Por Sergio Marcano.
Romina tiene 64 años.
Desde hace ya unos tres años, luego de la
trágica muerte de su marido en un aparatoso accidente de tránsito en la
Autopista Regional del Centro, vive sola en un pequeño apartamento de Altamira.
A veces su hijo Jaime la visita.
Ella le cocina sus platos favoritos,
dulces y salados, e incluso otros para que se lleve y comparta con su mujer.
Pero Jaime nunca se queda demasiado
tiempo.
Él siempre está apurado y con algo pendiente
por resolver.
Romina no le dice que se siente sola.
Que está triste, deprimida.
Que no tiene ánimos de leer, de ver
televisión, ni de hacer nada.
Que ya ni siquiera quiere cocinar para
ella misma.
Y ese abandono se ve sobre todo en las
matas del balcón, que luego de cuidarlas por años, se han ido secando una tras
otra.
Pero Jaime, que siempre ha tenido un
talante egocéntrico, está tan concentrado en producir el dinero que los
mantiene a flote a todos en la tormentosa economía revolucionaria venezolana que
no se da cuenta de nada.
…
A veces la vecina del Piso 10 llama a
Romina para hablarle de los problemas con sus mascotas.
Otras veces la vecina del Apartamento 315
la visita para contarle las venturas y desventuras de su hijo José Roberto, un ingeniero
civil graduado Summa Cum laude en la Universidad Central de Venezuela, que se
fue para Perú y ahora trabaja como mesero en un restaurant de comida típica
boliviana.
Aunque Romina siempre se muestra amable, conversadora
e incluso animada ante las únicas dos personas con quiénes interactúa, estas llamadas
y visitas le aburren mortalmente.
…
Hoy en día Romina sale lo estrictamente
necesario.
Y sus salidas, exclusivamente matutinas,
son solo al mercado y a la farmacia más cercanas a su departamento.
Caracas, la ciudad que tanto amó en el
pasado, se ha transformado con el paso de los años en un lugar que ella no
reconoce y en el cual dejó de sentirse cómoda.
…
Una noche, la soledad abrumadora que Romina
sentía sobrepasó los límites de lo que podía aguantar anímicamente.
Insomne, como a las 3 de la madrugada, se
levantó de su cama sofocada y caminó desesperada por los cuartos, por la sala y
la cocina, inhalando y exhalando ansiosamente, sin lograr encontrar el aire que
necesitaba para respirar.
Fueron momentos desesperantes.
Cuando por fin logró calmarse, ya el sol
despuntaba por el horizonte, bañando con sus primeros rayos de luz al valle de
Caracas.
Ese amanecer, con una lucidez fría, Romina
tuvo una reflexión esclarecedora sobre algo que desde hacía varios años era más
que evidente:
Su vida había dejado de tener propósito. Y
ya no tenía más fuerzas para seguir pretendiendo lo contrario.
A partir de ese momento, como si de un
juego macabro para mantenerse distraída se tratase, Romina comenzó a planificar
la logística de su suicidio.
La primera interrogante que vino a su
mente fue quizás la más obvia de todas: ¿Cómo quitarse la vida de manera
indolora?
Y luego de leer distintas opiniones en
los más diversos foros, informes forenses, tesis de grado, blogs, etc. que
encontró en internet, se decidió por el método que pensaba podría tener
más a la mano: un cóctel de antidepresivos, ansiolíticos, pastillas para dormir
y alcohol etílico.
Llena de curiosidad caminó a la cocina, abrió
la alacena donde guardaba las medicinas y comenzó a hacer un inventario de
todas las pastillas de ese tipo que tenía en su poder.
Eran 27 en total.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y sintiéndose
aliviada suspiró profundamente.
Solo tendría que comprar una
botella de un buen vino para poder bajar todo aquello.
Mientras guardaba todo lo que no
necesitaría de vuelta a la alacena pensó que aún le quedaban muchas interrogantes
por resolver. Como ¿A qué funeraria la llevarían?, o si ¿Debería tener un velorio
a cuerpo presente?...
Esas preguntas le hicieron divagar por
horas.
¿Era realmente necesario exponer su
cadáver de esa manera?, ¿Quién la maquillaría?, ¿Era de buen gusto maquillar un
cadáver?
¿En qué tipo de ataúd la colocarían?, ¿De
qué color?, ¿De qué tipo de madera?, ¿Debería ser enterrada al lado de su
marido?, O por el contrario ¿Ser cremada?
Todo un universo de decisiones específicas
y complejas que de ninguna manera, ella podía permitir que quedaran al azar.
…
En todas las funerarias a las que llamó
fueron muy receptivos y la trataron con una amabilidad solemne.
Romina, para no despertar sospechas de
ningún tipo, se presentó en cada una de esas llamadas, como la hermana de una
enferma de cáncer terminal.
El señor Octavio Cordero, representante
de la funeraria “Los Jardines de Dios” la hizo sentir especialmente cómoda con su
tono de voz suave y la asertividad de sus criterios.
Fue a él a quién Romina terminó contratando
para que se encargase de realizar sus servicios fúnebres y con él planificó
hasta el último de los detalles.
El tipo de flores de las coronas que
adornarían la iglesia.
El pasaje bíblico que sería leído en su
misa.
La ropa que vestiría en el ataúd.
