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viernes, 10 de octubre de 2025

Macumba - Parte I

Por Sergio Marcano.

El vaivén de las olas nos deja ver el intenso, azul oscuro, de las aguas marinas.

Una pequeña barca de madera se mueve gentilmente de un lado a otro.

Sobre ella yace un hombre negro,

descamisado,

de espaldas

y sin sentido.

 

La piel del hombre luce maltratada,

enferma.

Escuchamos sus gemidos guturales de agonía.

Sobre su nuca vemos 4 collares de semillas amarillas, negras y rojas.

 

En la parte de atrás del bote, a los pies del hombre, hay una auyama rellena con vísceras y cabezas de gallinas con pequeños palos de madera clavados en los ojos.

Alrededor de la auyama, está la cera que dejaron tres velas de color negro.

Sobre un círculo hecho por collares de semillas amarillas, negras y rojas, está una pequeña calavera tallada en madera de color oscuro.

 

El sol brilla inclemente en el cielo.

La barca de madera se acerca cada vez más a una isla que se observa en el horizonte.

 

 

El bokor (79), un negro delgado, con los ojos cubiertos por cataratas, toca unos tambores en la orilla del mar.

Toma un trago de aguardiente de una botella transparente y lo escupe sobre unas vísceras de gallina colocadas en una tapara.

En su cuello vemos como cuelgan unos collares de semillas amarillas, negras y rojas.

Su cara gira, y sus ojos blanquecinos parecen mirar en dirección a la isla.

 

 

 

 

En la isla, las palmas de los cocoteros se agitan con el viento, filtrando la luz del sol sobre la cabeza de Rosita, una niña blanca de 5 años, que juega descalza sentada en la arena con una muñeca llamada Yuli.

 

ROSITA: Pero tú no puedes salir con ese muchacho…

¡Está casado con la vecina!

 

ROSITA: (imitando la voz de Yuli) Pero estoy enamorada de él. ¡Y quiero que tengamos 5 hijos!

 

ROSITA: Pero… ¿Y qué le vas a decir a su esposa?

 

Yuli niega con la cabeza.

 

ROSITA: (imitando la voz de Yuli) No sé…

 

ROSITA: ¿Y por qué no viven los tres juntos?

 

 

A solo unos metros de allí;

la balsa choca contra la arena.

La auyama llena de cabezas de gallinas se desparrama.

Lentamente el hombre negro se incorpora y mira a la orilla.

Sus ojos escrutan el lugar;

finalmente la mirada se fija en Rosita.

 

Escuchamos sus gemidos guturales:

mientras baja de la balsa.

 

 

Riendo, Rosita hace caminar a su muñeca Yuli por la arena.

 

ROSITA: (Imitando la voz de Yuli) Nos vamos a casar…

¡Nos vamos a casar!

 

Rosita mira la silueta del hombre negro acercándose a ella.

Asustada, se levanta sin recoger a Yuli y comienza a correr hacia el pueblo.

 

Los tambores, que se escuchan a la distancia, se intensifican.

 

El hombre negro comienza a correr con rapidez tras la niña.

Rosita voltea a mirar y ve al hombre negro corriendo tras de ella.

Rosita comienza a llorar;

corre con todo lo que le dan sus fuerzas.

 

ROSITA: ¡Mamaíta!, ¡mamaíta!

 

El hombre negro se abalanza sobre la niña y la apresa con ambas manos,

ella grita desesperada;

el hombre da dentelladas sobre las piernas de la niña, arrancando tajos de su piel;

vemos la cara de dolor y desesperación de Rosita.

 

ROSITA: ¡¡¡¡AHHHHHH!!!!

 

El sol brilla en el cielo;

Las nubes se mueven con rapidez.

Los gritos cesan de pronto.

En su lugar sólo quedan unos gruñidos animales y chasquidos como los que se escucharían cuando un animal devora a su presa.

 

 

 

 

El bokor deja de tocar a los tambores.

 

 

 

 

Sobre la orilla vemos un rastro de huellas frescas que las olas borran a medida que nos acercamos a Marco (15), un muchacho de piel cobriza y contextura delgada pero fibrosa, que lanza piedras hacia el mar;

algunas de las rocas se las tragan las olas, otras dan un par de saltos sobre la superficie del mar antes de hundirse entre las aguas.

Marco mira la barca en la orilla extrañado y se acerca a ella.

