Translate

lunes, 19 de diciembre de 2022

Zona de Paz

Por Sergio Marcano.

De las cinco extensiones de luces navideñas que Ana Patricia (34) sacó del closet del pasillo solo servían las luces amarillas y las verdes de dos de ellas.
Esto la desanimo un poco.
Estaba tan cansada de que todo fuera tan decadente.
Pero en cambio para Marco Aurelio (3 años) aquellas luces amarillas y verdes que parpadeaban de pronto frente a él eran algo fascinante; y las quería agarrar y llevárselas a la boca para entender mejor lo que eran.
Al ver su mirada llena de curiosidad y de sorpresa Ana Patricia sonrió. 
Hizo de tripas corazón y, sin más dudas, sacó la caja del arbolito y los adornos.

Al comenzar a juntar las piezas del arbolito, se dio cuenta que varias de las ramas ya no se ajustaban correctamente al tronco central y que caían desganadas y sin vida.
Pero Ana Patricia sabía que podía sacar el potencial navideño de ese arbolito.
Ya lo había hecho en otras navidades.

Marco Aurelio, que aún está aprendiendo a como agarrar las cosas correctamente, comenzó a sacar todos los adornos que estaban guardados en la caja de cartón. 
Todos los colores y las formas le sorprendían. Y todo, absolutamente todo, se lo llevaba a la boca.

En la sala, Ana Patricia puso contra la pared la parte de las ramas caídas. Y comenzó a colocar las extensiones de manera en que hubiese luces funcionando de arriba a abajo y de un lado al otro; al menos en toda la parte frontal del arbolito. 
Luego, con la ayuda de Marco Aurelio, comenzó a colocar los adornos y las guirnaldas; que a pesar de todos los años que tenían, aún conservaban sus colores vivos y brillantes.   

Al terminar dio unos pasos hacia atrás y se quedó mirando como titilaban las luces. 
El orden de las pequeñas estrellas, las campanas y los bastones de caramelo. 
Las vueltas que daban las guirnaldas doradas y las plateadas.

Como el ave fénix, aquel pequeño arbolito había cobrado vida una vez más.
Y Ana Patricia se sintió satisfecha con el resultado.
Ahora debajo de esas pequeñas ramas llenas de luces y de adornos había un lugar perfecto para que el niño Jesús dejara el regalo de Marco Aurelio este 24 de diciembre.

Como a las 5 de la tarde José  (37), el compañero de Ana Patricia, entró al departamento sintiéndose exhausto. Pero al ver el arbolito se le dibujó una sonrisa en el rostro e instantáneamente se llenó de espíritu navideño. 
Levantó a Marco Aurelio del suelo y lo besó. Se acercó a Ana Patricia y le dio un beso en la frente. 
Los felicitó a los dos por lo hermoso que les había quedado el arbolito. 

Él había vendido los 6 vasos de quesillo y los ocho pedazos de la torta de chocolate. 
Le entregó todo el dinero a Ana Patricia, que inmediatamente separó los dólares de los bolívares y los guardó en diferentes lugares de la casa. 

José caminó al baño quitándose la camisa, se lavó la cara, el cuello y las axilas con el agua de un pote de plástico. 
Luego caminó al cuarto y se puso un pantalón azul oscuro y una camisa azul claro: El uniforme de vigilante nocturno de las residencias Mari Mary. 
En la cocina abrió la nevera y se tomó un vaso de agua fría.
Ana Patricia le entregó una arepa con mortadela envuelta en papel aluminio, José la guardó en su koala y, sin más, volvió a salir del apartamento.

Sola con Marco Aurelio en la sala una vez más, Ana Patricia se quedó viendo las luces en el arbolito titilar; y de pronto se encontró pensando en las navidades de su infancia. 
En la mañanas felices del 25 de diciembre abriendo los regalos del niño Jesús, con sus hermanos y sus primos en la casa de la abuela María del Rosario en Margarita. 
Corriendo bicicleta en grupo por Juan Griego. 
Comiendo torrejas y empanadas de queso y de cazón en la orilla de la playa.
Atiborrándose del dulce de lechosa de su abuela, de la torta negra de su mamá.
De las hallacas que preparaban entre todos.
Y de una pea monumental que agarró como a los 12 años por andar bebiéndose a escondidas el ponche crema que preparaba el tío Eduardo y su papá.

