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sábado, 27 de enero de 2024

Solo un momento. Parte IV. Relaciones clandestinas.

Por Sergio Marcano. 

¿En qué radica la masculinidad?

 

¿En desear al sexo femenino?

¿En haber tenido sexo con un número significativo de mujeres?

¿En saber como hacerlas gemir de placer?

¿En haberlas amado?

 

¿En tener un gran miembro?

¿Una voz gruesa?

¿Una actitud recia?

¿Una barba cerrada?

¿Un cuerpo musculoso?

 

¿En ser un buen padre?

¿En sacrificarse laboralmente para ser el sostén económico de los que lo necesitan en tu familia?

¿En gozar del respeto de todos?

 


Mientras cortaba dos ajís dulces, media cebolla y un tomate para hacer un perico, con tres huevos que quedaban en la nevera; la cabeza de Mario era un hervidero dando vueltas y vueltas en torno a eso.  

 

La noche con Contreras lo tenía desconcertado.

Porque no fue como él podría haber anticipado que sería.

Porque a pesar de todos sus temores y prejuicios también había encontrado ternura, suavidad.

Porque había sido una noche distinta a cualquier otra que hubiese tenido hasta ese momento.

Pero por sobre todas las cosas, porque la había disfrutado.

 

 

En la ducha, Contreras se sentía vivo.

Embriagado por una sensación de bienestar y satisfacción, que nunca antes había experimentado.

Preguntándose a si mismo si así debió haberse sentido el sexo siempre.

 

 

Tendiendo unas arepas Mario pensó que ser homosexual en Venezuela era convertirse en un execrado moral.

En la comidilla de sus compañeros de trabajo.

En el hazme reír de todos sus conocidos.

En la vergüenza de su familia.

 

Y él no necesitaba más problemas.

 

 

Contreras entró al cuarto de Mario, secándose el cuerpo con una toalla vinotinto,

recogió su ropa del suelo, la vistió, se calzó los zapatos y caminó a la cocina.

 

Al ver a Mario allí, de manera instantánea se le alborotaron los deseos y se esforzó por contenerse; por no tener una erección.

El corazón le latía con fuerza.

Estaba nervioso.

 

¡Como le gustaba el profesor!

 

Le sonrió a Mario con franqueza y se le acercó a su lado.

 

Mario aún olía a la noche anterior,

a virilidad,

a pecado y desenfreno.

 

Contreras le preguntó en que podía ayudar y Mario le pidió que pusiera la mesa, mientras él servía el perico, las arepas y dos tazas de café.

 

Contreras se sentó en una silla y desayunó con apetito.

Mario le miraba conflictuado, sin saber exactamente que decirle. 

Sorbiendo el café con avidez, tratando de espabilarse del sueño y del cansancio.

Pensando que ya estaba tarde para irse a trabajar.

 

CONTRERAS: ¿Qué vas a hacer hoy?


Mario, que tenía por delante una jornada de marcha y de protesta contra el gobierno, prefirió no decir nada al respecto.

 

MARIO: Pues lo mismo de todos los días; ir a dar clases, corregir las tareas de los estudiantes, leer los textos de la maestría...

 

CONTRERAS: Si quieres podemos vernos de nuevo esta noche.

 

Mario mordió la arepa para darse tiempo en responder.

Preguntándose así mismo cómo iba a manejar aquello.

 

¿Estos encuentros ahora iban a ser ahora algo frecuente?

Mario no estaba seguro de que fuera una buena idea.

Pero luego, bipolar, tratando de tranquilizarse, se dijo a si mismo:

Fue solo una noche de sexo. ¡No tiene por qué tener ninguna repercusión!

Pero ¿Entonces por qué esa mañana todo se sentía tan distinto?

Suspiró confundido y decidió decirle a Contreras que esa noche tenía un compromiso con la madre de su hija.

 

 

Pasando coleto en planta baja, la conserje, se quedó mirando a los dos hombres bajar por las escaleras.

Mario se puso completamente paranoico, pero la saludo con cortesía.

La mujer le contestó con voz amable, llana y libre de sospechas.

 

Contreras le propuso a Mario llevarlo hasta a la puerta del liceo, pero Mario insistió en irse en autobús y se despidió de él frente al edificio.

 

Contreras subió a su camioneta contrariado,

preguntándose si Mario se arrepentiría de lo sucedido.

 

En el autobús el profesor se veía desencajado.
Y lo estaba.

No entraba en su cabeza que pudiese tener este tipo de química con otro hombre.

Cuando se bajó del autobús y cruzó la calle, no vio a una moto que se acercaba por allí a toda velocidad.

Por suerte el motorizado era un hombre curtido en el caos caraqueño,

de mente ágil,

y supo esquivarlo a tiempo.

 

En medio de la calle Mario se sintió inseguro, vulnerable.

 

En el baño del liceo, se arregló el cabello y se quedó mirando su reflejo fijamente.

Respiró una y otra vez tratando de relajarse.

¿Por qué se había metido en semejante situación?

¿No tenía ya suficientes problemas?

El corazón le latía con fuerza en el pecho.

La campana del comienzo de actividades lo sacó de sus pensamientos.

Agarró su maletín y caminó al salón de clases.

 

 

En su carro, camino al aeropuerto para buscar a su jefe,

impecablemente vestido y perfumado; 

Contreras estaba feliz,

con una sonrisa indeleble en el rostro,

sintiéndose como el protagonista de una suave y envolvente canción de bossanova, llena de maracas y de tambores acompasados.

 

A toda velocidad, pasando uno a otro todos los carros en su camino,

Contreras golpeteaba en el volante y se miraba al espejo retrovisor, rememorando la montaña rusa de emociones que había sido la noche anterior.

 

 

Un poco después del medio día,

según lo concertado por el Gremio Nacional de Educadores,

los profesores de todos los liceos de Caracas se congregaron en una plaza del centro de la ciudad para marchar cinco cuadras hasta al Ministerio de Educación.