Las olas chocan sobre sus pies. 

Marco se acerca al barco y mira el interior de la balsa sorprendido y asqueado;

la auyama volteada, las vísceras de animales y las cabezas de pollo con palos clavados en los ojos, desperdigadas sobre la madera de la balsa.

 

MARCO: ¿Pero qué..?

 

Mira con curiosidad la pequeña calavera de madera;

el hedor a carne putrefacta hace que se tape la nariz cuando se agacha a recogerla.

La pone contra el sol y la mira fijamente.

La pequeña calavera parece mirarlo a él también.

 

 

De pronto, alguien se acerca a Marco rápidamente por su espalda.

Marco voltea sobresaltado.

 

MARCO: ¡¡Juan!! ¡Coño de tu madre!

¿¿¡¡Estas loco!!??

 

Juan (14), un joven blanco, delgado y de pelo crespo se carcajea.

 

JUAN: ¿¡Te cagaste!?

 

Se vuelve a reír y Marco lo mira molesto.

 

MARCO: Ya, ya, ya…

 

JUAN: ¿Vamos a ir o qué?

 

MARCO: ¿Viste esto?

 

Marco señala al barco.

Juan se le acerca extrañado.

 

JUAN: ¿De quién es este barco?

 

Marco se encoge de hombros.

Juan se acerca y mira con asco al interior.

Un grupo de moscas verdes, gordas, comienzan a pararse sobre las vísceras y las cabezas de gallina.
Juan observa todo aquello con aprehensión.

 

MARCO: Mira lo que me encontré.

 

Asqueado, Juan voltea a ver a Marco.

 

JUAN: Verga mi pana, esto parece brujería…

¡Mejor vámonos de aquí!

 

Marco asiente.

Pero se guarda la pequeña calavera de madera en el bolsillo del pantalón,

se acerca al bote una vez más, toma los collares y también se los guarda en el pantalón.

 

JUAN: No, no…

¿¡Para qué te llevas esa vaina!?

 

MARCO: Vamos, vamos…

 

Marco y Juan comienzan a correr con rapidez alejándose del lugar.

Con la cara ensangrentada, el hombre negro, les mira fijamente debajo de la sombra de una mata de cocos.

 

 

 

 

En la distancia, el bokor también parece mirarlos, con sus ojos enfermos,

mientras los dos jóvenes se alejan de la barca con la pequeña calavera de madera y los collares.

 

Deja de tocar a los tambores.

 

 

 

 

Carmen, una mujer de 40 años, fríe tres pescados en un sartén viejo, lleno de aceite.

 

CARMEN: ¿Y dónde estará Rosita vale?

 

Rosaura, una anciana de 75 años de contextura delgada y de piel curtida por el sol y por el tiempo, amasa una mezcla de maíz amarillo sobre una mesa de madera.

 

ROSAURA: Debe estar en la playa. Mujer, que manía de preocuparte por nada…

 

CARMEN: No se, es que hoy amanecí con un pálpito.

Con una cosa mala…

 

Reflexiona en silencio.

 

CARMEN: Anoche soñé que me sacaban 3 muelas…

Y que un brujo negro tocaba unos tambores…

 

Rosaura la mira en silencio.


 

CARMEN: Y hoy ese bendito gallo no ha parado de cantar en todo el día.

 

Justo cuando termina de decirlo el gallo canta una vez más.

Rosaura se persigna.

 

ROSAURA: Bueno, entonces mejor la vas a buscar y yo te veo los pescados.

 

Carmen asiente.

Rosaura se lava las manos con agua que vierte de un pocillo de peltre; toma el tenedor y se queda mirando los pescados con cara de preocupación.

Carmen sale de la casa.

 

 

 

 

Juan y Marco caminan por la orilla de un acantilado de rocas afiladas que da a un mar de color azul oscuro,

oceánico.

Por el otro lado se extiende un paisaje de cerros pequeños, tunas, cactus y algunos yaques.

El sol brilla intensamente en sobre un cielo completamente despejado.

 

JUAN: ¿Por qué te gusta tanto venir a este lugar?

 

MARCO: Porque para acá nunca viene nadie del pueblo.

 

JUAN: ¿Cuál es tu problema con la gente del pueblo?

 

MARCO: No, ninguno…

 

 

 

 

El hombre negro camina con paso calmo por el desierto Marino. Siguiendo lentamente a los dos jóvenes.

