Por Vicente Forte Sillié
El callejón es el de la 23 y 20 del barrio obrero, pero para ellos pudiera ser cualquiera. Cuando se va a lo que ellos van, las direcciones sobran. Es de madrugada y llueve. El agua permea los escombros muertos de una esquina, levantando un hedor a basura dormida y orines viejos. El farol de la municipalidad alumbra de amarillo la mitad de la calleja y casi la totalidad del Fairlane 500 negro; la otra mitad permanece oscura, engullendo parte del costado izquierdo del carro. Todo es expectativa: el motor del Fairlane está encendido, del transformador del poste de luz se desprende un zumbido agrio de abeja gigante, un par de zapatos de goma, atado por las trenzas, se balancea desde el cable eléctrico del que cuelga y marca territorio, la lluvia arrecia... Sólo falta un grito.
Durante el día, el mismo callejón es otra cosa: una calle ciega de barriada pobre, el terraplén desierto que da esquina al cerro La Dolorosa. Frente a él se extiende un precipicio completo y panorámico, desde el que se divisa, por la derecha, todo el borde este del barrio, con sus ranchos de ladrillo rojo y techos de zinc; al centro y a la izquierda, el pie del cerro y la quebrada de aguas negras que lo recorre hedionda, crecida, repleta de basura y animales muertos; hacia el horizonte, la urbe, con sus edificios modernos, sus puentes y sus corredores viales. A la luz del día, la 23 y 20 es el mirador público desde donde la penuria se mira y compara a sí misma, embrujada por el espejo sempiterno de la ciudad y sus promesas. De noche, la historia es distinta. Bajo la débil luz del farol, la 23 y 20 es prospecto de crónica roja, de noticia de arrabal y mala muerte. La policía local le llama el aliviadero, pues allí es donde el barrio suele verter sus propias tragedias humanas, donde se hace sangría de vez en cuando. Pero ese es sólo uno de los nombres. Cada uno le apoda según sus propios infiernos y curetajes. A estas alturas, el hombre y la mujer del Fairlane negro viven la tragedia inmediata que mañana les hará protagonistas de la sección de sucesos de la prensa tabloide. Ambos forcejean en el asiento delantero de cuero blanco, ante la mirada de fuego de un San Miguel Arcángel que desde el encierro de la estampa pegada al espejo retrovisor, atestigua el drama y pisa la cabeza del demonio. Kike trata de meter la mano por entre las piernas de Lupe, mientras ella, desesperada, intenta echarle hacia atrás, aguijoneándole las costillas con los tacones de aguja de sus zapatos. Kike, que le ataja uno de los tobillos, le hala hacia si dejándola boca arriba, con el cuerpo tenso, sudado, y es allí cuando Lupe, que ahora es María Caicedo, lanza el alarido de ira y terror esperado por la noche. Kike le pega en la cara con el revés de su mano abierta, dejándole a María un latido de espinas que crece silente y se le incrusta detrás del ojo. Ella trata de incorporarse, pero él le ha sujetado el cuello con fuerza, y ahora Lupe se hace arco, uno de inercia y pelvis elevado por encima del cuerpo. Él aprovecha para hincar en peso muerto su rodilla y ella, ante la presión en los muslos, no tiene más remedio que entreabrirle las piernas. Libidinoso, Kike ve como la minifalda de lycra busca rellano en la cintura de la doble mujer, abriéndole un universo de ganas hacia las pantaletas negras de nylon y algodón, uno oscuro e infinito que le incita a buscarse el miembro ansioso que le late dentro del pantalón. Los destinos nos buscan y a veces nos encuentran. Lupe Cienfuegos se ha topado con el suyo, pero es María Caicedo quien lo enfrenta, en un enredo invisible de causas en el que Kike, que no es más que la careta perenne de Enrique Tosta, es ejecutor y ejecutado, pues a él también le ha encontrado su propia suerte. Es María Caicedo la que busca en el piso del automóvil la navaja pico e' loro que siempre lleva consigo, pero es Lupe Cienfuegos quien la consigue en el desorden de pertenencias desparramadas fuera de la cartera volcada y sin miedo la entierra en el costado derecho del vientre de Kike, deslizándola de izquierda a derecha, en un movimiento transversal que abre paso a un racimo de vísceras azules y descontentas. Enrique Tosta siente una punzada horizontal, una culebra de acero que le hurga las tripas, y el olor a sangre y colerina se impregna con gula a los asientos. Una arcada de miedo y asco le obliga a quitar la mano del cuello de María, la misma que ahora se lleva a la herida en un afán de contener el batir de las alas y los picotazos del cuervo en que se le han convertido los intestinos. María abre la puerta y se precipita fuera del vehículo y su prisión, cayendo sobre el suelo fangoso del terraplén. La detonación suena seca, un graznido de plomo que irrumpe violento e instantáneo, buscando, persiguiendo. Las sombras se abalanzan como un pájaro negro sobre las desventuras de María Caicedo y de Enrique Tosta, y el silencio se apodera del silencio, reiterándolo a punto de vacío, hasta que el Fairlane 500 cobra vida de nuevo, y se abalanza hacia la bocacalle en retroceso, con un rechinar de ruedas que se ahoga en la espesura de tierra del callejón. Ya el suceso es carne de carroña, titular en avanzada de reportaje amarillista y acta policial, aunque todavía falte para que llegue la prensa y la policía, aunque Enrique Tosta apenas esté manejando hacia a la autopista, ligero a encontrarse también con la muerte.