 

Esto para entregar una comunicación en la que se exigían arreglos en la infraestructura de los colegios públicos a nivel nacional, un aumento de salario y la liberación de los compañeros del gremio que habían sido detenidos en todo el país en protestas anteriores.

 

Mario estaba en la primera fila de la marcha.

Gritando consignas a toda voz,

molesto con un Estado indolente que le tenía ganando menos de 15 dólares al mes.

 

En su camino, motorizados de los colectivos pro gobierno intentaban cerrarles el paso con actitud violenta,

con amenazas de cárcel, tortura y muerte,

con armas cortas y largas.

Pero ninguno de los profesores, ni activos, ni jubilados estaba dispuesto a dejarse amedrentar.

Todo lo contrario,

muchos de ellos estaban envalentonados por el hambre que sentían en las tripas,

por el presente y futuro de sus hijos,

por las enfermedades crónicas que padecían.

 

Ya frente al Ministerio de educación se encontraron con un cerco de policías.

Luego de discutir brevemente con el jefe de los uniformados,

se les permitió la entrada a tres de los dirigentes del Gremio Nacional de Educadores para que entregaran el documento.

 

 

Sentado en su carro, esperando frente a una peluquería en la que estaba la mujer de su jefe;

Contreras trataba de escribir en su teléfono un mensaje para Mario.

Buscando las palabras correctas para decirle que estaba pensando en él, que quería verlo de nuevo, que quería besarlo, hacer el amor con él una vez más.

¿Pero cómo decir algo como eso, sin ser obvio, vulgar o sonar como un completo maricón?

 

 

Desistiendo de aquello,

intentando no pensar en Mario,

Contreras abrió un portal de noticias y precisamente allí se encontró con la cara del profesor en la primera entrada:

 

Profesores marchan al Ministerio de Educación

en reclamo de sus derechos laborales.

 

El corazón le latió con fuerza en el pecho mientras tocaba el enlace para entrar a leer la noticia.

 

 

Agotado, ya de regreso a su casa, Mario descendió al metro.

Luego de esperar por unos 40 minutos, se abrieron frente a él las puertas de un vagón particularmente caluroso,

normalmente habría corrido hacia la puerta del vagón más próximo,

o habría esperado otro tren,

pero en ese momento se sentía tan cansado física y mentalmente que entró y se sentó en el primer asiento disponible.

Cuando el tren cerró las puertas y arrancó su movimiento, el calor arreció considerablemente.

 

Al fondo del vagón una pareja de quinceañeros se besaba los labios apasionadamente.

Mario pensó que dos hombres o dos mujeres, en esta sociedad, nunca podrían tener la libertad de hacer lo mismo que hacían aquellos jóvenes.

A los homosexuales les tocaba esperar a estar lejos de la vista pública, para poder demostrarse el afecto en Venezuela.

 

¡Que fácil lo tenían los heterosexuales!

 

Una gota cayó sobre la cabeza de Mario y este notó que el calor del vagón era tan intenso, que la humedad reinante había comenzado a condensarse en el techo y a volver a la gente gota a gota.

 

Bañado en sudor, Mario pensó que todos los que estaban en el vagón en ese momento habían desarrollado la paciencia de un enfermo terminal.

 

De pronto se apagaron las luces y el tren se detuvo completamente.

 

En tinieblas,

pasados unos segundos,

las personas comenzaron a mirarse las caras, las unas, a las otras, desconcertadas;

esperando, quizás, alguna forma de comunicación del conductor, del maquinista.

Pero pasados algunos minutos todo seguía a oscuras y en silencio.

 

Una mujer que se había estado esforzando por mantenerse tranquila, dio rienda suelta a su desespero y comenzó a gritar, que le faltaba el aire, que se moría, que necesitaba salir de aquel encierro.

Viéndola en ese estado su esposo forzó la puerta del vagón y la abrió de par en par.

                    

El aire caliente se escapó del vagón rápidamente.

 

La pareja y toda la gente a su alrededor comenzaron a bajar del tren y a caminar en fila india por una pequeña acera de concreto al lado de los rieles.

 

Los celulares de todos iluminaron el oscuro camino.

 

Unos 15 minutos después Mario salió del túnel a la estación Ciudad Universitaria,

el lugar estaba totalmente en tinieblas;

extrañado Mario subió a la superficie;

pensando que la vida en la Venezuela revolucionaria era un “tour de force”,

una terapia de shock, constante.

 

En la calle el tráfico estaba más descontrolado de lo habitual, porque los semáforos no estaban funcionando.

Había mucha gente a pie y los autobuses que pasaban estaban abarrotados.

 

Poco a poco,

escuchando comentarios aislados de diferentes personas que caminaban a su alrededor,

Mario fue entendiendo que había un apagón en toda la ciudad.

 

Eso era sumamente extraño.

A pesar del desastre que era Caracas habitualmente, aquí nunca se iba la luz…

 

¿Sería un golpe de estado?
¡Ja! Se rio con ironía para sus adentros.

¡Este Gobierno no se dejaba tumbar por nadie!

 

Mario marco el número de su ex mujer en su teléfono y cuando le atendió, le preguntó si tenía electricidad.

Por lo que le entendió, tampoco había energía eléctrica en toda esa zona.

 

Escuchar la voz de su hija le tranquilizó y comenzó a caminar más pausadamente el trecho de camino que le faltaba para llegar a su apartamento.

 

Por los edificios de toda la zona se escuchaban cacerolazos aislados y el mismo grito se repetía una y otra vez, en todas partes:

 

MADURO,

¡¡¡COÑO ‘E TUMADRE!!!

 

Cuando finalmente Mario llegó a su departamento se quitó los zapatos,

se lavó la cara con un pote de agua en su lavamanos,

encendió un cigarrillo y caminó a su balcón fumando con avidez.

Desde allí observó un mar de gente caminando azorada en todas las direcciones.