 

 

 

 

Marco y Juan comienzan a descender por una escarpada pendiente hacia el mar, hasta encontrar la entrada a una cueva.

 

Marco se saca los collares y la pequeña cabeza de madera de los bolsillos;

los coloca sobre una roca con superficie lisa en la que también tiene unos anzuelos, unos carretes de nylon, dos potes grandes de agua dulce, media botella de ron, una caja de cigarros y un encendedor.

 

JUAN: ¿A ti te gusta Sara?

 

MARCO: No, no realmente.

 

JUAN: Yo creo que tú le gustas a ella.

 

MARCO: ¿En serio?

 

Juan asiente.

 

Marco se quita la franela.

 

MARCO: Voy a bajar a ver si consigo una langosta para llevarle al abuelo…

 

Juan se quita la franelilla también.

 

JUAN: ¡Vamos!

 

Saltan del frente de la cueva al agua.

 

 

 

 

El hombre negro se asoma por la orilla del acantilado, mira a los jóvenes saltar al agua y sumergirse en el mar.

Luego de un momento mirando el ir y venir de las olas, se retira del lugar.

 

 

 

 

El fondo del mar no se divisa bajo el agua,

solo hay azul oscuro hasta donde alcanza la vista;

pero a medida que se sumergen,

Marco y Juan encuentran vida marina poblando las diferentes hendiduras de la roca continental;

peces de varias especies, cangrejos, corales, algas;

pero no hay ninguna langosta.

 

 

 

Decepcionado, ya en la superficie, cuando sube por la roca para volver a la cueva, Marco se corta levemente la piel de la palma de la mano.

 

Juan, que le sigue de cerca, le toma la mano para ver la herida;

y como si fuera su propia mano,

se la lleva a la boca y chupa la herida.

 

Marco lo mira sin hacer nada por unos segundos.

 

MARCO: ¿Qué haces?

 

Juan separa su boca de la palma de la mano de su amigo,

sube los hombros sin respuesta.

 

JUAN: ¿Alguna vez has dado un beso con lengua?

 

Marco niega con la cabeza.

 

JUAN: Yo tampoco.

 

Juan acerca su mano a la cara, cierra el puño y mete su lengua entre los dedos y su palma.

Mario lo mira como hipnotizado por unos segundos; pero, un poco nervioso, cambia el tema de conversación.

 

MARCO: ¿Quieres un trago de ron?

 

Juan asiente.

Marco le pasa la botella y enciende un cigarrillo.

Juan se toma un trago y arruga la cara, cuando siente el fuerte sabor quemarle la boca y la garganta.

 

JUAN: Ahhh… ¡Está Bueno!

¿Me das un cigarrillo a mi también?

 

MARCO: No. Eres demasiado joven para eso.

 

Juan se sorprende al escuchar aquello.

 

JUAN: Tengo la misma edad que tú.

 

MARCO: ¡Eres un año menor que yo!

Pero bien. Si quieres morir joven…

Ese es tú problema.

 

Marco le entrega el cigarrillo y el encendedor,

le quita la botella y se toma un trago de ron.

Juan enciende el cigarrillo y tose violentamente al inhalar el humo por primera vez.

Marco se carcajea.

 

 

 

 

Carmen camina apresuradamente por una calle de tierra.

 

CARMEN: ¿¡ROSITA!?

¿¡ROSITA!?

 

La mujer comienza a correr hasta llegar a la playa.

La luz del sol se filtra entre las palmas.

Los pies descalzos de Carmen se hunden en la arena.

 

CARMEN: ¿¡ROSITA!? ¿¡ROSITA!?

 

De pronto, Carmen descubre el cuerpo de Rosita tirado en el suelo, sobre un charco de sangre y sin la pierna izquierda.

Carmen se queda paralizada;

en completo estado de shock.

Una lágrima desciende por el rostro de la mujer;

Carmen se arrodilla y levanta el torso de su hija.

La mira llena de tristeza e impotencia,

llorando desconsoladamente.

 

CARMEN: Hija, hijita mía…

 

Le pasa la mano por la cabeza, peinando el cabello desordenado.

Rosita comienza a gemir levemente.

Carmen le mira abrir los ojos.

La niña le mira con los ojos muy abiertos y se abalanza sobre al cuello de su madre;

lo muerde con fuerza.

 

CARMEN: ¡¡¡Ahhhhh!!!

 

Grita Carmen, sorprendida y llena de dolor.

Rosita rodea con sus brazos el cuello de su madre, haciendo sonidos animales;

dando dentelladas en la piel.

Carmen se levanta e intenta separarse de Rosita halándola con ambas manos;
la sangre brota profusamente de su herida.

 

CARMEN: ¡No! ¡¡Rosita!! ¡¡No!!

 

Golpea a Rosita en la espalda,

pero de ninguna manera logra separar a la niña de su cuello.

 

De pronto, ambas caen al suelo y ruedan por la arena.

 

 

 

 

Marco y Juan suben y bajan un cerro,

atraviesan con paso calmo por una salina solitaria, hasta llegar a una playa abandonada.

 

MARCO: Tu no eres un pescador.

No quieres ser pescador.

¿Qué haces en este pueblo?

Tienes que irte.

Aquí no hay nada para ti.

 

JUAN: Ya, ya, no empieces otra vez con eso

 

Marco insiste.

 

MARCO: Si no hay nadie que te lo diga en tu familia te lo digo yo.

Tú eres inteligente, no como el resto de nosotros…

Vete a tierra firme, estudia en la universidad…

 

JUAN: ¿Y quien te va a acompañar a buscar langostas si yo no estoy?

 

Marco niega con la cabeza.

 

MARCO: Las cosas pueden estar mejor Juan.

 

JUAN: Yo no entiendo…

¿Por qué quieres que me vaya?

¿Mmm?

 

Marco se le acerca y le pasa un brazo por encima del hombro.

 

MARCO: Yo no quiero que te vayas.

              

JUAN: ¿Entonces?

 

Marco se separa de él.

 

JUAN: A mi me gusta estar aquí, buscando langostas contigo.

 

Marco niega con la cabeza una vez más, pensando que Juan es más terco que una mula.

 

En una playa de aguas cristalinas y poco oleaje los dos jóvenes se sumergen en diferentes direcciones.

 

El agua está fresca, y hay peces, y corales de diferentes formas y colores.

 

Aunque busca por todas partes Marco no encuentra la langosta que busca bajo las rocas del pequeño arrecife.

 

 

En cambio, Juan, en la hendidura de una gran roca se encuentra con una langosta bastante robusta.

Apenas la agarra entre sus manos le clava un cuchillo en el tórax al inquieto animal.

 

 

Marco se sorprende al ver a Juan salir de entre las olas con la langosta agarrada por las antenas.

 

Le sonríe.

 

MARCO: ¡Coño!

 

JUAN: ¿A ver que trajiste tú?


Un poco avergonzado.

 

MARCO: Nada, no encontré nada…

 

JUAN: ¿Y tú dices que yo no soy un pescador? ¿Yo?

¿Tú estás viendo bien esta langosta?

Jamás has pescado una langosta tan gorda como esta.

Nunca en tu vida.

Jamás.

 

Marco lo mira un poco irritado.

 

JUAN: Deberías pensar en irte a tierra firme.

Porque tú no eres pescador…

 

Marco se le acerca riendo.

 

MARCO: ¡Dame acá!

 

Trata de quitarle la langosta.

Juan no se deja.

Marco lo rodea con ambos brazos tratando de quitarle el animal.

MARCO: Dame.

 

Pero Juan logra evadirlo en todos los intentos.

Pecho con pecho, hablan con la cara del uno muy cerca a la del otro.

 

MARCO: Esa langosta me estaba esperando…

Porque después de ir para ese lado yo hubiese ido para el otro…

 

JUAN: Seguro me meto de este lado y encuentro otra igual de gorda que esta. Porque tu eres un ñero.

 

Marco se sorprende.

 

MARCO: ¿Yo soy un ñero?

 

Juan se ríe.

 

JUAN: Ñerisimo.

 

Marco se ríe.
Los dos se miran intensamente unos segundos.

 

 

 

 

Rosaura sirve 3 platos de comida.

Pone un pescado, un poco de puré y unas tajadas de plátano en un plato de peltre bastante modesto.

Una mariposa negra grande entra por la ventana.

Y comienza a revolotear en una pared.

Rosaura, que es una mujer supersticiosa, mira la mariposa con cara de horror.

 

ROSAURA: Cristo, ¿Pero qué será esto…?

 

Rosaura se acerca a una escoba y saca la mariposa por la ventana.
Unos ruidos que vienen de la parte exterior de la casa la sobresaltan.

Deja la escoba de lado y camina a ver lo que sucede.

Carmen entra por la puerta en ese momento con el cuello y el vestido totalmente ensangrentado.

 

ROSAURA: ¡Carmen hija mía!

¿Qué te pasó?

¿Dónde está Rosita?

 

Rosaura se acerca a ella.

 

ROSAURA: ¿Qué pasó mija?

¿Háblame? ¿Qué te pasó?

 

Carmen la mira con ojos inquietos, irracionales, por unos segundos y repentinamente se abalanza sobre ella haciendo un sonido más bien animal;

muerde el cuello de Rosaura.

Rosaura grita sorprendida.

 

ROSAURA: ¡¡¡¡AAAhhhhhh!!!!

 

 

 

 

El Sr. Víctor (53), descalzo y solo vestido con shorts de blue jean, ayuda a su hija Eva (34), delgada, morena; a cargar una red a la embarcación.

 

Eva es la única mujer en el equipo de marinos.

 

César (45), un hombre de contextura gruesa, el hermano del Sr. Víctor, recibe la red y la coloca en medio de la embarcación, que se mueve inquieta con el vaivén de las olas que llegan una tras otra a la orilla.

 

El Sr. Víctor persigna el rostro de Eva.

 

Alirio (39) y Alexis (35) dos hombres con la piel curtida por el sol, desamarran el bote, lo empujan hacia el mar y suben a el.


Delante de ellos hay ya tres embarcaciones que, también, se dirigen a su faena de pesca.

 

 

 

 

Marco y Juan caminan lentamente de vuelta al pueblo.

Uno muy cerca del otro;

rozándose los brazos, las manos, en el vaivén de sus pasos.

 

El sol dibuja en el cielo colores que van del naranja al rojo, antes de desaparecer completamente por el horizonte.

 

La oscuridad de la noche se cierne rápidamente sobre el cielo y sobre la tierra.

 

De pronto las campanas del campanario del pueblo se escuchan a lo lejos.

Marco, que viene pensativo desde hace un buen trecho del camino, se decide a preguntar.

 

MARCO: ¿Yo te gusto?


Rápidamente.

 

JUAN: Nah.

 

MARCO: Yo creo que yo te gusto.             

 

JUAN: ¿Y qué si me gustas o no?

Yo se que tú estás pendiente de Sara.

Y que Sara está pendiente de ti.

 

MARCO: Ya te dije que yo no estoy pendiente de Sara…       

 

JUAN: Por favor… Yo he visto como se miran.

Como te busca. Como te ríes de todo lo que dice.

Como se ríe ella de todo lo que tú le dices…

 

MARCO: ¿Estás celoso?

 

Juan se molesta al escuchar aquello y se defiende.

 

JUAN: ¡Yo no estoy celoso de nadie!

 

Sintiéndose frustrado toma una piedra del camino y la lanza con toda su fuerza a la distancia.

Marco se acerca a Juan y le rodea con sus brazos.


JUAN: ¡Suéltame!

Echa para allá.

 

Juan se aparta de Marco.

 

JUAN: Sean felices. Tengan sus hijos;

quédense juntos para siempre…

¡A mi nada de eso me importa!

 

Marco, sonríe al escuchar todo aquello, entendiendo claramente que Juan sí está celoso,

se le acerca una vez más y lo agarra por un brazo.

 

JUAN: ¡Coño! ¿Tú no entiendes?

Déjame tranquilo.

 

Irritado, Juan intenta liberarse de su mano;
pero Marco no lo suelta.

 

MARCO: Escúchame…

A mi no me gusta Sara.

 

Marco se le queda mirando fijamente.
Juan mira en otra dirección.

 

MARCO: Mírame.

 

Juan voltea a mirarle lentamente.

MARCO: A mi me gustas tú.

 

Juan se sorprende al escuchar aquello.

JUAN: ¡Mentiroso!

No digas eso si no es verdad.

 

Se libera de su mano y lo mira receloso por unos segundos.

 

MARCO: Es la verdad.

 

Marco le sostiene la mirada.

 

MARCO: ¿Por qué no me crees?

 

Juan le responde rápidamente.

 

JUAN: Porque no.

 

MARCO: ¿Cuándo te he dicho yo una mentira?