***
El tiempo no perdona, mucho menos a las putas. María Caicedo lo constata al
verse en el espejo. De su propio reflejo ha saltado sin preavisos la certeza
cruel y dolorosa, una alimaña agazapada en el tiempo abalanzándosele feroz,
rasguñándole con sus uñas de animal infecto, volviéndole mierda la vida por
partida doble: a ella, María Caicedo, mujer anónima, ciudadana de este
domicilio, y a Lupe Cienfuegos, puta corrida en arrabales y matariles de la
ciudad. Pino está a su lado, ajeno al descubrimiento, sin percatarse del
sufrimiento de María que ha quedado paralizada con el rímel negro en la mano, a
medio camino entre su voluntad y su ojo. María Caicedo se da cuenta de que ha
comenzado a envejecer, y con ella, irremediablemente, la Lupe. Y aunque ella y
sus reflejos son los mismos de ayer, María lo sabe, lo siente y lo concluye,
con la evidencia pesada de los juicios y las revelaciones. En este momento
María y Pino están en el baño deteriorado de la pensión, construyéndose sus alter
egos, fabricándose una apariencia que a veces les confunde sus personalidades,
como si de verdad existieran de alguna manera concreta y definitiva y no fueran
simplemente la consecuencia irreductible de sus partes. Ambos están
maquillándose frente a un espejo pequeño, cruel, enclavado por encima de un
lavamanos que gotea intermitente; una implacable mirada de azogue que les dice
de vuelta quienes son en realidad, sin llamarles ni juzgarles. Ambas caras
entran y salen de la pantalla de vidrio, algunas veces alternándose, otras
coincidiendo hasta los límites de la yuxtaposición, una sucesión fortuita y
accidentada de cuadros en los que quedan expuestos ojos, labios, pestañas,
pintalabios, pinzas, pinceles. María tiene ojos gatunos, negros y profundos, la
boca carnosa y agitada, la nariz perfilada; Pino es de cara redonda y ojos
pequeños, su boca es una línea delgada y apacible, su nariz, de señorita
distinguida. Ninguno de los dos tiene cejas, en su lugar un trazo oscuro
dibujado para la eventualidad del trabajo señala el sitio donde debería haber
pelo, de hecho ninguno de los dos tiene vellos o pelos en el cuerpo, una por
lampiña, el otro por el ejercicio contumaz del afeitado, el depilado y los
estrógenos; ninguno de los dos es de pestañas largas, por eso usan la una
rímel, el otro postizas; ninguno de los dos es bello, pero ambos son atractivos
a su manera, una, con la voluptuosidad de una mujer de treinta y nueve años, el
otro, con la belleza andrógina y dinástica de una mujer de cuarenta y dos que
ha quedado atrapada en el cuerpo de un hombre de veinte y ocho. Ninguno de los
dos habla. Cada uno ejercita el automatismo que deja lo repetido, que deja una
noche tras otra, mientras se entregan indefensos a sus pensamientos. Ella
piensa en lo que le gritaron los tipos mientras esperaba en la calle a que la
levantara un cliente. Él piensa en su padre, indefenso, diminuto en la cama del
hospital público. Vieja de mierda me gritaron, eso fue lo que me gritaron,
vieja de mierda, le dice ahora Lupe a Pino, murmurando la frase como en una
disección, en un acto de cizaña descarnada contra ella misma, Vieja de mierda,
y luego aceleraron y el carro desapareció de la avenida, dejándole el mal sabor
en la boca y el eco de unas risas anónimas retumbando en la noche. Gran vaina
mija, peores cosas me han gritado, no joda, cuando trabajaba en la calle hasta
piedras me tiraron una vez, otra vez, un carajo se bajó del carro y me cayó a
coñazo limpio sin ninguna razón, le dice Pino a Lupe, pero ella ya le está
respondiendo en dos murmullos apagados y tristes, No lo es lo mismo Pino, no es
lo mismo. Pino, alto, delgado, con el dorso afeitado, modelando unos shores
negros de plástico brillante, levanta la tapa de la poceta, se baja el cierre y
empieza a orinar. María, en ropa interior, ambas piezas negras, la pantaleta
con un hueco pequeño en la nalga derecha, revisa su rostro, chequea los
resultados de la sesión de maquillaje, mira con profundidad en el espejo el
reflejo inexistente de los hombres gritándole desde el carro, hiriéndole a
ella, a María, y no a Lupe, que tal como implica Pino entrelíneas, la Lupe no
le pararía bolas a esas vainas. De bolas que no es lo mismo, le dice a Lupe,
que te caigan a coñazos siempre es mucho peor, y puja un poco, y se sacude, y
luego de guardarse un miembro que desencaja totalmente con su feminidad, limpia
con papel toalet los bordes de la tapa en los que cayeron algunas gotas. No
tiene nada que ver con eso Pino, y es verdad, a ella le han gritado puta mil
veces. ¿Y qué?, sí, soy puta, ¿cómo me va a arrechar que un carajo saque la
cabeza por la ventanilla del carro y me grite
¡PUUUUUUUUUUUUUUTAAAAAAAAAAAAAAAA!!!? Al principio le arrechaba, pero después,
con el tiempo, se dio cuenta. Cuando pasa un zapatero uno le grita
ZAPATEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEROOOOOOOO!!!!, o al portugués del abasto Epa
PORTUGUEEEEEEEEEES!!!!!, y si yo soy puta, pues ¿qué otra vaina me van a
gritar?, pues puta, pero vieja e' mierda… La verdad no es absoluta, y por tanto
también la vida se construye a medias tintas en el baño de esa pensión. Pino
empieza a recoger los utensilios de maquillaje. Los guarda. Luego se pasa la
mano por la cabeza rapada y suspira. María le ve como quien ve llover, sin
percatarse de la propia conciencia de verlo. Es verdad: a pesar de su
cinturita, sus caderas anchas, sus senos pequeños, ya han empezado a caerle un
poco las carnes. El deterioro es casi imperceptible, pero María lo resiente. La
Lupe lo ignora. Y los hombres que pasan de noche por el centro de la ciudad,
resguardados en sus carros, lo juzgan y lo gritan. María y Pino salen del baño
e ingresan a un pasillo mal iluminado. Van rumbo a la habitación. El tiempo
parece anquilosarse en la oscuridad del pasaje, todo se mueve más lento, con
una densidad que no es natural. Un poco por debajo de su hombro izquierdo, por
entre los cabellos lacios de María que se agitan ahora a una revolución por
segundo, mostrando y tapando, mostrando y tapando, se asoma subrepticio el
tatuaje de una rosa que en algún momento fue negra y feliz. Desdibujada, azul,
la flor confirma hoy que las rosas también se marchitan con el tiempo. Hasta
las tatuadas.