 

Qué mal karma tenia esta sociedad…

¿Qué coño habríamos hecho para merecernos este desastre?

Aparte de elegir voluntariamente a Chávez y a Maduro como presidentes, por supuesto…

 

El atardecer pintaba de naranja el cielo caraqueño, pero de un momento a otro el manto de la noche cubrió la totalidad de la bóveda celeste.

Poco a poco la calle frente al edificio se fue quedando a solas.

Sin un alma a la vista,

ni tránsito de ningún tipo.

 

Era muy raro ver las siluetas de los edificios completamente apagados.

De no ser por el golpeteo de las cacerolas que ahora se escuchaba en todos los pisos del edificio,

en toda la ciudad.

Caracas habría parecido una ciudad abandonada.

 

Había algo definitivamente sobrecogedor en el panorama.

 

Buscando la hora en su teléfono, Mario descubrió que ya no tenía la señal de su proveedor de telefonía celular y eso le hizo sentir extrañamente desprotegido.

 

¿Qué habría pasado?

¿Por qué no lo habrían solucionado todavía?

¿Hasta qué hora iba a ser esto?

Sintiéndose frustrado caminó a su cuarto y se acostó.

 

La cama olía a Contreras,

a sexo.

Una erección creció en su entrepierna y una ola de culpabilidad le sacudió el cuerpo y el entendimiento.

¿Será que en solo una noche un hombre podía volverse gay?

¿O quizás, más bien, qué todos los seres humanos eran bisexuales sin saberlo?

 

Molesto, en un impulso, se levantó de la cama, arrancó las sabanas, las almohadas, lo tiró todo al suelo y se acostó en el colchón desnudo.

No quería pensar en nada.

Solo dormir.

 

 

Más tarde esa misma noche, en una oficina iluminada con luces de emergencia.

Contreras y unos seis hombres,

también guarda espaldas,

recibieron celulares satelitales y una radio para comunicación interna.

Su jefe les explicó a todos que no se descartaba aun la posibilidad de que el apagón fuese parte de un sabotaje internacional, o de una intentona golpista de la derecha apátrida y que había que estar alerta.

 

 

Como a las dos de la mañana, Mario se despertó;

a su alrededor había un silencio sepulcral y una oscuridad absoluta.

Preocupado de que aún no volviera el servicio eléctrico encendió la radio de su celular, el aparato estaba por quedarse sin carga,

allí escuchó un comunicado oficial en el que un ministro del gobierno acusaba a la oposición de haber causado una falla en la represa de Gurí y que el apagón era a nivel nacional.

 

Mario se sorprendió al escuchar que el apagón era en toda Venezuela.

 

El comunicado no explicaba detalles de lo que había ocurrido,

ni daba ninguna información acerca de las labores que se adelantaban para reconectar el servicio.

 

Mario apagó la radio pensando que Chávez había llegado al poder por hacerse responsable de sus actos,

algo que nunca había hecho un político antes que él,

ni después de él tampoco,

al menos hasta ahora…

 

A sabiendas de que no tenía velas, ni linternas.

Se levantó de la cama y caminó a tientas por el pasillo,

hasta al balcón.

 

Una media luna blanca flotaba fantasmagórica en el cielo.

Mario encendió su último cigarrillo y arrugó la cajetilla.

La calle estaba vacía, a penas iluminada por la luz de la luna.

Pensó que si hubiese electricidad se pondría a leer los textos de la maestría,

o a corregir los trabajos de sus estudiantes.

¿Pero qué podía hacer sin electricidad?

Solo esperar a que amaneciera.

 

Tomó su celular y notó que se había apagado.

 

Escuchó el eco de unos pasos en la calle.

Y vio la silueta de un hombre, con un bolso tricolor, atravesar la oscuridad.

 

¿Cuántas horas faltaban todavía para el amanecer?

 

Dando pasos a la cocina Mario pensó que en la sociedad venezolana era muy difícil

proyectarse hacia el futuro, porque el presente siempre era demasiado apremiante.

Tomó un poco de agua.

 

Caminó al baño a orinar y luego caminó a su cuarto.

 

Flashes de los besos y del sexo con Contreras vinieron a su mente.

Y repentinamente se le aceleró el corazón.

 

¿Por qué todo tenía que ser tan raro y tan absurdo en ese momento?

A nivel nacional,

a nivel personal.

 

Por hacer cualquier cosa Mario decidió tomar un baño.

Se vistió con un jean, una franela y caminó hacia el balcón una vez más.

 

Venus ya se asomaba en el cielo del horizonte y Mario entendió que la salida del sol era inminente.

Apenas amaneciera saldría a comprar cigarrillos.

 

¿Cuántas horas más podría durar esto?

Si al menos pudiese prepararse un café.

(la cocina en su departamento era eléctrica)

 

Finalmente, cuando el sol asomó sus primeros rayos por el horizonte, Mario tomó sus llaves y salió de su departamento.

 

Esa mañana había poca gente en la calle.

Se acercó al primer vendedor de café y cigarros con el que se encontró.

Y compró, a sobreprecio, una marca de cigarrillos suecos que nunca había visto en su vida y un café en el vaso más grande del que disponía el vendedor.

Como si supiera de lo que hablaba, el vendedor de café, afirmó con seguridad que ese apagón era para rato.

Y Mario no dudó que fuese cierto aquello.

Sin ganas de volver a su departamento todavía, decidió caminar un rato, sin rumbo, fumando un cigarrillo tras otro.

 

¿Cómo amanecería su hija?

 

Era un día fresco, claro y de cielo despejado.

Casi todo estaba cerrado y lo poco que estaba abierto solo recibía dinero en efectivo.

Había muchas mujeres en la calle.

 

Tres ambulancias pasaron repentinamente una tras otra por la avenida, haciendo un ruido agudo y ensordecedor con sus sirenas.

¿A dónde irían? Se preguntó Mario preocupado, emprendiendo el camino de regreso a su departamento.

 

 

Frente a su edificio estaba Contreras sentado en el capó de su camioneta.

