba ya más de 60 años en el poder; nada de eso.

Los ideales de Alain,
desde su adolescencia,
estaban relacionados con el aprendizaje y la practica de la medicina.

No con la política.

Alain se graduó de Médico General con Título de Oro (el reconocimiento que se le da al tesón y a la excelencia en el estudio de la medicina en Cuba) y luego se especializó como Neumonólogo.

Una madrugada, tomándose un ron blanco con su hermano,
caminando por el Vedado,
por el Malecón,
por Centro Habana,
Alain tuvo la sensación agobiante de que en las calles, en todo el entorno, no había perspectivas de futuro.
Los mismos edificios que se caían hace 20 o 30 años,
los mismos viejos mulatos fumando tabaco en las esquinas,
las mismas caravanas misteriosas de carros rusos, llenos de personajes vestidos de verde oliva y de marrón,
todos representantes del alto gobierno.

Y esta sensación aciaga poco a poco, con el transcurso de los días, se fue acrecentando y convirtiendo en una certeza.

Luego de años y años de adoctrinamiento; Alain por primera vez sintió deseos de liberarse de ese pesado yugo ideológico que siempre le había atenazado en circunstancias sociales y económicas agobiantes;
alejarse de esa  rencilla anacrónica, absurda, disfuncional, entre su gobierno y el gobierno norteamericano.

A lo mejor el capitalismo era un sistema errado,
fallido,
equivocado,
como decían sus más renombrados detractores,
pero el socialismo no era mucho mejor.
Al menos no en su experiencia,
ni en la de su familia,
ni en la de sus vecinos…

Sin darse cuenta, en el avión que le llevaba en su cuarto viaje a Venezuela;
Alain comenzó a no sentirse culpable por pensar distinto,
por desear una vida diferente.

Algo en su mente había cambiado para siempre.


En la celebración de año nuevo del año 2011, en un arrebato de sinceridad Alain le dijo a Gretel, su jefa inmediata, que tenía una novia y que estaba enamorado de ella.
Gretel, que si era un funcionario comprometido con la ideología del gobierno cubano, no se tomó a bien la información.
Estaba clara de todos los problemas que eso podría traerle a su gestión.
Pero eso no se lo demostró a Alain.
En cambio a partir de ese momento comenzó a controlar aún más sus horarios,
sus salidas de fin de semana;
y sin decirle una palabra comenzó a tramitar su cambio a otro módulo de Barrio Adentro, idealmente fuera de Caracas.
O,
de no ser posible,
hacerlo regresar a la Habana en el próximo vuelo que saliera para allá.

La siguiente vez que Alain y Rosa se encontraron, ella le dijo bañada en lágrimas de miedo que estaba embarazada.
Alain se llenó de adrenalina,
se puso eufórico.
La abrazó,
la besó riendo, celebrando la noticia,
feliz.

Entrada la noche acostado en la cama del módulo de Barrio Adentro Alain pensó seriamente en lo que de ese momento en adelante aspiraba a que fuese su vida.

La vida de su futura familia.

Y a la mañana siguiente, en un momento sin pacientes que atender,
decidido a proponerle matrimonio a Rosa,
Alain entró a la oficina de Gretel y le pidió su pasaporte.

De alguna manera Alain pensaba que Gretel se alegraría por él.
Pero en cambio ella le dijo que era una mala idea,
e incluso intentó persuadirlo.

Alain insistió en pedir su documentación,
y le dijo que Rosa estaba embarazada.

Molesta,
fuera de sí,
Gretel, le dijo cosas terribles.
Palabras hirientes que hicieron sentir a Alain como un objeto,
un esclavo sin pensamientos, ni emociones;
una mercancía de intercambio entre países.

Entregándole el pasaporte a Alain, Gretel le auguró el fracaso de su vida en Venezuela.

Tratando de procesar como reaccionar ante las terribles palabras de su jefa,
sintiéndose humillado,
Alain entendió con claridad que no podía quedarse trabajando allí,
con gente que era incapaz de verlo,
ni respetarlo como ser humano.

Tomó el pasaporte y salió de la oficina de Gretel a atender unos pacientes que habían llegado al consultorio.

Algo en su pecho,
¿la voz de la intuición?,
le dijo que preparase un bolso con sus documentos y lo más importante que tenía en su equipaje.

Y esa voz no estaba equivocada.

Un poco después de la media noche,
como a la una y media de la madrugada,
Alain observó a través de una ventana la llegada de Gretel y de al menos 3 hombres que claramente eran personal de seguridad del consulado cubano.

Alain, que aún estaba despierto terminando el informe de los pacientes atendidos en el día, se quitó el estetoscopio del pecho, la bata blanca de los hombros y lo colocó todo sobre el escritorio del consultorio.

Caminó a su cuarto rápidamente, tomó el pequeño bolso que había preparado y salió por la puerta posterior.

Esa noche se salvó de ser deportado.