***
Todo se reduce a ahora, ahora, ahora, ahora, ahora, un golpe de tambor
infinito que sólo culmina en un último ahora, definitivo como una máquina de
escribir hundiéndose en una piscina. Todo es irreparable y definitivo, aún las
cosas pequeñas y las escenas sin importancia que se suceden, porque todo pasa
irrefutable y todo ha pasado aquí también. Pino y María salen de su cuarto
rumbo a la cocina de la pensión, pero antes de eso María agarra sus cigarrillos
y su yesquero, y unos segundos antes, se viste, en calidad de facha temporal,
con una franela estampada con la imagen de un candidato a la gobernación y con
un short de tela, ropas que se pone con cuidado para no dañarse el maquillaje,
luego de tomarlas de debajo de su almohada. Previo a eso Pino dice Vamos a
comernos algo, no vaya a ser que nos dé un beriberi, y ella apaga el cigarrillo
que está fumando y deja en la cama el espejito con el que se detalla la cara.
Ya son las once y media, dice Pino, Todavía tenemos algo de tiempo, vamos a
comernos algo, no vaya a ser que, responde a María que fumando y detallándose
la cara con un espejito de mano, pregunta la hora. ¿Te vas directo al hospital
luego de La Noria?, pregunta María antes de saber que tendrá la necesidad de
preguntar la hora, Sí, hoy no me voy con ningún hombre, voy a ver si llego para
darle el desayuno al viejo, responde Pino. Previo a la pregunta y a su
respuesta, Pino se acerca al closet y comienza a llenar un bolso con ropa de
hombre. Pero la conversación fue antes de todo esto. Sucedió exactamente
después de que ambos entraron al cuarto de la pensión, luego que caminaran el
pasillo oscuro, enjuto y atemporal que separa el baño de la habitación. Venían
de maquillarse y entraron como se entra a la habitación a la que se pertenece:
con una naturalidad tal que raya en la negligencia. Todo seguía igual. La misma
austeridad, la misma luz amarilla del bombillo explotando con su ámbar los
objetos, las camas de metal idénticas, destendidas, debajo de las sábanas las
colchonetas y debajo de estas, la red de alambres que soporta el peso del
cuerpo con elasticidad y laxitud. En el techo la misma filtración, el mapa
verdoso de un país inexistente; el closet el mismo, y pegados a éste, los
recortes de revistas en los que aparecen estrellas y cantantes de antaño,
Libertad Lamarque Lupita Ferrer Ingrid Bergman Elizabeth Taylor Sofía Loren
Marilyn Monroe. En la misma esquina, la misma silla desvencijada de madera con
las mismas pantaletas húmedas dejadas para secar; no es otro el afiche
deteriorado del Sagrado Corazón de Jesús pegado a la pared, ni tampoco su
contraparte, el póster promocional de la visita del Papa Juan Pablo II a la
capital, todavía decolorado, todavía con el mismo Juan Pablo insertado encima
de una vista de la ciudad que, por decisión de la imprenta, se ve pequeña
delante de este Papa, que gracias a la técnica gráfica resulta incluso más
grande que todo el pedazo de la urbe. Nada había cambiado. Ya adentro María se sienta
en la cama, prende un cigarro y toma un espejito de mano, mientras Pino se
dispone a guardar el estuche de maquillaje en el closet. Tengo la cara vuelta
un culo, mírame estas ojeras, Para ver, dice Pino, y se acerca a María y le
detalla de cerca ambos ojos, ambos lados de la cara. Estás perfecta mija,
déjame echarte un poquito de compacto aquí que te faltó, listo, perfecta
reitera, Sí, sobre todo perfecta, lo que pasa es que tú me ves con los ojos del
alma, replica María, Ninguno ojos del alma, ojalá yo tuviera ese cutis tuyo, si
tuvieras que afeitarte como yo todos los días, y Pino la deja y se acerca al
closet a guardar el compacto que ha sacado para retocar la cara vuelta un culo
de María. Ella recuerda, Cuando era una carajita no tenía que echarme este
mierdero en la cara, una pinturita de labios, un poquito de colorete y listo,
Pues no hay mujer fea sino mal arreglada, le dice Pino con sorna, mirando los
recortes de las estrellas y cantantes de antaño que están pegados en el closet:
Ingrid Bergman Marilyn Monroe Libertad Lamarque Sofía Loren Elizabeth Taylor
Lupita Ferrer, mujerones todos que estaban mejor que muchas carajitas de hoy en
día, uff, muchísimo mejor que cualquiera de las raspicuí que trabajan conmigo
en La Noria, y Pino saca del closet un perfume, se echa en el cuello y en las
muñecas, luego se acerca a María, y la rocía en los mismos lugares. A lo mejor
Pino, pero si yo tuviera el dinero que llegaron a tener las doñas, puedes estar
seguro que me ponía todo lo que me falta y me echaba cuchillo en todo lo que me
sobra, argumenta María llevándole la contraria, A la mayoría de los hombres les
gusta las mujeres naturales, no unas barbies sacadas de un molde, y surge la
duda y María pregunta, ¿Si tú tuvieras suficiente dinero no te operarías para
ser una mujer de verdad verdad?, Si yo tuviera ese coñazal de dinero lo primero
que haría es sacar a mi viejo de ese hospital de mierda, le pondría a su
disposición los mejores médicos del país, contesta Pino, a quien la verdad no
le molesta tanto el bulto de nacimiento que tiene entre las piernas. Mi reino
no es de este mundo, dice Pino mientras ríe y se toca las bolas, y María
entiende, sabe lo que quiere decir, a pesar de que en su vida ha abierto un
diccionario y nunca ha escuchado la palabra dicotomía. Es este ahora, ahora,
ahora que se hace deja vu y Pino se acerca al closet y comienza a llenar un
bolso con ropa de hombre. Todo continúa, ahora, ahora, ahora, porque todo ha
pasado aquí también. Y ambos salen rumbo a la cocina, definitivos como una máquina
de escribir hundiéndose en una piscina, porque son las once y media y tienen
que comer, no sea que les vaya a dar un beriberi.