Todo eso se veía tan lejano a la luz del presente revolucionario.

Luego de la muerte de sus abuelos, su tío y su papá habían vendido la casa de Margarita a precios de gallina flaca.
El esfuerzo de la vida de los abuelos. 
Una plata que además se habían gastado en nada, en la pura supervivencia del día a día. 

¡Y tanto la abuela les había repetido 
a todos que la comida era mierda!

Suspiró.

Ana Patricia era la única que quedaba en el país de toda su familia.
Todos sus hermanos y sus primos se habían ido poco a poco cuando dejaron de conseguir trabajo, por haber firmado una petición revocatoria del mandato presidencial del comandante Chávez. 
Un documento que al final no había servido para nada… Solo para discriminar y perseguir a los opositores del gobierno.

Marco Aurelio esa tarde estaba intranquilo y demandante de atención. Pero como a las 7 de la noche se quedó dormido en el suelo de la sala, abrazando su tiranosaurio de tela frente al arbolito.

Aprovechando el momento de tranquilidad Ana Patricia comenzó a batir una torta de chocolate y la metió al horno. También ralló un papelón y puso en el fuego la olla con los pedazos de lechosa verde.

Cortó en porciones una torta de piña que ya tenía lista en la nevera y las guardó cuidadosamente en contendores plásticos individuales.  

A lo lejos se escuchó una gritería y luego unas ráfagas de tiros.
Ana Patricia se agachó instintivamente y se persignó. 
Agachada caminó rápidamente a donde estaba Marco Aurelio y lo llevó a su cama.

De pronto su teléfono comenzó a repicar. 
Ana Patricia caminó de regreso a la cocina y miró la pantalla del aparato. 
Era su hermana que la llamaba por Whatsapp desde Argentina. 
Pero Ana Patricia esa noche no tenía ganas de hablar con ella. 
¿Qué le iba a decir? 
¿Qué el alto gobierno había decretado navidades felices?
¿Qué el bolívar había perdido 40% de su valor en las últimas dos semanas?
¿Qué todo estaba bien?  
Estaba tan harta de que todo fuese tan complicado, tan increíblemente absurdo y difícil de explicar.
El teléfono repicó y repicó hasta que una vez más quedó en silencio.

A media noche cuando finalmente el dulce de lechosa estuvo listo, lo envasó en vasos plásticos y los dejó enfriar en el mesón de la cocina. 

Como a las seis de la mañana la despertó José regresando de la calle. 
Él se metió directo en el baño tratando de hacer el mejor ruido posible para no despertar a Marco Aurelio. 
Ana Patricia se paró rápidamente, hizo una infusión con concha de naranja y preparó unas arepas con puré de yuca hervida, un poquito de harina de maíz y ralló un pedacito de queso blanco duro. 

Todos desayunaron juntos. Mientras que José les contaba, más dormido que despierto, que en el turno de la mañana del día anterior se habían metido a robar en uno de los departamentos. 

Luego de comer, José se acostó a dormir y Ana Patricia y Marco Aurelio salieron del apartamento rumbo al boulevard de Sabana Grande. 
Allí, en el transcurso de la mañana, sentados a la salida del metro de Plaza Venezuela fueron vendiendo uno a uno los vasos de dulce de lechosa, algún pedazo de torta de chocolate, pero no así los pedazos de torta de piña.
 
Un poco después de medio día, José llegó al puesto con más vasos de dulce de lechosa; dos paquetes de harina de trigo, dos de azúcar y una margarina de marca desconocida que, según dijo, había conseguido a buen precio en el negocio de unos chinos. 
Saludó a Marco Aurelio con cariño y le dio un beso en los labios a Ana Patricia. 
Ella se levantó de la silla, tomó las bolsas con los productos, y se llevó tres de las siete tortas de piña.
Esa tarde José no tenía ganas de quedarse vendiendo las tortas pero Ana Patricia fue tajante:

Si no trabajamos no tenemos navidad.

José, incapaz de llevarle la contraria a su mujer, se llenó de paciencia y se sentó, sin chistar, en la silla plástica detrás de las tortas y de los dulces de lechosa.