Rosa recibió a Alain en su casa con los brazos abiertos.
El Sr. Eduardo, el padre de Rosa, que ya conocía a Alain, no puso ninguna objeción a que se mudara a la casa de él y de su hija.

Por un breve momento,
la vida pareció sonreírle a la joven pareja.

Pero solo unos meses después de haber abandonado la misión cubana,
el pasaporte de Alain se venció.
Y la vida para todo indocumentado tiene sus retos y sus problemas;

incluso en la Venezuela que recibió a miles de personas en el pasado y que hoy en día tiene al menos 7 millones de coterráneos dispersos por el mundo.

Una tarde caminando por una calle del centro de Caracas, un uniformado (35) de las fuerzas del orden público lo detuvo y le pidió su documentación.

Como Alain era un extranjero con pasaporte vencido,
sin visa,
se lo llevó a una comandancia.

Allí,
luego de encerrarlo en una celda,

diáfano y sin tapujos,
lo extorsionó con deportarlo de Venezuela si no le hacía un depósito de 30 millones de bolívares en ese mismo momento.

Alain intentó apelar a la empatía del uniformado.
Le dijo que había sido médico de Barrio Adentro,
que estaba por casarse con una venezolana.

Pero al hombre nada de eso le importó.
Nervioso y preocupado de no poder resolver; Alain comenzó a hacer llamadas a un grupo de conocidos,
poco a poco  logró reunir el dinero.

Luego de hacer la transferencia al uniformado, Alain fue liberado.


Casi inmediatamente después de ese acontecimiento Alain y Rosa se dejaron de esperas y se casaron.

Rosa desde el comienzo tuvo un embarazo delicado,
Alain la cuidó con todo el amor del mundo; 
pero aún así, al noveno mes de embarazo,
al momento de dar a luz,
Rosa tuvo preclancia, y el bebé murió en el parto.

Fue un momento muy duro para ambos.
Y Rosa se sumió en una depresión profunda.

Un estado mental del que Alain no supo como rescatarla.

Intentando cambiar de aires, Rosa se fue del país a pasar unos meses en el Perú en casa de su hermana.


Con el certificado de matrimonio Alain acudió al consulado cubano para intentar renovar su pasaporte.
Pero allí lo trataron con desprecio;
para ellos Alain era un desertor.
Un traidor a la patria.

Y le negaron la renovación de su documento.

Decepcionado,
en un autobús por puesto, de regreso a casa de Rosa,
Alain se sintió huérfano de alguna manera;

expatriado.


Lleno de tristeza, al primer año de la muerte de su hijo, Alain visitó su pequeña tumba en el Cementerio General del Sur.
Con lágrimas en los ojos, recogió todas las hojas que habían caído sobre el pequeño rectángulo de cemento
y dejó sobre la lápida un pequeño carrito de juguete que había traído como regalo.

En ese lugar, Alain, que nunca en su vida practicó una religión, lamentó no saber rezar; no poder decir una oración en nombre de su hijo.

Mirando al sol,
al cielo; de manera intuitiva,
le pidió con fervor a la divinidad, por el descanso de su hijo.

Esa misma tarde Alain recibió una llamada de Rosa desde Perú diciéndole que al menos por ahora no pensaba volver a Venezuela.

Alain, que estaba genuinamente enamorado de su esposa, no entendía como asumir aquella noticia que traicionaba todos los planes de la vida que habían soñado en conjunto.

Aún así, Alain se esforzó por entender lo que Rosa le decía,
por apoyarla,
por respetar su decisión.

Esa separación invalidó el proceso de legalización de Alain como venezolano.


Al menos una vez al año,
incapaz de perder la esperanza,
Alain acude al Saime (Servicio Administrativo de Identificación y Extranjería) a explicar su problemática, la forma, el año en el que se quedó en el país.

Siempre reúne papeles,
llena formas,
escribe cartas de motivo.

Ya lo han mandaron a casi todas las sedes del Saime de Caracas, pero en ninguna de ellas le dan respuestas o soluciones.

Sobrevolando como moscas en estos lugares, Alain siempre se encuentra con gestores que le hacen promesas de legalizaciones express pagadas en dólares.

Pero Alain, al menos hasta ahora, nunca ha conocido al primer gestor que le inspire un ápice de confianza.

Un día en una de esas jornadas en el Saime Alain conoció a Paul y Antoine,
un peruano y un haitiano,
también ilegales;
tras una breve conversación y un nuevo rechazo del Saime, los tres hombres terminaron tomándose unas cervezas en un bar cercano, contándose sus desventuras como si se conociesen de toda la vida.

Ellos, estaban planificando irse de Venezuela cruzando la frontera de Colombia por Maracaibo.
Mencionaron que habían conocido a la esposa de un colombiano que tenía dos años preso solo por haber estado ilegal en Caracas.

A Alain todos estos cuentos le llenaron la cabeza de dudas y de paranoia.