La suite de Bach que se colocaría de
manera casi imperceptible en el velorio y el tipo de comida y de bebidas que se
servirían ese día.
Todo esto lo pagó ella misma, con lo que
quedaba de sus depauperados ahorros.
Ahora solo quedaba un problema por
resolver.
El más difícil de todos los problemas.
¿Quién encontraría su cadáver? y ¿Cómo
obtendría un certificado de defunción que encaminase su cuerpo a la funeraria? Porque
definitivamente ella preferiría ahorrarle ese dolor a Jaime que ya bastante
había tenido con la terrible muerte de su padre.
Esto podía detener todos sus planes.
Esa noche, justo antes de irse a dormir,
su teléfono fijo repicó de manera apremiante.
Con el corazón acelerado y esperando que
no fueran malas noticias, Romina se levantó de la cama y contestó aquella
llamada inusual que rompía el silencio sepulcral de su departamento.
Era el Dr. Salmerón, el padrino de Jaime,
que la llamaba para saludarle.
Romina captó enseguida que el destino le
brindaba en bandeja de plata la oportunidad que estaba esperando; e invitó a
cenar Al Dr. Salmerón en su apartamento el día miércoles de la próxima semana.
El Dr. Salmerón aceptó la invitación
encantado.
Es bueno aclarar a aquellos que leen
estas líneas que Romina nunca fue una mujer de componendas, ni de intrigas.
Pero a su edad tenía la experiencia necesaria
para entender que en esta vida para casi todo había una primera vez.
…
En los días que vinieron a continuación Romina
pensó mucho si debía dejarle una nota explicándole todo a su hijo.
Las razones.
Los por qués.
Pero al final prefirió invitarlo a la
casa, cocinarle algo especial y despedirse de él en persona.
Sin decirle una sola palabra acerca de lo
que planificaba.
Ese día Jaime se sintió querido como siempre.
Ambos rieron y recordaron buenos momentos
de su pasado.
A él no se le cruzó por la mente que se
trataba de la última vez que vería a su madre con vida.
…
Como estaba previsto, el miércoles en la
mañana Romina se bañó, se secó el pelo, se maquilló, se puso unas gotas de su
perfume preferido, su mejor ropa interior y vistió una elegante bata negra de
seda que le había regalado su difunto marido en la noche de bodas; todo esto
mientras se tomaba unas copas de vino tinto.
Ya en la cama se encontraba
cuidadosamente doblada la ropa que había escogido para que la enterrasen.
Con teipe de plomo se aseguró que la
puerta de entrada a su departamento quedara entreabierta en espera del Dr.
Salmerón.
Y comenzó a escribir una nota en la que
se disculpaba con él y le pedía el favor de que emitiese su certificado de
defunción por causas naturales; que llamase a funeraria “Los Jardines de Dios”
para que se encargaran de todo; y luego, en tercer lugar, fue enfática en ese
orden, llamase a Jaime para avisarle de su fallecimiento.
Tomó 400 dólares de una gaveta, dobló la
nota con el dinero dentro y la colocó dentro de un sobre blanco con el nombre
del Dr. escrito en letras grandes.
Luego de eso sacó todas las pastillas de
sus blíster, se deshizo de las cajas, se sirvió la última copa de vino y con
pequeños sorbos se tomó todas y cada una de ellas.
Caminó
al balcón, miró al Ávila; y para su sorpresa, allí en la mitad del cielo
se encontró con la luna -toda su vida, Romina, fue una enamorada de la luna-
Y le agradeció al astro celeste por todos
los buenos momentos que había vivido.
Por haber conocido a su esposo y muy
especialmente por haber tenido a su hijo.
Luego miró a la ciudad de Caracas y suspiro
entristecida, pensando que los últimos 20 años de su vida podían haber sido
mucho mejor si la política no hubiese devastado al país completamente.
Y tambaleándose más por el efecto del vino,
que de las pastillas, caminó a su cuarto, colocó el sobre en la mesa de noche y
con parsimonia, acomodó su bata, su cabello y se recostó poniendo ambas manos
sobre su pecho.
Poco a poco, de manera pacífica, se quedó
dormida.
Ya en estado de inconciencia tuvo un paro
respiratorio que acabó con su vida.
…
Todo salió como ella lo había
planificado.
-Incluyendo la breve molestia del Dr.
Salmerón al encontrar su cuerpo y leer su nota-
Su cadáver, a cuerpo presente, se veía en
paz, algunos dijeron que incluso rejuvenecido.
Su hijo Jaime estaba desconsolado; su esposa y todos aquellos que asistieron al
funeral encontraron la ceremonia emotiva y de muy buen gusto.
…
Sobre su tumba en el cementerio del oeste,
en una lápida de mármol rosado elegantemente tallada, puede leerse la siguiente
inscripción:
Dejo atrás
un mundo de dolor
y me voy
en busca de un reino de paz
Qué manera tan digna de mostrar un suicidio.
ResponderEliminarLa mamá de una amiga mía, se suicidó y también arregló todo el papeleo y médico etc. No dejo nada al azar tampoco. Lo malo fue que una de las hijas fue la que la encontró. Pensaba que me iba a encontrar con que la visita del médico era para hablar de la enfermedad del hijo y ella cambiaba sus planes para ayudar a mejorar a su hijo
ResponderEliminarPero cuento genial
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