De vuelta en el barrio, Ana Patricia entró a la charcutería del portugués, el Sr. Marcio y le propuso intercambiar sus tres tortas de piña por medio kilo de mortadela;  Y al Sr. Marcio, que era fanático de todos los dulces y en especial de las tortas que preparaba Ana Patricia estuvo encantado, incluso comenzó a comerse uno de los pedazos en ese mismo momento, mientras su empleado cortaba la mortadela. 

Cuando Ana Patricia salió de allí, sin que se diera cuenta, un muchacho moreno, de unos 13 años comenzó a seguirla.
Al entrar en una calle solitaria, el muchacho aceleró sus pasos, se acercó a su lado, sacó una pistola de su cinto y se la puso en la barriga.

Al ver el arma Ana Patricia se puso lívida. 

Hábilmente el muchacho le quitó las bolsas de la mano y le pidió el celular.
Asustada, muy nerviosa, más por Marco Aurelio que por ella, metió su mano rápidamente en la cartera y entregó su teléfono sin decir una palabra.
El muchacho le dio la espalda, guardó de nuevo la pistola en su cinto, la cubrió con la franela y se alejó de ella caminando con sus bolsas y su teléfono como si nada.
Con el corazón acelerado y lágrimas en los ojos; Ana Patricia se agachó y levantó a Marco Aurelio del suelo. Le abrazó con fuerza y llena de impotencia retomó el camino con pasos redoblados a su apartamento. 

Marco Aurelio estaba irascible. 
Cansado de la mañana en la calle y hambriento.

Como le agradecía a la providencia haberlo tenido.

Al llegar al apartamento le dio un huevo frito con un poco de arroz y lo acostó a dormir. 

Para no llenarse de pensamientos negativos, Ana Patricia caminó a la cocina y revisó la alacena para ver si tenía los ingredientes para hacer al menos una torta que vender al día siguiente.
Y así era, tenía la harina justa, el azúcar justa, la mantequilla, el cacao y los huevos.
Tomó los ingredientes y comenzó a vaciarlos en un bol mecánicamente. 
Pero mientras los batía, caminando por la casa, comenzó a sentirse muy mal. 
Estaba llena de una ansiedad punzante que le quemaba el estómago y que incluso hacía que le faltara el aire.
Y sin poder evitarlo comenzó a llorar, pensando en lo difícil que era vivir en Venezuela y en los dólares que le costaría reponer ese bendito celular.

Tratando de calmarse, respirando profundamente una y otra vez parada en su balcón, presenció, sin prestar atención realmente, como tres hombres, que llevaban revólveres y armas largas en las manos, se paraban en medio de la avenida apuntando a un carro que pasaban por allí y bajaban a su chofer. 
De pronto hubo una explosión estruendosa. 
Eso la espabiló de manera instantánea.
¿Una granada?
Unos carros chocaron detrás de otros carros.  
Marco Aurelio comenzó a llorar dentro del cuarto.
Pero Ana Patricia no podía moverse, observando como hipnotizada aquello que sucedía frente a sus ojos, como si de una película de acción se tratara. 
Repentinamente otro grupo de malandros llegó a la autopista disparando a los primeros hombres. 
Una de las balas dio directamente en el pecho de uno de ellos y este cayó pesadamente al suelo.
Ana Patricia se persignó asustada. 
Los primeros hombres devolvieron los tiros a los segundos, y de pronto, una bala perdida impactó en la puerta del balcón del apartamento rompiendo el vidrio en pedazos.
Ana Patricia reaccionó rápidamente y se tiró al suelo y se fue gateando a donde estaba Marco Aurelio.
Le tomó entre sus brazos, con su pequeña cobija, su tiranosaurio de tela y se lo llevó para el baño. 
Cuando gateaban por el pasillo sonó otro estallido de gran potencia y la balacera se intensificó.

Ana Patricia puso la cobija en el suelo de la regadera y allí se acostó con Marco Aurelio.
Haciéndole creer que estaban escondiéndose para darle una sorpresa a papá cuando llegara, pero Marco Aurelio estaba intranquilo.
No quería estar encerrado en el baño.
Y ella tampoco, ¿pero qué podía hacer?