A pesar de la necesidad de personal que tienen casi todos los hospitales y clínicas de Venezuela,
ninguna institución médica puede contratar a Alain, ni pagarle un sueldo legalmente.

Por lo que, con mucha tristeza, Alain tuvo que dejar de practicar la medicina.

Luego de hacer infinidad de trabajos a destajo, Alain conoció a Joanna,
una portuguesa atractiva de 51 años,
una mujer emprendedora,
muy trabajadora;
casada y con dos hijos.
Ella le dio trabajo fijo, pagado a destajo, en su negocio,
una carnicería en un mercado popular.

Con ella,
al cabo de solo unos meses,
Alain comenzó a tener una nueva relación afectiva.


Para el año 2013 ya Alain había perdido la esperanza de volver a tener un documento de identidad cubano;
pero leyendo la prensa una mañana de enero, se enteró, con sorpresa, que el gobierno cubano había decidido relajar sus controles migratorios y comenzar a otorgar pasaportes a los ciudadanos que así lo solicitasen.

Sin dudarlo Alain acudió a pedir un pasaporte al consulado cubano y en solo unas semanas lo obtuvo.
Un pequeño libro azul, con su foto, su nombre, un número de identidad y dos años de vigencia.

Alain se sintió feliz con el documento.
Cuba seguía siendo su madre patria después de todo.


En marzo de ese mismo año tras la muerte del presidente Hugo Chávez, la incertidumbre política reinaba en el ambiente.
Y las cosas alrededor de Alain comenzaron a cambiar rápidamente.

Las protestas de la oposición contra el gobierno se volvieron habituales y Alain miró con horror, tristeza e impotencia como las calles se teñían de rojo con la sangre de jóvenes opositores.

Además los comercios comenzaron a usar capta huellas para vender comida a precios regulados por el Estado;
y comenzó una escasez terrible.

Desde ese momento Alain no pudo volver a comprar alimentos en ningún establecimiento de Caracas usando su identidad.

A pesar de la pavorosa crisis en la que se sumió el país,
de la hiperinflación,
del descontento social creciente,
la oposición llamó a sus electores a no votar en las elecciones y Maduro fue reelegido como presidente.

Y la situación social,
económica,
y moral,
continuó por años en una espiral descendente.


A veces,
mientras toman café,
Alain y el Sr. Eduardo, el padre de Rosa, hacen ejercicios mentales de como sería Venezuela si Chávez no hubiese muerto o si Capriles hubiese ganado la presidencia. 


Alain nunca se lo ha dicho a nadie, pero ahora camina por las calles de Caracas con una sensación triste de “deja vú” dentro de su pecho.

Venezuela, cada día que pasa, se le parece más a Cuba.


Al cuarto día de un apagón nacional,
acalorado,
ansioso,
irritado,
Alain subió a la platabanda de la casa.

Allí bajo un cielo grande lleno de estrellas pensó en lo absurdo de las fronteras,
de su ilegalidad,
de no poder practicar la medicina,
de que Rosa nunca volviese,
de todos los años que tenía sin ver a su familia…

Aunque no se lo admitiría ni a sí mismo,
esa noche, bajo una luna amarilla,
Alain se sintió desprotegido.
Lleno de incertidumbre ante su presente y su futuro.


Cuando la pandemia llegó, el Sr. Eduardo y Alí, el sobrino asmático de Rosa, se contagiaron y tuvieron un cuadro muy severo de COVID.
Fue Alain al notar sus síntomas quién decidió llevarlos al hospital;

Allí, al ver el número de enfermos en la emergencia,
muchos de ellos sus vecinos,
Alain comenzó a ayudar a los doctores y las enfermeras en todo lo que podía.
Día tras día,
semana tras semana,
mes tras mes.
En faenas extenuantes de trabajo.

Tratando de compensarlo por toda su colaboración,
el doctor Ochoa,
le consiguió a Alain dos dosis de la vacuna china y se las aplicó él mismo.

Es bueno aclarar que Alain no habría podido acceder a la vacuna por no poseer un número de identidad propio.

Por suerte todos esos días extenuantes de muerte y enfermedad ya están en el pasado.


El módulo de Barrio Adentro de la comunidad tiene ya algunos años que no funciona;
pero después del COVID, en el barrio se ha corrido la voz de que Alain sabe de medicina 
y ahora muchos vecinos no dudan en consultarle cuando tienen algún problema de salud.

Sin dejar de trabajar en la carnicería,
Alain, colabora con ellos en todo lo que puede.

Él, a pesar de todas las carencias actuales,
de lo difícil que se ha vuelto resolver hasta lo más elemental en el día a día en Venezuela,
sigue siendo un genuino enamorado de este país.

Y no pierde la esperanza de vivir una vida normal,
con una identidad legal,
como merece todo ciudadano en el mundo.


1 comentario:

  1. Un retrato muy humano y cercano de los médicos cubanos y los expatriados.

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