Mario se alegró al verlo;

se acercó a él tendiéndole la mano.

 

Contreras le preguntó a Mario si tenia algún plan y lo invitó para la playa.

 

Mario pensó que el ex policía estaba loco.

Como si no estuviese sucediendo más nada más allá de esta conversación.

¡Como si no hubiese un apagón en ese momento en toda Venezuela!

 

Leyendo la preocupación y la duda en su rostro Contreras se le acercó, le puso las manos sobre los hombros y le aseguró que a menos que tuviera algo que hacer,

o fuese clave de alguna manera en la solución del problema; no tenia ningún sentido quedarse en la ciudad.

 

Mario entendió que el ex policía tenia razón.

Si bien tenia textos pendientes que leer para la maestría,

su presencia en la ciudad era irrelevante.

 

 

De un momento a otro los dos hombres estaban rumbo a la costa;

escuchando amigos invisibles y compartiendo un termo con café y whisky que Contreras tenía en el carro.

 

Las autopistas estaban desiertas.

 

Contreras estaba de buen humor,

feliz de volver a ver a Mario.

Y si bien tenía muchas cosas que decirle,

de todo lo que había pensado, sentido, después de esa primera noche juntos;

Contreras puso todo su esmero, en simplemente hacer reír a Mario con sus ocurrencias.

Y lo estaba consiguiendo, el profesor se reía y se reía una vez más. 

Poniéndose poco a poco de mejor humor.

 

 

La playa estaba desierta.

No había un alma en kilómetros y kilómetros a la redonda.

 

Contreras se estacionó lo más cerca del mar que pudo,

abrió la puerta del carro, se desnudó y se metió al agua.

Mario lo miró terminándose el café del termo.

Abrió la puerta y salió del carro.

Sintió la arena entrando a sus zapatos.

Se quedó mirando a Contreras chapoteando en el mar unos segundos;

pensando que vivir sin tomarse las cosas tan a pecho,

ni amarguras,

como hacía Contreras,

era, probablemente, la mejor manera de llevar el día a día en el trópico.

 

El agua del mar estaba cristalina y el sol se fragmentaba y desfragmentaba con el vaivén de las olas.

Como hipnotizado, Mario se quitó la franela, el jean y también entró al agua.

 

Sumergiéndose en el mar y dando brazadas entre las olas, Mario se olvidó de todos sus problemas.

Se relajó.

Se acercó a donde estaba flotando Contreras y flotó boca arriba a su lado.

 

Y así se quedaron los dos hombres por un buen rato,

disfrutando del sol,

dejándose llevar por el vaivén de las olas,

por el viento.

 

En completa armonía con el universo.

 

Mario pensó que estar con Contreras traía de vuelta al Mario despreocupado que había sido en algún momento de su juventud,

en su época universitaria, antes de casarse, de tener a su hija y endeudarse para comprar el departamento en Santa Eduviges,

un Mario extinto en la problematizada realidad social y económica revolucionaria contemporánea.

 

A su lado Contreras pensaba más o menos lo mismo;

que estar con Mario, era como estar en otro país;

con otras reglas,

con otra forma de entender la realidad.

 

Ese medio día, con la piel roja,

quemados por el sol,

almorzaron un pescado frito en un restaurante humilde, en una ranchería cercana.

Aún no había electricidad.

La mujer que les vendió la comida les dijo que la energía había vuelto un par de veces, pero que, con la misma, se había vuelto a ir; y que en la radio habían dicho que aún no se sabia a que hora estaría solucionado el problema.

 

 

Mario y Contreras llevaban rato discutiendo acerca del papel del hombre en la sociedad moderna.

 

Contreras sostenía que todos los días de su vida tenía probar que era fuerte, valiente, que estaba a la altura de las circunstancias.

Y Mario afirmaba que toda su vida había tenido que demostrar que era inteligente, que tenia algo que decir.

Pero Contreras estaba hablando de estereotipos sexuales y Mario solo de ser relevante a nivel intelectual.

 

 

En el camino de vuelta a la ciudad se encontraron con una alcabala y Contreras pagó 100 dólares a unos uniformados para que los dejaran pasar sin problemas.

 

Luego de cruzar una Caracas fantasmagórica,

sin tráfico,

solitaria;

frente al edificio de Mario, Contreras le agradeció por haberlo acompañado.

Y cuadraron verse pasado mañana, porque Mario tenía que hacer unas lecturas para su postgrado.

 

Aunque Contreras estaba lleno de ganas de probar más de Mario, se despidió de él con un simple apretón de manos.



Esa noche el cacerolazo fue intenso, el eco de la protesta se escuchó en diferentes zonas de la ciudad.

Pero ya a las 12 de la noche,

aún sin electricidad,

la gente terminó por quedarse tranquila.

Esa noche Mario decidió tomarse una pastilla para dormir.

 

 

A Contreras en cambio le tocó volver a salir de la ciudad y hacer un viaje en caravana con su jefe y cuatro escoltas más a la montaña de Sorte.

Allí,

ya entrada la noche,

tuvo que presenciar como degollaban a un chivo blanco para luego bañar a su jefe con la sangre.

Algo que ya había presenciado en un viaje anterior, cuando le hacían el mismo ritual a la esposa y las dos hijas del empresario.

 

 

Un día después,

aun sin electricidad estable,

sin agua en el tanque del edificio,

 

Mario estaba acostado en el sofá,

desganado,

embotado de tanto leer.

Cuando de pronto escuchó a Contreras gritando su nombre.

Se espabiló, dejó el libro que leía a un lado, se levantó del sofá y se asomó al balcón.

Allí estaba Contreras con una sonrisa de oreja a oreja, saludándolo desde la calle. Vistiendo una alegre camisa de cayenas rojas y amarillas.

Mario se puso una franela y bajó a abrirle.

Se estrecharon las manos y se abrazaron brevemente; intercambiando una mirada franca de deseo y camaradería.

