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viernes, 22 de enero de 2021

Sr. Alfredo.

Por Sergio Marcano.


El Sr. Alfredo tiene 71 años y toda su vida ha vivido en La Candelaria.
Todos los días, como a las 3 de la tarde, cuando el sol es más amable y la brisa más fresca, sale de su edificio, camina un par de cuadras y se sienta en el mismo banco de la plaza Bolívar.
En sus bolsillos siempre tiene una migaja de casabe, un poco de arroz o algún resto de comida para alimentar a las palomas. 
Es por eso que todas revuelan emocionadas a su alrededor cuando lo ven llegar.

El Sr. Alfredo es una persona sencilla y se distrae con facilidad. 
Disfruta al ver pasar a la gente. 
Viendo a los niños jugar. 
Teniendo pequeñas conversaciones sin importancia con los desconocidos que se sientan brevemente a descansar.
A diferencia de su pasado como ingeniero civil, cuando vivía azorado y lleno de preocupaciones, ya no tiene prisas en su cotidianidad.
Quién iba a decirle a él mismo que disfrutaría tanto de no tener nada que hacer, de ser dueño y señor de su tiempo. 
Simplemente no lo hubiese creído.

Aquellos que le conocen, e incluso muchos de los que no, le dan las buenas tardes y le saludan amablemente cuando cruzan por la plaza Bolívar y lo descubren allí sentado.
Y él siempre les responde con empatía y amabilidad. 

Juan y Marcelo son contemporáneos con el Sr. Alfredo. 
Y todos los días antes de las 4 de la tarde también están sentados allí en la plaza conversando con él amenamente.
Ellos son vecinos de la zona y luego de muchos años conociéndose puede decirse con seguridad que son sus amigos más cercanos.
El día de hoy discutieron acaloradamente sobre política. 
Su tema preferido.
Pero también pueden conversar con la misma pasión sobre caballos o las mujeres de su pasado.
Los tres tienen en común que son jubilados del sector público y la profunda soledad en la que viven sus vidas personales. 

Cada vez que pagan la pensión los tres amigos se encuentran antes del amanecer a las puertas del Banco Bicentenario. 
Aunque cada vez llegan más temprano, ya nunca son los primeros de la cola.
De unos años para acá en Venezuela todos los ancianos entendieron que el dinero en efectivo es su única ventaja al momento de obtener mejores precios en la comida y no dudan en dormir a las puertas del banco de ser necesario. 

El Sr. Alfredo, Juan y Marcelo siempre disfrutan de conversar y bromear con todos los presentes en la cola.
Sobre todo con las mujeres, porque Marcelo, que con 64 años es el más joven de los tres, no pierde la esperanza de conocer una mujer con la que compartir su vida.

A veces la espera bajo el sol inclemente puede extenderse por horas. Incluso hasta después de medio día. 
Pero el día de hoy a ninguno de los tres hombres eso parecía importarles. 
Y es que en la cola Marcelo conoció a la Sra. María Eugenia y a su pequeña nieta Laurita. 
La buena química entre los dos se sentía en el ambiente y ni Marcelo, ni María Eugenia, pararon de reír hasta llegar a la taquilla de cobro. 

Las flechas de Cupido habían dado en el blanco.

Antes de despedirse, Laurita, que es una celestina nata, le escribió el número telefónico de su abuela a Marcelo en un papelito.
Marcelo y la Sra. María Eugenia se despidieron con una sonrisa grande dibujada en su rostro y la ilusión de volver a verse en la mente y el corazón.

Es ya una tradición que, al día siguiente de ir al banco, los tres amigos asistan con el dinero en efectivo recién cobrado al mercado de Coche. 
Allí pueden conseguir muy buenos precios por vegetales y otros productos que doblarían o triplicarían su valor en cualquier otro mercado o establecimiento de la ciudad. 
Sobre todo en estos tiempos que como ellos mismos dicen -siguiendo la lógica del oficialismo- son tiempos de hiperinflación inducida y de bloqueo criminal. 

Este mes la pensión del Sr. Alfredo le permitió comprar: 

1 torta de casabe,
6 huevos,
4 cabezas de ajo,
Una tética de café y
Una tética de azúcar.

Al ver la totalidad de su compra, pensó en la suerte que tenía de que a su edad ya casi no le diera hambre. 

Pero pesar de los sin sabores y de no pocas desilusiones, el Sr. Alfredo aún confía en el presidente Maduro. Y para demostrar su apoyo, junto a Juan y Marcelo siempre asiste a las marchas que terminan en la plaza Caracas o en la Avenida Bolívar.
 
Podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que el trío de compañeros son de los asistentes con mayor convicción política en medio de la multitud.

Todos los días en la tarde noche, venga de una marcha multitudinaria o simplemente de la plaza Bolívar, el Sr. Alfredo enciende el pequeño televisor que tiene en la sala y se sienta en su sofá individual. 
Luego de hacer un breve zapping por los canales de su interés, Tves, Vive TV, Ávila Tv, ANTV, siempre termina por sintonizar el Canal 8.
Ahí, los programas más radicales y beligerantes son sus favoritos, algunas veces hasta le grita al televisor lleno de emoción; como si un partido de béisbol o de fútbol se tratara.

Su pequeño apartamento es un desastre. Está lleno de polvo, telarañas, muebles desgastados y descoloridos. 
En el balcón hay una gran pila de cartones de todas las cajas Clap que ha recibido a lo largo de estos años y en la cocina ya nunca hay nada limpio. No por el racionamiento constante de agua en la zona, sino porque él siempre fue un hombre bastante despreocupado frente a los quehaceres convencionales del hogar.

Juan José, el único hijo del Sr. Alfredo, desde pequeño siempre fue un ferviente opositor. 
Es imposible enumerar la cantidad de veces que han estado en desacuerdo y que incluso pelearon por temas políticos a lo largo de los años.
Es por eso que a mediados de agosto del año pasado Juan José decidió poner fin a la relación antagónica y abandonar el apartamento de su padre para irse del país a probar suerte en otras fronteras. 
Una madrugada como cualquier otra, salió del apartamento con un bolso lleno de cuatro cosas en el hombro y se fue sin siquiera despedirse.

El Sr. Alfredo no sabe nada de él desde entonces. 
No sabe dónde está.
No sabe cómo está.
Y esto le produce una tristeza tan profunda que prefiere ni siquiera pensarla, para no encarnarla en su cotidianidad.

Pero muchas más noches de las que quisiera, el Sr. Alfredo se encuentra a Juan José en sus sueños. Y aunque algunos de esos sueños son dulces, la mayoría de ellos son amargos y están llenos de reproches y de reclamos.

Hoy al despertar, con el corazón lleno de pesar y los ojos llenos de lágrimas, le rezó al Dr. José Gregorio Hernández y al Nazareno de San Pablo y pidió con devoción salud, amparo y favorecimiento para su hijo.

Luego de lavarse la cara con el poquito de agua que sale por la tuberías como a las 6 de la mañana, se preparó un café.
Mirando al cerro Ávila y a los edificios frente a su balcón en el piso 5 remojó un pedazo de casabe en la taza de café y lo comió pausadamente.
El cielo estaba despejado y el sol comenzaba a iluminarlo todo a medida que salía por el horizonte. 

El Sr. Alfredo agradeció a Dios por estar vivo un nuevo día. 

A media mañana llegó un mensaje de texto a su celular.
Extrañado, el hombre tomó el aparatico, se puso sus lentes y leyó las pequeñas letras en la pantalla.

Monedero Patria. Crédito por 800 Soberanos.

El mensaje le llenó de tranquilidad.
Con ese dinero podría comprar al menos un blíster de las pastillas que necesita para estabilizar su tensión.

3 comentarios:

  1. Muchas familias rotas por la política, y duele leer que haya tanta gente, que habiando trabajado toda su vida no pueda ni comer con la pensión.

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  2. Muy triste, cuántas familias separadas, cuántas personas mayores solas regadas en el país.

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  3. En las tristes y verdaderas historias de tantos Alfredos nos recuerda que no podemos olvidar a nuestros padres por muchas diferencias que existan. Ellos no estaran presentes en este plano, pero su amor siempre permanecerá.

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