 

Juan permanece en silencio.

 

MARCO: ¿Y si te doy un beso me crees?

 

JUAN: ¿Un beso?

¿Qué tiene que ver un beso con lo que estamos hablando?

 

MARCO: Por que los besos no mienten.

 

Juan resopla incrédulo.

 

JUAN: ¿De donde sacaste eso?

¡Estás hablando como una vieja!

 

Un poco irritado.

 

MARCO: ¿Quieres saber si te estoy diciendo la verdad o no?

 

JUAN: ¿Con un beso?

 

MARCO: Si, con un beso.

 

JUAN: No. ¡No!

Ningún beso.

 

MARCO: Bueno, ya, esta bien…

Tampoco es que te voy a obligar…

 

Los dos caminan unos pasos sin decir una palabra.

Hasta que Juan cambia de parecer.

 

JUAN: Bien.
Está bien.

 

Marco Sonríe, voltea a mirarlo.

 

MARCO: ¿Sí?

 

Los dos se miran intensamente, llenos de deseo.

Juan asiente.

 

Con el corazón acelerado, Marco se acerca a Juan, y Juan se acerca a Marco, hasta que los dos se encuentran labio a labio.

 

Sin entender exactamente la mecánica,

con los ojos cerrados,

el beso es suave, apasionado y despierta en los dos adolescentes un universo de sensaciones desconocidas y excitantes.

 

 

 

 

El hombre negro camina por el medio de una calle del pueblo.

La campana del campanario repica dejando un eco agudo en el ambiente.

El hombre negro se detiene en medio de la calle y mira a las puertas de la iglesia;

Tres ancianas entran, llevando escapularios y rosarios en sus manos.

 

 

 

 

 

 

El bokor arroja un polvo sobre las vísceras en la tapara,

las vísceras comienzan a moverse;

de entre ellas surge la cabeza de una culebra de piel traslúcida.

 

El hombre comienza a tocar los tambores una vez más.

 

 

 

 

El hombre negro mira a un joven con sus 3 hijos varones entrar por la puerta de la iglesia.

 

Dando pasos cortos, con sus pies descalzos, en la calle de tierra, el hombre negro, se enrumba hacia allá.

 

 

El ritmo de los tambores se acelera.

 

 

Las velas de la iglesia elevan al aire sus llamas inquietas.

Mientras que,

desde sus pedestales,

los santos y las vírgenes de yeso, parecen mirar a todos los presentes con conmiseración.

 

El hombre negro entra a la iglesia y se acerca lentamente a una mujer sentada en uno de los bancos más cercanos a la puerta y se abalanza sobre su cuello.

La mujer grita sorprendida al sentir la mordida.

 

MUJER: ¡¡¡¡¡¡¡¡AAHHHHH!!!!!!!!

 

Su hijo de 12 años retrocede mirando al hombre negro comer del cuello de su madre.

 

Omaira (55), una mujer entrada en carnes, y Julia (13), una niña delgada, de cabello largo y crespo; así como todos los presentes,

voltean a ver lo que sucede sorprendidos.

 

Aterrados todos se apartan de la violenta escena.

El niño de 12 años, se arma de valor y tratando de defender a su madre, comienza a golpear al hombre negro en la espalda.

 

El Hombre negro deja a la mujer que cae al suelo, retorciéndose de dolor, desangrándose por la gran herida que ahora tiene en el cuello.

 

Un anciano mira aquello en shock, sin comprender realmente lo que ve, lo que sucede.

 

El hombre negro se voltea.

Y mira al niño solo unos segundos antes de lanzarse sobre él, agarrarlo con ambos brazos y morderle el rostro.

Aterrados al mirar aquello,

todos los niños en la iglesia comienzan a llorar y las mujeres a gritar.

 

El Sr. Alberto un hombre moreno de 55 años toma un candelabro de debajo de la virgen del Carmen y golpea con él al Hombre negro.

 

El joven y sus 3 hijos se apresuran por salir de la iglesia.

 

El hombre negro, deja caer al niño al suelo, sin rostro, sin vida,

pela los dientes como si fuera un perro salvaje y se le abalanza.

Muerde el cuello del Sr. Alberto.


ALBERTO: ¡¡¡¡AHHHHH!!!!

El Sr. Alberto y el hombre negro caen al suelo.