Poco a poco el tiroteo amainó y Marco Aurelio se quedó dormido.

Luego de un momento de silencio Ana Patricia se armó de valor, salió a casa de su vecina y le pidió que le permitiera hacer una llamada telefónica.
Le explicó a José que le robaron el teléfono y le contó del tiroteo que acababa de sucederse en la avenida. 
Le pidió que se fuera directo para el trabajo porque el barrio estaba color de hormiga.
José, como siempre tratando de animarla, le dijo que había visto unos carritos musicales perfectos para el regalo del niño Jesús de Marco Aurelio.
Ana Patricia recordó que era navidad.

De nuevo en su sala Ana Patricia descubrió 5 agujeros de bala en la pared y un escalofrió le recorrió el cuerpo de arriba abajo.

Temblando encendió el arbolito.
Se paso las manos por el cabello intentando calmarse y ordenar sus ideas.
Si la casa de su abuela en Margarita aún existiera agarraría las maletas y se iría para allá en ese mismo momento.

En la calle se escuchaban ahora las sirenas de los cuerpos policiales. Algo inusual porque esa era una zona de paz.

Cerca del balcón Ana Patricia recogió el bol del suelo con la torta a medio batir.
Parte del vidrio de la puerta de cristal había caído en la mezcla.
Resignada, caminó a la cocina y la botó en una bolsa plástica.
Volvió al balcón una vez más y con una escoba comenzó a limpiar el vidrio roto del suelo.

De pronto comenzaron a tocar el timbre de manera insistente.
Antes de que ella tuviese tiempo de reaccionar, comenzaron a golpear la puerta con fuerza y está cedió hecha pedazos.
Ana Patricia sintió que el corazón iba a salírsele del pecho.
De pronto a la sala de su casa entraron al menos 12 policías, todos armados hasta los dientes, unos con fusiles y otros con armas cortas.
Ana Patricia retrocedió asustada y estos la pusieron violentamente contra la pared.
Le preguntaron si había más gente en el lugar.
Marco Aurelio salió del baño y se asustó al ver a aquellos hombres y mujeres en la casa y comenzó a llorar.
Ana Patricia se liberó como pudo de la oficial que la aprisionaba, se acercó a Marco Aurelio y lo cargó entre sus brazos.

Los policías entraron a todas las habitaciones, el baño, la cocina y removieron todo como mejor les pareció.
Pero cuando echaron el arbolito al suelo, Ana Patricia se molestó y les exigió a los uniformados que no le rompiera sus cosas.

Luego de unos minutos, que se hicieron eternos, todos los policías se fueron de su apartamento.
Alterada. Sintiendo una frustración que no podría ser descrita con palabras, Ana Patricia, puso el sofá individual contra la puerta de madera destruida y comenzó a recogerlo todo.
Puso de pie al arbolito, y comenzó a guindar uno a uno los adornos y las guirnaldas que se habían caído al suelo.
Aunque trató de no llorar varias lágrimas descendieron de sus mejillas.

Le agradeció a Dios que José no hubiese estado aquí en la casa porque si no seguramente habría terminado preso.
 
¡Dios libre y proteja a José siempre de todo mal!

Dijo en voz alta y se persignó.

A media noche, sin poder dormir, pero acostada en la cama de su cuarto al lado de Marco Aurelio, Ana Patricia repasaba en su mente el dinero que le faltaba para que pudieran irse del país.
Ya tenía la plata para los 3 pasajes en autobús hasta Medellín.
La plata para los guías del Darién.
Pero todavía le faltaba el dinero para pagar los pasajes de los autobuses con los que cruzarían Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México para llegar finalmente a la frontera de los Estados Unidos.

Tenia que batir mucha torta todavía para lograr esa meta.
Pero con el favor de Dios ella lo iba a lograr. 
Ella era una mujer empoderada. 
Y además tenía a su lado a un hombre bueno, honesto y trabajador.
Y eso en este país era mucho decir.

Esa noche tuvo claro, más que nunca antes, que solo dejando atrás todo esto podrían ser capaces de ofrecerle una mejor vida a Marco Aurelio.


1 comentario: