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jueves, 22 de febrero de 2024

Mala Suerte.

Por Sergio Marcano.

Jorman de 7 años y su hermano Jeicar de 11 nunca tuvieron una vida fácil.
No solo por la Venezuela destruida y de desigualdades insondables en las que les tocó nacer y crecer.
Sino también por lo que muchos de sus vecinos consideraban ser un signo característico de la familia Pérez Zuluaga: la mala suerte.

Primero, en los noventas (unos cuantos años antes de que ellos nacieran),
fue el derrumbe de su rancho, en medio de una terrible vaguada, en la que se deslizó medio cerro,
allí, de manera instantánea, murieron su tío Eduardo, que aún no sabía caminar, y sus dos abuelos;
dejando huérfanos a sus cuatro tíos, sus dos tías y a su madre en una edad bastante temprana.

Unos 10 años después fue el asesinato de John Carlos y Jesusito, los dos hermanos mayores, en lo que se rumoró, fue un ajuste de cuentas.

Luego la muerte de la tía María del Pilar, con su esposo y su hijo, en un aparatoso accidente de tránsito en la carretera Caracas-La Guaira.

Un rosario de desgracias que, fueron marcando y definiendo la vida de todos los miembros de la familia.

Pero allí no terminaron los infortunios,
hace ya unos 3 años, a los tíos Antonio y José Luis,
a pesar de que no eran malandros,
sino vendedores de perro calientes en Plaza Venezuela,
se los llevaron presos, en una redada masiva que hubo en el barrio.

Un operativo policial que despertó a todo el mundo a media noche;
y que dejó sin padres, sin hijos y sin hermanos a más de la mitad de las familias de la zona;
porque, desde que se los llevaron esa noche, nunca volvieron a verles las caras.

Una perdida que Jorman y Jeicar  lloraron con lágrimas amargas porque ambos tíos siempre ocuparon el lugar del padre que nunca habían conocido.


Luego de ese acontecimiento a Yesira, la madre de los niños, le tocó buscar trabajo,
pero en nada de lo que pudo encontrar, logró ganar lo suficiente como para poner la comida completa sobre la mesa,
por lo que después de meses, de años, de mucho esfuerzo y malos pagos, la mujer decidió irse a probar suerte y trabajar en Colombia.

Antes de dejar el rancho, la ciudad, el país,
con lágrimas en los ojos, ella les prometió a sus dos hijos mandarles dinero y buscarlos apenas se estabilizara;
Pero esta no es una historia feliz y el destino resolvió que pasara todo lo contrario: Nunca más volvieron a saber de ella.

Pero no porque su madre los hubiese olvidado,
¡de ninguna manera!
Ella los quería con toda el alma.
Más bien porque su hermana,
la tía Bernardina,
que siempre fue una borracha irresponsable y una mentirosa compulsiva;
cortó toda la comunicación, para quedarse con el dinero de las transferencias que la mujer les enviaba.

Jeicar sospechaba lo que ocurría, porque cada quince o veinte días veía que su tía, que no trabajaba, llegaba al rancho con botellas de ron, vodka y aguardiente.

Pero cuando finalmente inquirió a la mujer sobre el dinero que mandaba su madre, esta le volteó la cara con una cachetada.

Esa misma noche, Jeicar y Jorman salieron del rancho para nunca regresar.
Porque Jeicar,
que desde muy niño había sido muy aplomado, decidido y temperamental,
no estaba dispuesto a aguantar gritos, ni malos tratos.

   
Esta semana, los dos niños, cumplen ya seis meses viviendo en la calle.
Tienen la piel, el pelo y la ropa sucia;
y sus zapatos gastados ya tienen las suelas rotas.  

Aún así, ambos niños se sienten más tranquilos, e incluso más felices, que viviendo con la tía Bernardina, porque no tienen que rendirle cuentas a nadie.

Hoy antes de que los botaran de una arepera en las Mercedes, una señora con acento chileno le regaló a Jorman una arepa de carne mechada.
Yeicar por su parte consiguió que una muchacha le regalara una malta a medio tomar.

Sentados en una acera, los dos niños, que no comían nada desde el mediodía del día anterior, compartieron a partes iguales, tanto la arepa, como la malta.


En Chacaíto los dos siempre se reúnen con otros niños de su edad que también viven en la calle.
A veces se quedan juntos por días.
Porque cuando andan así,
juntos, en grupos grandes, caminando por Las Mercedes, por Sábana Grande, o Plaza Venezuela,
la gente les tiene miedo.

Y ni de día, ni de noche, nadie osa meterse con ellos.

Por eso les gusta acompañarse los unos a los otros,
porque ellos saben que tienen que cuidarse, entre todos, de los adultos.
Sobre todo, durante la noche.

Todos conocen la historia de Sandra, la niña malandra,
que le cortó la garganta a un hombre que la quería violar.
Una amiga, siempre solidaria, a la que nunca volvieron a ver desde que la policía se la llevó para el correccional.


El mes pasado algunos de ellos participaron en las protestas contra el Gobierno.
Estaban emocionados corriendo entre la gente que gritaba consignas con molestia y convicción,
como si aquello se tratara de un juego, lanzaron palos y piedras contra policías y militares.

Esa misma semana Jorman y Jeicar respondieron a las preguntas de una reportera de televisión.
Aunque realmente no entienden mucho de política, los dos niños acusaron al presidente Maduro de su situación de calle.
Quieren que Maduro se vaya del Gobierno para que su mamá pueda regresar a Venezuela.


Ese material,
por órdenes del editor del noticiario,
nunca se emitió en la televisión nacional.
 

En las noches todos los niños duermen por turnos en unos cartones bajo el puente de Las Mercedes.
Saben que, si se descuidan, alguno de los policías de la zona puede golpearlos y lanzarlos al río Guaire sin ningún remordimiento.


Algunas de esas noches, cuando ambos hermanos están acostados uno al lado del otro descansando, Jorman le agarra la mano a Jeicar para sentirse un poco más seguro.

Esta última etapa de sus vidas ha hecho a ambos hermanos inseparables.

Y ese vínculo de afecto profundo,
de amor puro y fraternal,
no cambiará nunca, en ninguno de los complejos años por venir.


 

 

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