El hombre negro le quita pedazos de la piel al Sr. Alberto mordisco a mordisco, hasta que fallece.

 

Aterrada Omaira toma la mano de Julia, que está paralizada del miedo y la obliga a salir de la iglesia.

 

 

Extrañado al escuchar la gritería,

el Padre Javier sale de la sacristía, con un rosario en la mano y terminando de abrocharse la sotana.

 

PADRE JAVIER: ¡En nombre de Jesús…!

Tres ancianas se agolpan para salir de la iglesia.

 

El padre ve los cadáveres del niño y la mujer tirados en el suelo sobre diferentes charcos de sangre.

Y se persigna al ver al hombre negro comer la piel de el Sr. Alberto.

 

Con decisión, toma del altar un recipiente dorado, con agua bendita.

 

PADRE JAVIER: ¡Sal de la casa del Señor enviado de Satanás!

 

Y le arroja agua bendita una y otra vez.

El hombre negro levanta su cara ensangrentada y lo mira.

 

 

 

 

El bokor toca los tambores con fuerza, imprimiéndoles un ritmo cerrado.

 

 

 

 

El hombre negro pela los dientes y se lanza encima del padre con violencia.

El padre grita sorprendido.

Le muerde en el cuello.

 

PADRE JAVIER: ¡¡¡Ahhhhh!!!

 

Desesperado el Padre Javier clava los pies metálicos del cristo, del rosario, en el rostro al hombre negro;

una y otra vez,

una y otra vez.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 

EL hombre negro no se inmuta.

 

La mujer que fue mordida de primera en la iglesia se levanta y corre hacia donde está el Padre Javier y muerde una de sus piernas.

Padre Javier grita lleno de dolor; aterrado.

 

PADRE JAVIER: ¡¡¡Ahhhhhhhhh!!!

 

Omaira y Julia salen de la iglesia y comienzan a caminar con rapidez a su casa.

 

El niño sin rostro se levanta del suelo y sale rápidamente de la iglesia; haciendo ruidos animales;

se fija en las hermanas García, dos ancianas (77), (75), que caminan lentamente hacia su casa, corre tras ellas.

 

 

Una de ellas es embestida por la fuerza del niño y juntos caen al suelo.

El niño muerde los senos de la anciana como lo haría una bestia salvaje.

La mujer grita adolorida.

 

MUJER: ¡¡¡¡¡Ahhhhhh!!!!

 

A su lado la otra hermana García se queda paralizada,

en estado de shock.

 

 

El Sr. Alberto se levanta del suelo y sale de la iglesia; mira a su alrededor y corre hasta alcanzar a la otra hermana García.

La muerde violentamente en un brazo.

 

La anciana, grita tratando de quitarse al anciano de encima, pero la fuerza del hombre, es mayor.

 

 

 

 

Omaira y Julia entran a la casa.

Cierran la puerta de madera y pasan la llave a la cerradura.

Comienzan a rodar un sofá y lo llevan hacia la puerta.

 

OMAIRA: ¡Cierra las ventanas!

¡¡Rápido!!

 

Julia corre hacia las ventanas de persianas de madera y las cierra.

Rafael, un anciano negro de 83 años y ciego que está sentado en una mecedora, les habla protestando.

 

RAFAEL: ¿Van a cerrar las ventanas con este calorón?

 

Madre e hija, ignoran abiertamente al anciano.

Julia cierra las ventanas.

 

OMAIRA: ¡La puerta del patio!

 

RAFAEL: Pero… ¿Qué les pasó a ustedes que están tan agitadas?

 

Julia corre de la sala a la cocina preocupada, pero al llegar allí, a través de la puerta del patio, que está abierta de par en par; observa sorprendida, a un hombre moreno,

con mordidas en su torso y en sus piernas;

parado en el medio del patio.

 

Julia atraviesa sigilosamente la cocina, tratando de no hacer ningún ruido.

Se acerca a la puerta, llega a ella y la cierra suavemente.

Pasa la llave.

Desde afuera se escuchan unos pasos, unos gruñidos y de pronto comienzan a dar golpes a la puerta.

Julia permanece en silencio, sin moverse.

Poco a poco los ruidos cesan.

Y se escuchan pasos que se alejan del lado del patio.

Julia se acerca a la nevera, la desconecta y la arrastra hasta la puerta.

 

OMAIRA: ¿Estás bien?

 

JULIA: Shhhh… Hay un hombre allá fuera.

 

Las dos mujeres se acercan a ver a través de las persianas entrecerradas.

El costado derecho del hombre está completamente destrozado, hecho pedazos, en sangre viva.

Omaira se persigna.

 

OMAIRA: ¿Qué es esto Jesu’cristo?

 

Julia se acerca a ella y la abraza.

 

JULIA: Vamos para allá dentro.

 

Las dos se acercan a la sala junto a Rafael.

 

RAFAEL: ¿Y entonces no me van a contar?

 

Julia mira a Omaira.

Omaira le hace una seña de que no diga nada con la cabeza.
Julia asiente.

 

JULIA: Ay ya abuelo, ¿Que va a pasar en Manzanillo?

¡Nada!

Aquí nunca pasa nada…

 

RAFAEL: ¡Ummmjjj! Porque yo soy un viejo pendejo…

 

 

 

 

Entrando al pueblo, Marco y Juan caminan tranquilamente por unas calles oscuras.

Dan las buenas noches a las hermanas García, que están paradas en una esquina.

Sin que se den cuenta, las dos ancianas, comienzan a seguirlos.

 

MARCO: ¿Qué? ¡Solo los hombres y las mujeres se hacen novios!

 

JUAN: ¿Quién dice?

 

MARCO: ¿Cuántos novios pescadores conoces tú en manzanillo? ¿En el Tirano? ¿En Juan Griego? O ¿En Macanao? No hay parejas de hombres pescadores…

 

JUAN: ¿Entonces tú y yo vamos a ser los primeros?


Marco se carcajea.

 

MARCO: ¿Te imaginas? Nos compramos un bote entre los dos. Contratamos a dos marinos… Y listo; ¡Nos montamos en una!

 

Juan le sonríe ilusionado con todo aquello.

 

JUAN: Y luego un carro.

¡Un jeep 4x4 para llevar el pescado al mercado!

 

MARCO: Nah… Yo quiero una moto, para Moverme a donde necesite.

 

Imita el rugido de una moto cuando se acelera.

 

MARCO: Bruuumm… Bruuumm…

 

De manera instantánea Juan piensa que eso es una mejor idea.

 

JUAN: Sí… ¡Yo también quiero una moto!

 

De pronto se escuchan unos gruñidos/gemidos y divisan un bulto que se mueve arrastrándose en el suelo frente a ellos.

 

Asustado Marco señala en esa dirección.

 

MARCO: ¿Qué es eso?

 

Los dos se detienen en medio de la calle con el corazón bombeando fuerte dentro del pecho.

 

El Padre Javier, sin piernas, sin media cara, se arrastra hacia ellos,

mirándoles desde el suelo,

con ojos enfermos;

con el rosario de cuentas negras aun colgado del brazo derecho,
profiriendo un sonido gutural que nada tiene de humano.

 

Marco y Juan dan unos pasos hacia atrás sorprendidos, asustados.

 

MARCO: ¿¡Ese es el Padre Javier!?

 

Juan asiente.

 

JUAN: ¿Por qué hace esos sonidos?

 

 

Con la sangre helada de espanto.

Marco y Juan se miran, el uno al otro.

Detrás de ellos escuchan los sonidos guturales que hacen las hermanas,

sobresaltados, al voltear, descubren a las ancianas;

ya muy cerca de ellos,

una de ellas lleva el vestido rasgado, cubierto de sangre, y le falta uno de los senos,

la otra no tiene media cara y le falta uno de sus brazos.

Los dos jóvenes se ponen lívidos al verlas con detalle.

 

Con la misma lentitud de los pasos cuando estaban vivas, las hermanas García se abalanzan hacia los jóvenes dando dentelladas, tratando de agarrarlos con ambos brazos.

Marco le advierte a Juan.

 

Juan golpea a la que está más cerca de los dos con la langosta;

la anciana trastabilla y cae al suelo.

 

Juan y Marco echan a correr alejándose de ellas.

El cura intenta agarrarlos cuando pasan a su lado.

 

JUAN: ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando?

 

A lo lejos divisan a otro hombre con ropa ensangrentada,

a una mujer.

 

Corriendo a su lado, sin detenerse, Marco lo mira preocupado y sin respuestas.

 

 

 

Continuará…

 

 

 

 

 

 

(Basado en el guion “Macumba” de Sergio Marcano) 

 

 

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