***
Pino acciona el interruptor y se hace el Fiat minúsculo, burgués,
solitario; sorprendidas in fraganti unas chiripas corren a guarecerse en el
intersticio de turno que les protegerá en sus tinieblas y María piensa
automática y desprevenidamente en cuando se levantó esa mañana. Parecía una
mañana cualquiera -desde hace mucho para María todas las mañanas parecían
cualquiera-, hasta este momento en que Pino enciende la luz de la cocina de la
pensión y las chiripas corren despavoridas en franco ejercicio de mecanismo de
supervivencia. Es ahora que se percata: cuando abrió los ojos esta mañana y se
hizo la luz, María vio como las chiripas de su felicidad, pocas y diminutas,
huyeron asustadas de su despertar. Este despertar fue, ahora lo descubre,
diferente, perentorio, como si se resistiera a formar parte de todas las
mañanas que desde hace mucho le arrullan la ineficacia de la atención. Nadie
puede ir engañando a todos todo el tiempo, ni siquiera a uno mismo, pero esto
no quiere decir que María no fuera la mentirosa accidental y de buena fe de su
propia vida. El síntoma estaba ahí, la verdad estaba ahí junto al problema, lo estuvo
siempre, el que tenga ojos que mire y el que tenga oídos que oiga, pero ella no
quería ni mirar ni oír. La felicidad le huía a María todas las mañanas que le
parecían cualquiera, sólo que ella no quiso darse cuenta, obligada como estaba
a mentirse, a eludirse, a engañarse, a disfrazarse lo doloroso, a subestimar
todo lo que viene por plazos. A las putas viejas nadie quiere cogérselas, las
putas viejas son un chiste malo, y María y Lupe al fin lo admiten, bastó un
detonador tan cotidiano como el encender la luz de la cocina de una pensión,
bastó que unos insectos actuarán con los dispositivos que les da la propia
naturaleza, para que se les iluminara la molleja a ambas, el cerebro hiciera
sinapsis y adecuara la realidad a una metáfora de poca monta, es decir, para
que se dieran cuenta. El reino de los pensamientos, al igual que el de Dios, es
atemporal. María está rumiando el descubrimiento, uno que necesitaría de muchas
palabras para ser explicado, pero sin embargo nada ha sucedido desde que Pino
encendió la luz de la cocina y las chiripas huyeron. Todo ha quedado congelado
en una inmediatez que no es ni larga, ni corta, sólo es, y por ser, no tiene
tiempo. Si María fuera escritora y no puta podría escribir uno, dos, mil libros
acerca de lo que está pensando y sintiendo y Pino seguiría en el mismo lugar, y
ella detrás de él, esperando paralizados para ponerse manos a la obra y comer
algo que fue lo que fueron a hacer. Pero así como a veces se duerme y se siente
que se han dormido horas, cuando en realidad apenas si se llegó a cerrar los
ojos, así María piensa lo que tiene que pensar, lo que debe pensar, sin que la
vida continúe. Ser puta es una profesión irreparable, si me hubiera enamorado,
si hubiera creído en alguien o alguien en mí, si me hubiera dado cuenta de que
algún día iba a empezar a envejecer, esto encierra el paréntesis, esto implica
la ejecución de la atención consciente que nunca practicó antes, porque ni ella
ni nadie cree que va a hacerse viejo, menos aún que va a llegar una hora en la
que se tiene que morir. En esto está María, absorta en la inmensidad de una
millonésima de segundo, mientras Pino, como el cornudo, que nunca se entera o
se entera de último que su esposa se acuesta con otro, no sospecha siquiera lo
que pasa por la cabeza de la mujer, pues él está esperando para continuar con
esta vida que ha quedado atascada en este otro Fiat, que no es otra cosa que la
idea súbita de una puta.
***
Lo único que nos pertenece es este cuerpo. Lo demás, todo, es un préstamo,
una mentira, una expectativa falsa, innecesaria, un cuento, una radionovela de
la que es menester engancharse para tratar de ocultar que lo único que tenemos
es este cuerpo. No tenemos nada más y si lo tenemos es una mentira, lo único
que nos pertenece realmente es este envoltorio con fecha de caducidad que está
siempre pudriéndose, siempre doliéndonos, siempre muriendo, lo único que
tenemos es este contenedor conveniente de conciencia, este sistema avanzado que
sirve para percatarnos de lo que nos rodea: cosas que no nos pertenecen ni
podrán pertenecernos nunca y que por tanto son por naturaleza prescindibles. Lo
único que tengo es este cuerpo, piensa María, perdiendo por aplaste ante el
yunque de la realidad, una tan contundente como sencilla. Dicen que la víspera
antes de morir la gente puede percibir cosas, entender partes de su vida hasta
ese momento incomprensibles, justo fulanito se dio cuenta de esto o aquello y
luego se murió, perencejo perdonó a zutanejo después de tantos años, mengano
hablaba como si fueran las palabras de otro en su boca, como si supieran que
iban a morir sin saberlo, pero puede que todo sea suposiciones o coincidencias,
pues todos sabemos que vamos a morir sin saberlo. Resulta sin importancia si
los pequeños satoris que María viene teniendo tienen explicación en una
argumentación sobrenatural, lo cierto es que María pensó Lo único que tengo es
este cuerpo, frase que explica muchas cosas e implica tantas más cuando la que
lo piensa es una prostituta. La pensión estaba muerta. Todo permanecía a
oscuras, detenido, como si la casa hubiera inspirado de manera profunda y
estuviera aguantando la respiración. Estaba muerta, así como todos sus
habitantes, pasados, presentes y futuros, las pensiones son lugares muertos por
naturaleza, prescindibles como lo que no nos pertenece, da igual que se haya
pasado o se esté por quedarse en ella. Pino está en la cocina buscando algo
para comer mientras María fuma ensimismada, sentada, apoyados los codos sobre
la mesa. Él no imagina siquiera lo que a ella le pasa por la cabeza, desconoce
el pensamiento que explica muchas cosas e implica tantas otras, ni siquiera un
escritor que estuviera escribiendo las últimas horas de la vida de María sería
capaz de adivinar y escribir sobre ello, sería imposible, se ven las caras, se
ven las caras, pero nunca el corazón, pero Pino es un hombre -o una mujer-,
claro y sencillo, si María hubiera soltado Lo único que tengo es este cuerpo,
él hubiera soltado un pues claro con toda la naturalidad de lo evidente, porque
Pino sabe muchas cosas sin saber que las sabe, así de simple es, así de ahora,
ahora, ahora. Los seres simples dicen cosas simples, Coño, está difícil la
vaina, tenemos que hacer un mercadito, ya no nos queda nada, mira, alguien dejó
unas pastas en una olla, no es mucho, pero alcanza para los dos, ¿te la comes
con unas sardinitas? Nada nos pertenece, ni siquiera lo que comemos, la comida
no habría que comprarla, debería ser de todos en medidas iguales, nadie
necesita de mucho menos para comer, No, me la como con mayonesa. Pino echa la
pasta fría por medidas iguales en dos platos de peltre, busca dos tenedores y
lo dispone todo en la mesa, así de sencillo es Pino, así de simple es. Quizás
por eso los eremitas coman tan poco, los yunques de la realidad les mantienen
atentos y sin hambre, quizás por eso María esté jugando con la pasta con
mayonesa, atenta y sin hambre. ¿Tú crees que ya estoy vieja para esta vaina?,
¿Vieja para qué María?, Para ser puta, A verga María ¿qué es lo que te pasa?,
¿tú como que tienes la regla?, mira que primero muerta que bañada en sangre, Ya
yo no soy una carajita Pino. El tiempo no perdona, menos a las putas. María
Caicedo lo constata frente a un plato de pasta con mayonesa en la cocina de una
pensión muerta. Ya todo está dicho, de aquí en adelante todo sobra, todas las
palabras han perdido su significado y todos los nombres son mentira. Mira
María, todo mejora con el tiempo, las putas mientras más edad tenemos más
experiencia, No te hagas el pendejo Pino que sabes que no estoy hablando de
experiencia, No sé cuál es tu peo chica, a mí me parece que estás buenísima, si
yo fuera hombre, Pino, tú eres hombre, Bueno, si a mí me gustaran las mujeres
me hubiera empepado por ti, de seguro me hubiera casado contigo y María siente
el relámpago estallándole en la cabeza que es la frase simple de Pino, porque
Pino es un hombre simple que sabe muchas cosas sin saber que las sabe. ¿Tú
crees que se puede ser puta toda la vida?, yo no creo Pino, una se pone gorda o
mofletúa’ y a los hombres le gustan las carajitas, María los tipos que te
gritaron el otro día son unos huevones, siempre hay peores cosas, No te caigas
a mojones Pino, tú sabes que hasta tú te vas a poner viejo algún día, Verga
María, estás de un humor esta noche, Yo lo único que tengo es este cuerpo y el
día que ya no me sirva, estoy bien jodida. En mala hora se dio cuenta, cómo no
se dio cuenta antes.
***
Pino sabe que las profesiones son una excusa, una mentira, una etiqueta que
nos ponemos para lidiar con el mundo, para jugar un juego tan antiguo y nefasto
como la vida misma. Las profesiones no nos dicen quiénes somos, es al revés,
los oficios no nos dicen quiénes somos, es al revés, todas las profesiones son
la misma, todos los oficios sirven para lo mismo, el distinto es uno, el que
cambia es uno, todo ha pasado ya aquí y todo está inventado, eso incluye todo,
profesiones y oficios. Lamentablemente María no lo sabe, todavía en su cadena
de descubrimientos no ha llegado a ese nivel, de ahí el origen de su
tribulación, a diferencia de Pino ella cree que decir María es decir puta y
viceversa, tanto lo cree que se ha creado otro nombre, otra personalidad, no
como Pino, que se asume Nefertiti como nombre artístico para cantar en La
Noria, sino como escisión, como para decir y decirse que la puta es la Lupe y
María soy yo, a pesar de que lo que le pasa a la una le pasa a la otra, porque
son mujer de la calle, porque son Lupe y María y una sola. Pino se viste de
mujer, pero se sabe siempre Pino debajo de la apariencia. María se viste
también de mujer, pero a medida que va avanzando en la tarea, va dejando de ser
María para convertirse en Lupe, a alguien hay que echarle la culpa, a alguien
hay que convertir en chivo expiatorio cuando uno no sabe que las profesiones
son una mentira que no nos dice quiénes somos. Nada de esto es consciente, nada
deja de ser paradójico, la vida es una pensión escrita a medias tintas, donde
no hay nada definitivo como una piscina hundiéndose en una máquina de escribir.
Así están las cosas, cada uno peleando en su propia esquina del ring, cada uno vistiéndose
en una esquina de la habitación de la pensión, ambos poniéndole nombre a un
contrincante, poniéndose nombres a sí mismos, porque el contrincante no es otro
que ellos mismos, llamando al otro boxeador con infinidad de nombres
circunstanciales, vejez puta transformista mujer hombre cuerpo dinero profesión
oficio noche padre enfermedad, así están las cosas, cada uno en la esquina del
ring peleando contra un boxeador que no es más que la existencia misma, aunque
le pongan infinidad de nombres falaces y circunstanciales. Pino se coloca sobre
la cabeza rapada una peluca que le convierte en una joven de cabellos largos a
la que no hay que mirar mucho, si se le mira mucho puede que parezca un
maniquí, un Pinocho femenino sin Geppetto al que se le ha dotado con una vida
que no le encaja; luego toma un trozo de tela y se lo coloca encima del miembro
también rapado, se lo pega a la ingle con adhesivo quirúrgico, ha desaparecido
el bulto que lleva entre las piernas, el mismo que no le importa tanto y que lo
hace de un reino que no es de este mundo, se coloca unas pantaletas oscuras,
luego se endosa unos sostenes con relleno del mismo color que le convierten en
un maniquí 32 B, se coloca la faja bien apretada y nacen una cintura y unas
caderas hasta ahora escondidas en su cuerpo de hombre, un vestido de noche,
corto, negro, que deja entrever los muslos, los zapatos de tacón, unos lentes
de contacto azules, los zarcillos y voila, queda creada la mujer de la costilla
de Pino, insuflada con el propio aliento de esta mujer andrógina y dinástica
que ha quedado atrapada en el cuerpo de un hombre de veinte y ocho, un hombre
llamado Pino que es al mismo tiempo el Adán, la Eva y el Dios de su propia
historia. María se ha desprovisto de la franela y el short de tela, ha mantenido
las pantaletas negras de nylon y algodón, se ha colocado una minifalda de lycra
que le repasa el cuerpo ya dibujado por la naturaleza, una franelilla
escarchada, los zarcillos de fantasía, los zapatos de tacón de aguja rojos como
la sangre, como todos los futuros, y listo, María se ha reafirmado, porque en
su caso la profesión si le dice quién es y no viceversa, y en cuestión de
minutos ha tenido un parto prematuro y del dolor, la sangre y las heces ha
nacido la Lupe, una araña muy parecida a la madre, tiene la misma cara y el
mismo cuerpo de la madre, una araña que de inmediato se come a su progenitora y
se apodera de una existencia que no le pertenece, pero que le resulta
conveniente.
***
A esta hora el centro de la ciudad es un cuervo que agoniza revolcándose
entre sus plumas, un pájaro herido que lanza alaridos de ambulancias ululantes
cornetas quejidos gritos mentadas de madre motores de carros alarmas canciones
lejanas televisores prendidos llantos de niños ladridos tiros. Todo se solapa a
esta hora en el centro de la ciudad, la noche se abre y da paso a una nueva
dimensión de eventos y seres desconocidos, turbios, atormentados, asustados,
locos, violentos. La noche está negra, negra la noche, no hay novedad, Lupe y
Pino la reconocen como algo rutinario, porque Lupe y Pino son parte de esa
nueva dimensión tan gastada para ellos, ese portal que se repite tan
promisorio, tan oscuro, tan lleno de miedos y muerte. El carro se estaciona
frente a la pensión, Don Guillermo ha llegado puntual, Don Guillermo siempre
llega puntual, ha llegado puntual a sus sesenta y dos años, siempre le ha hecho
el amor a su esposa cuando corresponde, siempre ha pagado el alquiler antes de
la fecha, siempre le ha hecho servicio al taxi antes de llegar a los cinco mil
kilómetros, Don Guillermo siempre ha hecho todo a tiempo, cuando le llegue el
turno de morir estará también a tiempo, porque Don Guillermo es un hombre que
hace las cosas siempre a su momento, consciente como está de que todo es ahora,
ahora. Nos deja donde siempre Don Guillermo, dice Pino, y ese siempre no hace
cacofonía ni suena redundante en la mente del taxista, puntual y consciente
como es de que todo tiene su tiempo. El carro arranca y el engranaje comienza a
chirriar y a ponerse en marcha, la cadena incorpórea de causas, condiciones y
consecuencias es halada y comienza a suceder todo lo que es y todo lo que será.
El trío Los Panchos arranca su Sin Ti, Don Guillermo ha encendido la radio
justo para el inicio de la canción, la pensión va quedando atrás, como quedan
siempre todos los lugares en los que se ha estado, María ve por la ventanilla
del carro, alerta, tratando de descubrir algo que le impida ir a donde va, un
suceso, una señal, una premonición que le sirva de excusa para decirle a Don
Guillermo Devuélvase Don Guillermo que hoy no voy a trabajar, disculpe usted,
por favor lléveme puntual de vuelta a la pensión que hoy no laboro, ni mañana,
ni más nunca, hoy es la última vez que me ve, me voy al interior a buscarme un
hombre con el que tener hijos y envejecer a tiempo, sin presiones, sin apuros,
sin juicios, sin revelaciones, discúlpame esa Pino, pero hoy no te acompaño,
hoy me devuelvo para siempre, gracias por todo Pino, te quiero mucho, te deseo
lo mejor, quizás nos vemos un día de estos, pero nada sucede, el pretexto no se
materializa, y la noche sigue tan negra y tan promisoria, como antes, como
siempre. El Caprice Classic va saliendo del centro de la ciudad, busca
territorio menos arisco, menos complicado -no son buenas las complicaciones
cuando se va a hacer negocios-, los ruidos y las sombras van menguando, en esta
otra zona las calles se hacen más iluminadas y menos evidentes, aquí el cuervo
es el mismo sólo que ya no se revuelca, el municipio no permite aquí ningún
tipo de convulsión, y el centro queda atrás para mudarse a este mismo lugar,
sólo que aquí está disfrazado de paisano, de bajo perfil, es un agente
encubierto de la noche que simula una tranquilidad y una cordura imposible para
cualquier urbe. Aquí, en este nuevo territorio, María le ha pedido a Don
Guillermo que se orille, se ha bajado del carro y ha cerrado la puerta sin
decir palabra; paralizada en la acera espera a que el Caprice arranque de
nuevo, el taxi comienza a alejarse y Pino se asoma por el parabrisas trasero,
sorprendido, desilusionado, de sus ojos escapan varias lágrimas que le
descomponen el maquillaje dejándole surcos y marcas negras como la noche, Pino
sabe que no la va a volver a ver, que María se ha ido para siempre; como si
estuviera en un barco que zarpa a un país lejano, levanta su mano derecha y le
da a María un adiós mudo y triste, María ve como se alejan Don Guillermo, Pino
y el saludo, cuando ya son un punto engullido por la distancia, se da media
vuelta y comienza a caminar lo más rápido que le permiten los tacones de aguja,
tiene suerte, la estación de autobuses está cerca, Me da un billete de ida sin
retorno, ¿A dónde señora?, A donde mejor le parezca dice María, y viaja horas y
horas hasta que las ciudades desaparecen y todo se convierte en llanura, y
entonces María ve una parada con un Samán enorme, puede ser la señal que ha
estado esperando, ahí decide quedarse, en el pueblo de la parada con el Samán
enorme, y se queda, es en ese pueblo que luego conoce al hombre, uno que le
canta al oído Sin ti, no podré vivir jamás, y pensar que nunca más estarás
junto a mí, María se enamora, se casa con ese hombre que le canta al oído, le
pare tres hijos bellos, y los cinco viven felices para siempre, por siempre,
hasta el final de sus días, hasta que la canción acaba a tiempo en la radio de
Don Guillermo y María vuelve al carro a ser Lupe de nuevo, a ser expectativa,
la espera de un pretexto que no se materializa, como antes, como siempre.