 

En la mesa de la sala Contreras puso un bolso de cuero y sacó de el dos botellas y media de whisky, cuatro cajas de cigarros, un porta Cds y un boomboox, con al menos una docena de Baterías para mantenerlo funcionando.

 

Abrió una botella y le pidió unos vasos a Mario.

 

MARIO: ¡Pero si solo son las 10 de la mañana!

CONTRERAS: No te hagas el loco, que yo se que me estabas esperando.

 

Mario volvió sonriendo con los vasos en las manos.

 

MARIO: Eres un borracho.

 

CONTRERAS: ¡Dime que no quieres beber y no bebemos, guardamos las botellas!

 

MARIO: Nojoda… ¡Claro que quiero beber!

La única forma de no estar arrecho, ni amargado en la Caracas de Maduro es estar medicado, drogado o borracho.

 

Contreras le sonrió y le sirvió whisky en el vaso.

 

CONTRERAS: Yo hoy estoy libre. Y si quieres podemos tomarnos estas botellas

¡y todas las que hagan falta!

 

Mario lo miró pensando que era la idea más lucida con la que se había cruzado esa mañana.

 

CONTRERAS: Además ¡Tú y yo hoy vamos a bailar!

 

Mario se rió.

Contreras puso un cd de música variada en el boombox.

 

MARIO: No, no lo creo…

Yo no bailo.

 

CONTRERAS: ¡Siempre bailas cuando estás borracho!

 

MARIO: No sé de qué hablas.

 

Mario pensó en todas las veces en las que había bailado estando borracho desde su primera borrachera en el bachillerato, hasta el día de hoy.

Y se dio cuenta de que era cierto.

Siempre que estaba borracho terminaba bailando.

Contreras encendió un cigarro y se acercó a donde estaba Mario.

 

CONTRERAS: ¿Podemos tomarnos una foto?

 

MARIO: ¿Qué? ¿Para qué?

 

Mario no tenía la costumbre de tomarse fotografías.

CONTRERAS: ¿Para recordar?

 

Contreras manipuló su teléfono y rápidamente, desde distintos ángulos captó tres imágenes de ellos dos parados, el uno al lado del otro, en el balcón.

Las miró con una sonrisa e inmediatamente se las envió a Mario.

CONTRERAS: Se me está convirtiendo en un hábito verte.

 

Mario encendió un cigarrillo y le dio una calada profunda;

Expirando el humo le dijo con ironía.

 

MARIO: ¡Eres demasiado romántico para ser un policía!

 

CONTRERAS: ¿Quién dice que los policías no podemos ser románticos?


Mario se rio.

 

MARIO: No, ni idea, ¿Qué sé yo de policías…?

Digo, más allá de lo que se dice en los medios,

que no es nada bueno…

 

Contreras, se sintió un poco frustrado por lo que escuchaba,

pero había aprendido a tener tanta calma y paciencia con su ex mujer que eligió hablarle como si el profesor fuera él y le dijo con voz suave y el mayor tacto posible:

 

CONTRERAS: Sr. Mario Carrer…

Yo no solo soy un ex policía.

Yo soy un hijo.

También soy un padre.

Y, aunque parezca increíble, me esfuerzo día tras día por ser un hombre honesto.

 

Mario se sintió culpable.
Pensó que era prejuicioso. Una persona desagradable.

Él entendía perfectamente que Contreras no era LA POLICÍA, que era solo UN policía.

Un EX policía.

E inmediatamente se disculpó.

 

MARIO: Perdón Contreras, no quise sugerir lo contrario.

Si creyese que eres una mala persona no te hubiese vuelto a ver después de Puerto Cabello, ni estaría preguntándome como calza esta amistad que tenemos en mi existencia.

 

Pero, inmediatamente después de haber dicho eso Mario reflexionó que esa fobia anti policial era el resultado del papel que tenían los policías en la realidad venezolana,

que era definitivamente vergonzoso.

Y como no estaba acostumbrado a permanecer callado, se lo dijo.

 

MARIO: Igual no se puede tapar el sol con un dedo Contreras,

Como te digo una cosa, te digo la otra,

los policías criollos están desprestigiados.

¡Metidos en guisos y desmanes de todo tipo!

 

Ignorando sus prejuicios, Contreras, aprovechó la oportunidad para bromear con él.

 

CONTRERAS: ¿Entonces has estado pensando que nuestra amistad es especial?

 

Mario se rio sintiéndose como un idiota por hablar de más y trató de cambiar el tema de conversación.

 

MARIO: ¿Qué has oído del apagón? 

 

CONTRERAS: Nada realmente, que la vaina es un cangrejo y que todavía no lo resuelven…

 

Contreras se rio.

 

CONTRERAS: Y que todo el mundo en el alto y bajo gobierno está buscando una tajada con la solución…

 

Mario se sorprendió con el comentario, porque normalmente a Contreras no le gustaba hablar de política.

 

MARIO: ¡Nojoda! ¡Todo el mundo se corrompió en este país!

 

CONTRERAS: Si… A así mismo es…

 

 

Como al quinto trago, Contreras puso un cd de éxitos de Franco de Vita.

Mario sonrió inmediatamente,

desde su adolescencia no escuchaba a Franco de Vita.

La música era tan buena y la letra tan pegajosa que los dos hombres comenzaron a cantar juntos. Haciendo coros, solos y bromearon interpretando las canciones de manera teatral.

 

 

Fumando en el balcón Contreras le comentó a Mario que su jefe quería pintar la casa de Margarita a final de mes y que estaba por hablar con Luis Daniel para que él y su equipo hicieran el trabajo.

Qué esa sería una buena oportunidad, para se ganaran unos dólares extras.

Y además para que todos rumbearan un poco en Margarita.

A Mario le pareció una idea excelente.
Sobre todo por los dólares, que siempre estaban tan escasos en su vida.

 

De pronto comenzó a sonar “Que Rico” de los amigos invisibles y Contreras empezó a bailar y llamó a Mario con ambas manos.