Comienza el informativo, el locutor puntualiza una ciudad que se reafirma y se
hace redundante cada día, a cada minuto, a través de las mismas historias: Un
enfrentamiento entre bandas ha dejado un saldo de dos heridos y un menor muerto
en un barrio del oeste de la periferia; El Colegio Nacional de Periodistas ha
convocado para la semana que viene una marcha en protesta por el cierre de un
canal de televisión mientras la Asociación de Medios Independientes
Oficialistas llama a una contramarcha en condena de la participación del medio
privado en actos de traición a la patria; El Instituto Autónomo de Obras
Sanitarias anuncia la suspensión del servicio del agua en el este de la ciudad
por reparaciones en el alimentador norte; La Guardia Nacional decomisa casi
cien kilos de cocaína en la frontera suroeste del país; ninguno de los
ocupantes del taxi presta atención a las noticias, todas son la misma, los
informativos son paréntesis que llevan años estancados en presentes que a nadie
importa; por fin termina el avance, sin saberlo todos sienten un alivio cruel
cuando arranca la voz de clarinete de Antonio Machín y les emplaza desde el
anonimato de las cornetas a cumplir con la obligación invisible, Sin firmar un
documento sin mediar un previo aviso, sin cruzar un juramento, hemos hecho un
compromiso, Don Guillermo se orilla, han llegado, la Lupe se baja del carro sin
decir palabra, es una costumbre instaurada a fuerza de la rutina, Don Guillermo
baja la ventanilla y la Lupe da las gracias y les dice adiós a los dos hombres,
Don Guillermo asiente, es un hombre de pocas palabras, Nos vemos a eso de mediodía,
cuídate mucho le dice Pino, y ya el carro se está alejando mientras se difumina
en el aire la melodía de la canción vieja, esas que ya no escuchan más que los
taxistas viejos como Don Guillermo. La Lupe se monta en la acera bajo la sombra
fúnebre de un Jabillo inmenso, esta calle está poblada de Jabillos y mujeres de
la calle, al frente de la acera está el motel, como un centro comercial
conveniente donde van a parar los negocios nocturnos de la carne; el turno
frente a la línea del azar comienza, lo único que queda es esperar. Y la Lupe
espera, como antes, como siempre.
***
Un carro pasa y toca corneta a compás festivo, como si siguiera una caravana matrimonial invisible. Tan, tan, tantantan, deja flotando en la noche la burla, el juicio o el piropo, vaya usted a saber. Las mujeres no se inmutan. Lupe enciende un cigarrillo. Fuma y espera. Fuma y espera. Un carro repleto de adolescentes pasa a toda velocidad y uno de los imberbes asoma la cabeza fuera de la ventanilla, Mámenmelo, les grita, y el sonido de las risas y del motor revolucionado se diluye también en ese abismo negro que al parecer es la noche a ciento cincuenta metros de las calles frecuentadas por las putas. Lupe tiene frío pero sabe lidiar con él, son viejos amigos, generalmente es el frío quien les dice a las trabajadoras nocturnas si la facha está bien, por lo menos a Lupe se lo dice, la verdad es que para la hora y el clima cuello de tortuga y falda gruesa de campana vienen bien, pero aquí la cosa se reduce a bussiness y bussiness es billete y billete es venta y venta es ofrecer y dejar ver, y ahora mismo todas quieren dejar ver, todas tratan de adoptar una pose, un quiebre de cintura, una mirada, viene un carro y viene lento, todo parece indicar que éste resulta prometedor, tiene potencial, podríamos tener una ganadora, es un Fairlaine 500 negro y viene despacio, y pasa despacio, ha dado la vuelta, confirmado, ya se va a ir una elegida, y el Fairlaine continúa viniéndose despacio, indagando, buscando, persiguiendo. En alguna televisión, en algún lugar, en este preciso momento, algún presentador acartonado, famoso o no, bajo una combinación estridente de haces luminosos, debe estar recitando las palabras, Señoras y señores, damas y caballeros, ha llegado el momento de la verdad, el momento que todos han estado esperando, ha llegado la hora de ver cuál de los participantes será el afortunado o afortunada que se llevará este flamante último modelo a casa, aquí tengo un manojo de llaves y cada participante, y cuando el Fairlaine 500 pasa frente a Lupe, se detiene. Bingo, han cantado bingo. Si Lupe hubiera tenido que declarar ante los cuerpos policiales por su presunto homicidio, hubiera descrito a su victimario como un hombre de unos cincuenta años, de cabello casi al rape, piel morena, de contextura corpulenta, más bien gorilesca, entre gordo y maiceado, ojos pequeños, nariz chata y boca grande y prominente, eso es lo que ve Lupe cuando el hombre del Fairlaine baja la ventanilla del copiloto y ella se asoma y él le habla, Hola mi reina, te invito para una fiesta, le dice, Yo no voy a fiestas, yo estoy trabajando, le contesta, Era un decir mi reina, ¿no te quieres venir conmigo?, Depende de lo que quieras, Servicio regular mi reina, Doscientos cincuenta y el hotel, puede ser éste mismo que tenemos al frente, define Lupe, y él replica Oye, oye, oye, tranquila, ¿quién te dijo a ti que yo quiero ir a un hotel?, ¿tú no ves lo amplia que es esta nave?, y el hombre pasa las manos por el asiento del carro, orgulloso de la tapicería de cuero blanco, Nos quedamos aquí adentro tranquilitos y así no nos tenemos que estar bajando en ningún sitio, ni quitando toda la ropa y yo me ahorro los reales del hotel, ¿qué crees? Lupe cierra la puerta del Fairlaine 500 negro en esa calle poblada de matas de Jabillo y mujeres de la calle, y Pino abre la puerta del Caprice Classic de Don Guillermo frente a La Noria. Se despide de Don Guillermo, que le saluda a tiempo, y entra al club. Está oscuro, como siempre, demasiado oscuro, pertinentemente oscuro, es necesario que sea así, así funciona este engranaje de la rueda nocturna, lo dictan tantas y tan variadas razones que se haría infinita la enumeración: culpa vergüenza anonimato protección alevosía desinhibición destape traición libertad anarquía, en fin, que Pino debe detenerse unos instantes para acostumbrar sus ojos al nuevo mundo antes de pasar a formar parte de él; pasan unos segundos y ya todo empieza a dibujarse dentro de los límites de la realidad, hay un pequeñísimo escenario éste si bien iluminado, un hombre vestido de mujer –aquí