 

CONTRERAS: ¡Vente!

 

MARIO: Yo no se bailar esto.

 

CONTRERAS: ¿Cómo no vas a saber moverte con esta música?

Vamos, sígueme, que no es tan difícil.

 

Contreras se le acercó con verdadera disposición de enseñarle algún paso de baile.

Mario lo intentaba torpemente.

Contreras lo miraba con una sonrisa sin dejar de bailar.

De pronto,

lleno de deseo,

sin poder aguantarse más,

se acercó a Mario y le dio un beso en una oreja, en el cachete y en los labios.

 

CONTRERAS: ¿¡Por qué tienes que saber tan bien!?

 

Mario lo besó una vez más.

Olvidándose de la música comenzaron a quitarse la ropa.

A apoderándose poco a poco y con deseo de cada centímetro de la piel del otro.

Descubriéndose una vez más, de manera intuitiva.

 

 

Hacia la media noche Contreras se despertó borracho y desnudo al lado de Mario.
Y por unos segundos
lo observó con detalle.

Su barba sin afeitar.

Sus cejas desordenadas.

Su cuerpo masculino.

Pensó que era el hombre por el que había esperado toda su vida.

 

Suspiró preocupado.

Se levantó de la cama y caminó a la sala.

Tomó la caja de cigarrillos y encendió uno de ellos,

pensando que allí, en ese apartamento, por primera vez en su vida, tenía la oportunidad de ser él mismo.

Abrió una botella y se sirvió un poco de whisky en un vaso.

Se sentó en el sofá.

 

En la habitación Mario no tardó en sentir la ausencia de Contreras en la cama y caminó a la sala.

 

MARIO: ¿Todo bien?

 

CONTRERAS: El silencio no me deja dormir. Me pone intranquilo.

 

Mario se acercó al lado de Contreras y se sentó cerca de él.

 

MARIO: Sabe Dios hasta cuando estaremos sin electricidad…

¿Todavía queda trago?

 

Contreras le sirvió en un vaso.

 

CONTRERAS: Estaba pensado en las cosas que te llevan a un lugar, a una situación…

 

Mario lo miró sin saber de qué estaba hablando.

 

CONTRERAS: A mi no me tocaba ir a la pauta de Puerto Cabello.

Pero Ali, un ex compañero de la BICRIN se enfermó y me pidió que lo supliera…

Y yo le dije, que si, que por supuesto.

 

Hizo una pausa.


CONTRERAS: Yo nunca me permití tener sentimientos por otro hombre.

Nunca.

Ni siquiera pensar en eso.

 

Contreras se rio.

 

Saboreando el trago de whisky, Mario notó por primera vez en Contreras una fragilidad, una indefensión, casi infantil, que le llenó de ternura.

 

CONTRERAS: Ojo, tampoco nunca me crucé con nadie con quién hubiese algún tipo de empatía física, o química…

Con el sentido del humor correcto o que escuchase el mismo tipo música…

Que parecen tonterías cuando te lo digo…

Pero que no son tonterías.

¡Son cosas claves!

Cosas que no necesariamente compartes con todo el mundo…

 

Mario lo miraba preocupado, pensando en lo que el ex policía diría a continuación.
Pero Contreras no dijo nada más.

Mario encendió un cigarrillo y finalmente fue él quien rompió el silencio.

 

MARIO: Yo no sé si creo en el destino,

pero si creo que el desorden en este país tiene una energía poderosa,

Aquí nunca hay respiro…

Es una espiral que te jala en todas las direcciones…

Sabe Dios en que estarías metido si no hubieses ido a Puerto Cabello.

 

Contreras se rio.

 

CONTRERAS: Si, es verdad…

¿Pero qué…? ¿Te arrepientes?


Mario dio una calada al cigarrillo, extendiendo su silencio todo lo posible.

 

MARIO: No… Para nada…

Caracas es tan difícil…

Tan…

Maltratadora…

…Contigo, más bien, estoy recordando que la vida también puede ser otra cosa…

 

Mario aprovechó ese momento para preguntarle se si se había enamorado alguna vez;

Contreras le contó que había querido a cuatro mujeres en su vida, tres novias en el bachillerato y en la universidad; y a la mujer con la que se había casado y tenido a sus dos hijos.

 

Mario le contó también acerca de las mujeres en su vida.

 

El amanecer los encontró allí en la sala conversando del pasado.

De cómo entendían el amor,

de sus hijos.

 

Una bandada de guacamayas de pronto rompió el silencio reinante de esa madrugada.

 

 

En un café cercano, allí mismo en la avenida, Mario pagó dos cafés y unas empanadas de carne mechada y queso.

Cuando salían del local, le preguntó a Contreras si podían ir a comprar unos bidones de agua y llevárselos a su hija.

Contreras estuvo de acuerdo.

 

A pesar de que no había agua en las cañerías de la ciudad;

en muchos lugares vendían el líquido a sobre precio.

En el primer lugar que encontraron Mario compró 5 bidones.

Uno para él y cuatro para su hija.

 

Frente a un edificio en Santa Eduviges, Mario gritó los nombres de su ex mujer y de su hija.

La niña (7) lo escuchó y se asomó con una sonrisa en los labios en un balcón del piso 6.

Le saludó emocionada.

Luego se asomó su ex mujer.

La niña bajó corriendo por las escaleras y en planta baja abrazó a su papá con cariño.

 

Luego de darle un beso y la bendición, Mario se la presentó a Contreras.

Contreras se alegró al conocerla,

pensó que la niña tenía la misma sonrisa de su padre.

Luego ayudó a Mario a subir los 4 bidones por las escaleras.

Arriba también conoció a la ex mujer de Mario.

Siendo coloquial y simpático con ella, Contreras se sintió como en una operación encubierta.

 

 

De regreso a su departamento, Mario caminó al baño a bajar la poceta, con un poco más de la mitad del bidón de agua.

 

Contreras le siguió con el boombox en la mano,

y desnudándose, insistió en que tenían que bañarse juntos para ahorrar lo poco que quedaba de agua.

En el aparato puso “I wanna know what love is” de Foreigner y comenzó a cantarla para Mario.

 

CONTRERAS: I wanna know what love is, ¡I want you to show me!!

 

Desnudándose, con una sonrisa en la cara, Mario prefirió guardar silencio.

 

Pote, tras pote de agua, se lavaron el pelo, se enjabonaron y enjuagaron el uno al otro.

 

 

Exhaustos, Contreras y Mario se acostaron en una cama para tratar de dormir,

pero en cambio comenzaron a besarse,

a hablar de cómo le gustaban a cada uno los besos,

y se besaron una y otra vez,

una y otra vez,

intentando perfeccionarlos.

E hicieron el amor una vez más.

 

Contreras se durmió con la cabeza colocada sobre el torso de Mario, abrazado a su cuerpo;
relajado.

Mario pensó que Contreras era un buen tipo y que no le molestaría seguir disfrutando de su compañía.

 

 

Como a las 5 de la tarde, cuando se despertaron,

aún sin electricidad,

Contreras sugirió que fueran a cocinar a su departamento.

 

Luego de estacionar el carro en el último de los sótanos del edificio,

iluminados por el celular de Contreras, subieron hasta el piso 5.

 

Contreras en su nevera, aún tenía piezas de pollo y unos bistecs.

Un día más de espera los hubiese dañado, pero en ese momento, aún se conservaban.

Contreras peló unos dientes de ajo, los machacó, los mezcló con sal aceite de oliva y pimienta y lo puso todo a la plancha.

Luego, con aguacate, cebolla y tomates hizo una ensalada.

 

Mientras Contreras cocinaba, Mario caminó con curiosidad por el lugar.

Tratando de entender mejor al ex policía.

No se sorprendió al encontrar un afiche de Star Wars en una pared.
Tampoco al encontrar unos libros de Dan Brown y de Harry Potter apilados sobre una mesa.

Pesas, cascos de motorizado, una tabla de bodyboard, una pelota de basket.

¿Cómo podía tener tantas cosas en común con alguien tan diferente?

 

 

Ya al atardecer,

en la camioneta, en dirección a casa de Mario,

un Contreras, trajeado, encorbatado y perfumado, le agradeció a Mario, por todos estos días que habían pasado juntos.

Mario también le agradeció, pero por haberle ayudado a comprar y cargar el agua para su hija.

 

Contreras le apretó la pierna a Mario y los dos hombres se miraron brevemente, con intensidad, avanzando por la avenida.

 

 

Esa noche Mario tuvo la impresión de que su apartamento se sentía vacío sin la presencia de Contreras.
Fumando un cigarrillo en el balcón notó que ya la gente no protestaba.

En los edificios cercanos había espacios iluminados por luz de velas y gente conversando tranquilamente en sus balcones.
Mario pensó en lo rápido que todos los venezolanos nos acostumbrábamos a la adversidad.

No parecíamos los descendientes de ese bravo pueblo del que hablaba el himno nacional.

 

Tarde esa noche, acostado en su cama, justo antes de dormirse, Mario tuvo la certeza de que los seres humanos,

si lograban romper el cerco moral que les atenazaba cotidianamente,

por el patriarcado,

por el matriarcado,

por la heteronormatividad social,

por la religión,

eran potencialmente bisexuales.

 

Libre de culpas,

con el cuerpo completamente relajado,

Mario durmió hasta el amanecer,

como no había podido dormir en los últimos meses, si no años.

 

 

Poniendo gasolina, en un instante en que tuvo señal en el teléfono, Contreras logró comunicarse con su ex mujer, que todavía seguía en Isla Margarita con sus hijos;

a pesar de la amargura habitual que la caracterizaba, le escuchó decir que todos estaban bien, a buen resguardo en casa de su suegra.

Aunque no estaba preocupado,

eso le hizo sentir más tranquilo.

 

Esa noche a Contreras le tocó hacer de guardia en una reunión con su jefe y un alto personero del gobierno.
Unas reuniones que comenzaban a altas horas de la noche y que solían extenderse hasta ya bien entrada la madrugada.

Para esas ocasiones era que Contreras tenia aquel termo con café en su camioneta.

Pero esa noche en particular no lo necesitaba,

esa noche estaba eufórico,

con el sabor del sudor de Mario en los labios,

con la piel todavía erizada por su contacto,

con una erección que no se le bajaba en la entrepierna.

 

Completamente consumido por el deseo.


Como a las 5 de la mañana,

una vez libre de sus obligaciones laborales,

Contreras compró una jarra de café y unas empanadas en una arepera en las mercedes;

luego pasó por su departamento se cambió a una ropa más fresca, buscó una caña de pesca, tomó tres botellas de whisky de una caja, guardó una toalla en un bolso; se montó en el carro una vez más y se fue a comprar cigarrillos.

 

Ese día Contreras estaba decidido a decirle a Mario que quería ponerle titulo a su relación, oficializar de algún modo aquello que tenían.

 

Aún era temprano,

en un trecho con señal telefónica en la autopista, a su celular comenzaron a llegar los recordatorios de la reunión de un entrenamiento con los ex BICRINes el día de hoy,

pero Contreras simplemente los ignoró.

Él tenia mejores planes.

 

Mario se despertó con la voz de Contreras gritando su nombre en planta baja.
Se enrolló la cobija en el cuerpo para tapar su desnudez y caminó al balcón.

 

Contreras sonrió al verlo,

pensando que parecía un emperador romano.

 

Estaba enamorado de él.

 

Le dijo que bajara, porque se iban a la playa.

 

 

Mientras se vestía con ropa ligera, Mario pensó que Contreras vivía una vida totalmente hedonista;

y que él no podía acostumbrarse a aquello, porque esa no era su realidad económica, ni social.

 

 

En la carretera Contreras se veía cansado, lo estaba;

su plan era llegar al mar, instalar la caña de pesca, dejar a Mario a cargo y él dormir un rato acostado en la arena.

 

Mario nunca había pescado, pero aprendió con rapidez.

 

Era un día plácido;

en el cielo despejado, azul claro, volaban algunas gaviotas,

y una brisa cálida traía pequeños granos de arena que chocaban en la piel creando un cosquilleo relajante.

 

A media mañana, al despertar, Contreras agarró su teléfono y le tomó una foto a Mario junto a la caña de pescar.

Luego se acercó a él y tomó una selfie,

Mario saludó a cámara con una sonrisa en los labios.

Contreras le dijo a Mario que podrían volverse pescadores, olvidarse de todo y quedarse viviendo allí a la orilla del mar,

envejeciendo con tranquilidad.

 

Mario sonrió.

No era una mala idea.

Para como estaban las cosas en caracas…

 

Ilusionado imaginando todo aquello; Contreras se sentó al lado de Mario en la arena.

 

CONTRERAS: Y nuestros hijos podrían jugar y nadar en el mar todo el tiempo.

 

Contreras sonrió

 

CONTRERAS: ¿Qué dices? ¿Nos mudamos? Yo compro una casita, un ranchito en el que quepamos todos…

 

Mario se rio.

 

MARIO: Yo nunca me iría de Caracas.

 

Sorprendido.

 

CONTRERAS: ¿En serio? Pensé que odiabas Caracas…

 

MARIO: Claro que la odio, pero también la quiero…

Allí me gustaría envejecer…

 

Contreras se quedó pensativo.

 

De pronto la caña se tensó, había picado algo.

Mario la tomó entre sus manos y se levantó de la arena.

El pez al otro extremo jalaba con fuerza.

Contreras agarró su teléfono y comenzó a grabar un video.

Con un poco de esfuerzo Mario sacó del agua un pez plateado como del tamaño de su antebrazo.

Mario estaba feliz,

con una sonrisa de oreja a oreja,

lleno de satisfacción.

 

Contreras abrió una botella de whisky y sirvió dos vasos para celebrarlo.

También estaba contento de estar allí,

de estar con él.

 

Se acercó a Mario, le entregó el vaso y le besó en los labios de manera impulsiva.

Mario le tocó el pelo y le sonrió.

 

Los dos hombres chocaron los vasos invocando un futuro promisorio.

 

Al medio día le pidieron a la mujer del restaurante en la ranchería que les cocinara ese pescado.

 

Mientras esperaban en una de las mesas Contreras se llenó de valor y le dijo a Mario que le gustaría enseriar las cosas entre los dos.

Mario tenia sentimientos encontrados al respecto.

 

MARIO: Tú y yo somos de mundos completamente distintos Contreras.

 

CONTRERAS: Yo quiero estar en el mundo en el que tú estés.

 

Mario se rio con cierto nerviosismo.

 

MARIO: ¿Cúanto hace que nos conocemos? ¿2 polvos?

 

CONTRERAS: Muchos más.

 

MARIO: Voy al baño.

 

CONTRERAS: Yo también.

 

Los dos hombres caminaron al baño.

 

CONTRERAS: ¿Sabes lo difícil que es encontrarse con alguien en esta sociedad?

 

Mario se rio una vez más.

Eso sonaba exactamente igual a algo que él hubiese dicho.

 

Pensó que, si hubiese vivido estos mismos días, esa misma química, que acababa de vivir con Contreras, con una mujer, seguramente ya estaría enamorado de ella.

 

Los dos hombres orinaron al mismo tiempo en una letrina.

 

MARIO: ¿Que tal si nos seguimos viendo cada vez que tengamos tiempo, o queramos…? Digo, lo mismo que hemos hecho todos estos días…

 

CONTRERAS: Yo no quiero ser tu amigo Mario.

 

MARIO: ¿Amigos con derecho te funciona?

¡No presiones tanto que estamos en la época del consentimiento!

 

Contreras se rio, se le acercó y le dio un beso en la boca.

 

En ese momento, Camacho,

el ex BICRIN, némesis de Contreras,

abrió la puerta del baño.

 

Sin pensarlo,

de manera instintiva,

Contreras empujó a Mario de su lado;

Mario cayó de bruces en el suelo, sin entender lo que sucedía.

 

CONTRERAS: ¿Qué te pasa maricón?

 

Mario le miró sorprendido desde el suelo.

Miró a Camacho.

Camacho se abalanzó contra Mario para golpearlo, pero Contreras lo cercó con su cuerpo.

Mario se dio cuenta de que Camacho estaba armado.

La sangre se le heló en el cuerpo.

 

CONTRERAS: ¡No te metas en este peo!

 

El ex BICRIN le gritó con violencia.

 

CAMACHO: ¡Maricón!


CONTRERAS: ¡Vete de esta mierda si no quieres que te mate a coñazos!

 

Mario miró la dura expresión en el rostro de Contreras.

La convicción de su interpretación era aterradora.

Pensó que podría haber sido un excelente actor de cine o de teatro de habérselo propuesto.

Se levantó del suelo y salió del baño.

 

El pequeño restaurante ahora estaba lleno.

 

Todos los ex BICRINES amigos de Contreras estaban allí, mirándole como si fuera un bicho raro.

 

Mario tomó sus cosas de la mesa y salió del lugar.

Caminó hacia la calle,

luego a la avenida

y después a la autopista.

 

Cuando ya pensaba que le tocaría volver a pie hasta Caracas,

apareció un autobús.

 

Aunque no era creyente, Mario le agradeció a Dios.

 

Sentado al lado de la ventana, en la última fila de asientos,

escuchando reguetón a todo volumen,

la palabra MARICÓN resonó una y otra vez en la cabeza de Mario.

 

Nunca antes en su vida se sintió tan humillado como en ese momento;

 

Nunca antes en su vida se sintió tan traicionado.

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