todos, menos los clientes, son hombres vestidos de mujer- dobla una canción de Paulina Rubio, los mesoneros caminan con sus bandejas, los barman preparan tragos, los clientes ven el espectáculo, beben, se van a reservados con algún mesonero, se hacen los cuadres de la noche, y el negocio camina, todo a punta de oscuridad, maquillaje, tacones y pelucas el negocio camina, así como camina ahora Pino hacia la barra, acostumbrados como tiene los ojos ahora a la negritud. Pino le entrega la cartera al barman, éste se la guarda y le susurra al oído algo, Pino le responde Hoy no, el hombre asiente, toma una bandeja y se la entrega, y Pino espera, lo único que queda es esperar. La Paulina Rubio ha terminado su set de doblaje erótico, así que Gracias Damas y Caballeros, agradecida por su atención, una vez más me complace darles la bienvenida a La Noria Club, el lugar de las noches de fantasía de esta ciudad; la velada promete mucho, espero que la disfruten, tenemos muchísimas atracciones para ustedes: Andrómeda y su famoso acto con hielo, nuestra Marilyn y su monólogo picante, Shakira, las Tres Cuchi-Fabulosas y, por supuesto, Nefertiti, encarnando y doblando para ustedes cantantes del ayer… ahora los dejo con música, pero ya regresamos, y justo en este momento en que Paulina Rubio asume el compromiso de un regreso, la Lupe se da cuenta que muy a pesar de que se ha jurado que esta es la última vez, que este es el último Fairlaine negro de su vida, que no más, es justo en este momento que Lupe piensa que de la profesión suya no hay retorno. ¿De qué otra manera podría ver la vida? se pregunta, confirmando la respuesta tácita en los pequeños detalles del carro: la estampa de San Miguel Arcángel en el espejo retrovisor, la alfombrita de peluche rojo encima del tablero del carro, la pegatina cerca del aire acondicionado con el lema resabido de Dios proteja este carro, lo ve incluso en este mismo tipo que ahora maneja, con su humanidad de orate desparramándose en la franelilla blanca y los pantalones de caqui, todos esos detalles son su vida, eso es lo que conoce, eso es lo que es ser prostituta, una colección de detalles kitsch, de mal gusto, cursis, chabacanos, un promontorio de fragmentos que como cualquier vampiro no soporta lo implacable de la luz del día, pero que de noche son tan familiares e imprescindibles como la madre que nunca se tuvo. Así las cosas, o se vive lo suficiente para sumirse en el desprecio, o se muere rápido siendo lo que se es sin desear ser otra cosa. No hay opciones, este es el hombre que hay, éste que va manejando; el del Samán, el del sueño de la parada, ese ni existe ni paga las deudas, ese sólo canta bonito cuando Don Guillermo pone Sin Ti a tiempo la noche que se quiere renunciar a la vida. ¿Cómo te llamas mi reina? pregunta la realidad, el hombre de la franelilla blanca y la humanidad de orate, Lupe, responde lacónica la mujer de los detalles kitsch, ¿Lupe?, increpa, Sí, Lupe Cienfuegos, responde, Yo digo el nombre de verdad verdad, Ya te dije, Lupe Cienfuegos, Bueno, Lupe, yo si te voy a decir el mío, me llamo Enrique, pero todos me dicen Kike, me puedes decir Kike si quieres. Lupe se adosa a la puerta del copiloto, tratando de hacer mayor la distancia que la separa de un Kike que hiede a licor, Mira Kike, yo te agradezco la confianza, pero la verdad es que esta vaina no es una cita romántica, y en realidad no lo es, es una negociación, un contrato de compraventa o de servicios profesionales si se quiere, no hay en ello nada de romántico, es algo totalmente pragmático, como lo es el agarrón de culo que un cliente le echa a Pino en este preciso momento en La Noria, o como es el intento frustrado del propio Kike de tocarles las piernas a Lupe. Abusador chico, para eso están los reservados y el grito de Pino apenas se escucha tapado como está por las notas musicales de Shakira. Epa, no te atores, dale con calma y consigue un lugar, replica Lupe ante la intentona de abuso de confianza de Kike. Y aunque los portales son diferentes y corren paralelos, ambos son los mismos. La distinción radica en el final, siempre la diferencia es como se termina. El Fairlane se desliza por la ciudad y con él, las historias de Kike y Lupe. Quizás es la ciudad la que se les desliza a ambos, mientras el vehículo permanece en un punto fijo en calidad de continente de lo inevitable. La noche ha comenzado a irse en llovizna mientras Kike ha comenzado a subir La Dolorosa. Todo llega a su llegadero, ellos han llegado a la 23 y 20 del barrio obrero, sin embargo, cuando se va a lo que ellos van, las direcciones sobran. Kike estaciona y deja el carro encendido. Ya llegamos mi amor, le dice a Lupe y ella en un reflejo lanza el imperativo Para ver los reales primero. Todo tiene una razón de ser, por lo que la idea del fracaso resulta ilógica e improcedente. Pero ellos no lo saben. Pasan los minutos como pasan en las urbes. Pasan los sucesos como tienen que sucederse. Todo es irreparable. Los saldos de la noche se registrarán en unas horas, las estadísticas tardan un poco en llevarse a cabo, así es el futuro, siempre viniendo para convertirse en pasado y dejarnos atrás, así de rápido es y así de lentos somos los hombres. En esta carrera ya Lupe y Kike son periódico de ayer, con independencia de que Pino o cualquiera, lo sepan. El futuro seguirá viniendo con o sin ellos, con o sin nosotros, por eso es que Pino pronto llegará al hospital a visitar a su padre enfermo, pues esta vez no se ha ido con ningún hombre, pues esta vez quiere estar ahí para darle el desayuno desabrido a su viejo. Cuando llegue lo besará, le pedirá la bendición, le mentirá diciéndole que todo está bien, que el trabajo en la compañía va de lo mejor, que Poco a poco viejo, tú sabes cómo es, piano piano si va lontano, no te preocupes, ahora lo importante es que te sientas mejor, tratará de alegrarle el ánimo preguntándole si tiene enamoradas a las enfermeras y cuando su padre siguiéndole la chanza le pregunte con el lenguaje ininteligible de los que están muy enfermos que cómo están las novias, Pino le dirá que bien, que tiene una a la que quiere mucho, una con la que le va de lo mejor, una que se llama María.
Bueno. Saludos bro!
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